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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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20
Oct
2015
La doctrina cambia
19 comentarios

Con ocasión del Sínodo dedicado a la familia se ha repetido, desde distintos ámbitos, que “la doctrina no cambia”. A este respecto conviene hacer alguna precisión, pues la doctrina sí cambia. Lo que se mantiene es la fe. Hay que distinguir entre doctrina de la Iglesia y fe de la Iglesia. Durante mucho tiempo fue doctrina eclesial que quienes morían sin recibir el bautismo no podían conseguir la salvación, incluidos los niños que no habían podido cometer pecado alguno. A este respecto la Comisión Teológica Internacional ha declarado: “la afirmación según la cual los niños que mueren sin Bautismo sufren la privación de la visión beatífica ha sido durante mucho tiempo doctrina común de la Iglesia, que es algo distinto de la fe de la Iglesia”.

Ejemplo significativo de cambio doctrinal lo tenemos en estas dos diferentes y aparentemente contrapuestas afirmaciones de los Concilios de Florencia y del Vaticano II. Florencia sostiene que fuera de la Iglesia no hay salvación, añadiendo explícitamente que los judíos, herejes y cismáticos, y también los paganos, “irán al fuego eterno aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se unieren con la Iglesia”. Sin embargo, Vaticano II deja claro que los que ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia “pueden conseguir la salvación eterna”. Más aún, que Dios “no niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios”.

¿Más ejemplos? A propósito del sacramento de la penitencia, la praxis de los primeros siglos se limitaba a una sola celebración durante toda la vida, pues se consideraba incomprensible que un bautizado se alejase de Cristo; o a lo sumo se permitía una segunda celebración de la penitencia, pero se dejaba para el final de la vida, porque ya una tercera era del todo inconcebible. Tras el Concilio de Trento la Iglesia recomienda la confesión frecuente. En los primeros siglos las segundas nupcias eran desaconsejadas y prácticamente hasta el Concilio Vaticano II se consideraba al matrimonio como un remedio para la concupiscencia y su finalidad era la procreación de los hijos. Hoy ya se dice claramente que el matrimonio encuentra su fin y su sentido en el amor.

Hay tres criterios que se refuerzan mutuamente y no solo explican, sino que promueven la renovación en la doctrina: uno, el mejor conocimiento de las Sagradas Escrituras y de la Tradición y, junto con ese conocimiento, una interpretación más adecuada de las mismas; dos, la escucha atenta de los signos de los tiempos y, junto a esta escucha, un mejor conocimiento de la naturaleza humana; y tres, el mismo Magisterio que, muchas veces gracias a la ayuda de la teología, va ofreciendo pautas de mejora y de adaptación a las nuevas necesidades pastorales.

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16
Oct
2015
La ternura, lo débil y María
5 comentarios

Hay una actitud muy humana, propia de varones y mujeres, pero que la cultura popular ha relacionado con lo femenino: la ternura. La ternura es este sentimiento que nos retrotrae a la infancia. Hasta ahora ha quedado relegada a momentos de intimidad afectiva o como medio de relacionarnos con quienes consideramos más débiles, como pueden ser los niños. Hoy, cuando tantas personas tienen necesidad de cariño y de afecto, volvemos a comprender que la ternura debería estar presente en todas nuestras relaciones.

La relación de la ternura con lo débil se ha manifestado, a lo largo de la historia, en el hecho de que sean los hombres quienes hacen la guerra. Las mujeres hacen de enfermeras y se ocupan de los heridos. Los varones tienen la fuerza, ellas representan la misericordia y la ternura. Ellos cargan con las armas, ellas llevan flores en la mano. Hay quién, en el mundo eclesiástico, ha detectado la convivencia del rigor masculino de la organización un poco árida con la intuición popular de que el cristianismo está impregnado por una dimensión de ternura femenina. El pueblo cristiano ha visto estos sentimientos en María, tal como refleja el final de la antífona Salve Regina donde se la llama “clementísima y dulce Virgen María”.

Se ha dicho que las mujeres son lo débil de lo humano. En este mundo competitivo triunfan los fuertes y los débiles permanecen en los márgenes de la sociedad. Se diría que lo débil no vale y, por eso, no cuenta. Pero lo débil podría tener un aspecto positivo, hoy más necesario que nunca. Según Gianni Vattimo, de la ontología de lo débil se deriva “una ética de la no violencia”, que conduce a “la preferencia por un mundo en el que prevalezcan la solidaridad y el respeto hacia los demás, en vez de la guerra de todos contra todos”. Más allá de esta lectura de la debilidad, lo cierto es que hoy hay un clamor a favor del respeto y la tolerancia y en contra de la violencia. En este contexto el título de María “madre de misericordia” resulta muy significativo. En hebreo el término misericordia (rahamim) denota el amor de madre. María, que (según dice Juan Pablo II) “conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina” puede “acercar a los hombres el amor que el Hijo ha venido a revelar”, un amor que encuentra su expresión más concreta en los que más sufren: pobres, oprimidos, prisioneros.

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13
Oct
2015
Una Iglesia mariana
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Lo fundamental en la Iglesia es la santidad, o sea, responder al amor que Cristo nos tiene. Todo lo demás, en la Iglesia, está ordenado a la santidad, a la unión con Cristo. Y en la jerarquía de la santidad, María es figura de la Iglesia. Así se comprende esta comparación, para algunos quizás sorprendente, que Juan Pablo II hizo entre la figura de María y la figura de Pedro: “La Iglesia es a la vez mariana y apostólico-petrina”. No es posible prescindir de ninguno de estos dos aspectos en la Iglesia. Aún así, la primacía la tiene el aspecto “mariano”. Por eso añade el Papa: “Este perfil mariano es igualmente –si no lo es mucho más- fundamental y característico de la Iglesia, que el perfil apostólico y petrino, al que está profundamente unido. La dimensión mariana antecede a la petrina”.

Dicho de otra manera: los ministerios en la Iglesia, por muy importantes que sean, están al servicio de la comunión y de la santidad de la Iglesia. La organización está al servicio de la vida, y no al revés. Esta dimensión “mariana” de la Iglesia nos invita a pensar, sentir y organizar la Iglesia desde el único carisma que es incondicional: el amor. Únicamente es habitable una “casa de Dios” en la que sea el amor la razón y el criterio de toda organización.

La Iglesia necesita espacios y lugares en los que pueda verse explícitamente realizada la dimensión mariana-fraterna de la Iglesia. Pues la Iglesia es una comunión. Y es importante que, en ella, puedan verse realizaciones concretas (aunque sean imperfectas) de la comunión. De ahí la importancia que tienen las comunidades, en sus distintos modos de organizarse y expresarse. Hay comunidades estrictamente laicales. Hay otras de personas que viven la castidad en el celibato y se conocen como comunidades religiosas o de consagrados. En las comunidades de consagradas y consagrados la santidad tiene la primacía sobre el ministerio, como María está antes que Pedro.

La vida consagrada, en la que personas distintas, se unen en nombre de Cristo, formando “un solo cuerpo” unido, no por la carne y la sangre, sino por la fe y el amor, es un modo de realizar hoy la nueva familia que Jesús vino a fundar, familia que anticipa la fraternidad perfecta del Reino de los cielos. Este modo familiar de vivir, que es la vida consagrada, encuentra su primer modelo en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero no solo ni primeramente en los capítulos dos y cuatro en los que se sintetiza la vida de las primeras comunidades cristianas (Hech 4,23 y 2,42-45), sino antes y principalmente en el capítulo uno, donde los discípulos varones y las discípulas mujeres hacen vida común esperando la llegada del Espíritu. Con ellos y ellas está también esta discípula llamada María, la madre de Jesús (Hech 1,12-14).

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9
Oct
2015
Sínodo de la familia y algo más
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Hay amigos que me preguntan por qué no me pronuncio a propósito de algunos temas eclesiales de actualidad. Unas veces no me pronuncio porque no conozco suficientemente el tema, otras porque no me siento inspirado para escribir sobre esta cuestión, y otras porque no me gustan las polémicas.

En estos días, el tema de actualidad es el Sínodo sobre la familia. Uno se sorprende de la importancia que en los últimos pontificados (desde Juan Pablo II sobre todo) se le ha dado a la familia. Tengo la impresión de que, a lo largo de la historia de la Iglesia, nunca se ha hablado tanto de familia, matrimonio, divorcio, modos de vivir la sexualidad y de formar pareja. No cabe duda de que estos temas preocupan, pero no es menos cierto que las personas maduras, formadas y que actúan según su conciencia, tienen el “problema” resuelto. Sin duda a esas personas, si son cristianas y resuelven su problema según modos no acordes con los actuales cánones y, sobre todo, según modos no bien vistos por algunos (muchos o pocos, no lo sé), les gustaría una palabra más comprensiva y acogedora. Pero ¿qué se puede esperar de aquellos que te miran mal?

En todo caso, a mi me parece que no se defiende la bondad de las cosas ni el propio punto de vista descalificando a los que tienen otras visiones, sino manifestando los argumentos en pro del propio punto de vista y dando testimonio de lo feliz que hace a uno el vivir como vive. Yo conozco muchos matrimonios, algunos muy queridos. La mayoría están contentos con su matrimonio. Pero también sé de algunas parejas o personas a las que la vida nos les ha sonreído. ¿Por culpa de quién? ¡Qué más da! No se trata de buscar culpables cuando las cosas no van bien, sino de encontrar soluciones.

Por eso, bien venido sea el Sínodo si es capaz de decir palabras comprensivas y ofrece soluciones a los que tienen dificultades. Y, por supuesto, bien venido sea si tiene una palabra que decir que se ajuste al espíritu del Evangelio. Cuando las palabras se dirigen a otros, las buenas suelen venir después de escuchar atentamente.

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6
Oct
2015
Teresa, mística con los pies en tierra
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Si mística es encuentro con el misterio de Dios, ¿este encuentro requiere dejar las cosas de este mundo? ¿Para elevarse hacia Dios hay que alejarse de la tierra y abandonar a los seres humanos? Hace tiempo escribí en un post que la mística Catalina de Siena se metió en política: levantando su voz ante políticos y eclesiásticos, instándoles a cambiar sus actitudes; y saliendo a la calle para ocuparse de enfermos contagiosos, a los que nadie quería atender. La santa dominica era una mística, no con los ojos en blanco, olvidadiza de los problemas de su tiempo y de los sufrimientos de los seres humanos, sino una mística con los ojos bien abiertos.

De Teresa de Jesús, de la que celebramos el quinto centenario de su nacimiento, podría decirse lo mismo. Su mística no era evasiva, una huida del mundo para buscar no sé qué ascensos. Precisamente por ser una mujer “despierta” por Dios, era también una mujer despierta a la Iglesia y a la sociedad en la que vive (M. Herraiz). Sus múltiples fundaciones y las adversidades que tuvo que soportar (fue denunciada a la Inquisición) le obligaban a ocuparse de realidades muy mundanas y hasta conflictivas. Pero ahora quiero destacar un aspecto importante de la mística y la espiritualidad teresiana. Pues la suya fue una mística rupturista. Schillebeeckx opina que la mística cristiana tiende a relativizar la cristología, pues la mayoría de los místicos olvidan la realidad histórica de Jesús y no valoran el papel fundamental de su humanidad en la revelación de Dios. Con dos excepciones: Eduvigis y Teresa de Ávila.

Según Schillebeeckx, el Maestro Eckhart es un caso claro de esta relativización. Para el místico renano, la humanidad es un obstáculo para el seguimiento de Cristo, y así interpreta el texto de Jn 16,7: “os conviene que yo me vaya”. Por el contrario, para Teresa de Jesús (como muy bien ha hecho notar Secundino Castro Sánchez), la humanidad de Cristo es el camino necesario para toda auténtica contemplación de Dios. La Encarnación es la raíz de la mística. Para santa Teresa no se trata de la unión del Verbo con el alma, sino de la unión de Nuestro Señor Jesucristo con el ser humano.

Nuestra santa se refiere a Jesús como “compañero nuestro, amigo presente, buen capitán…, (que) es ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita… He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos” (Libro de la Vida, XXII, 6). En otras palabras: Jesús es siempre y en toda circunstancia, en el cielo y en la tierra, el único camino y el único mediador entre Dios y los hombres. Por eso, el criterio de la mística es la cristología. Y no hay cristología sin la vida toda entera del hombre Jesús de Nazaret.

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3
Oct
2015
María, madre de misericordia
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Para entender la respuesta de Jesús a la pregunta que (en el evangelio de este domingo) los fariseos le formulan sobre si es lícito a un varón despedir a su mujer, hay que situarse en el contexto religioso, cultural y político de la época: entonces el marido tenía derechos absolutos. La mujer, ninguno. Por eso el marido podía abandonar a su mujer por cualquier motivo. Consecuencia: las mujeres, que entonces no tenían las posibilidades y derechos laborales y sociales de hoy, quedaban expuestas a la pobreza, la miseria y el desprecio total.

Jesús responde a la pregunta de los fariseos en tres tiempos: primero, defendiendo a la mujer frente a la arbitrariedad del marido. Segundo, diciendo algo que rompe con la mentalidad de entonces, a saber: puestos a hablar de divorcio, la mujer tiene los mismos derechos que el marido; si él puede divorciarse, ella también puede hacerlo; puestos a hablar de divorcio, los derechos son de dos y no de uno. Y tercero: tomando a un niño, paradigma de la marginación y de la impotencia, Jesús recalca que lo importante es la defensa del débil.

¿Tiene algo que ver todo esto con la fiesta de la Virgen del Rosario que celebramos el siete de octubre? Mucho. Porque María canta que su Dios es el que mira a los humillados. Dice humillados, no humildes. Dios mira a los injustamente pisoteados y despreciados. Es un Dios que levanta al caído y desprecia al poderoso. No es extraño que María haya sido invocada como consuelo de los afligidos, refugio de los pecadores, madre de desamparados.

Rezando el rosario rezamos “con” María a Jesús. Y, con María, contemplamos los misterios de la vida de aquel que se hizo solidario con y por nosotros, con el afligido y el desamparado. Por nosotros y por nuestra salvación se encarnó de María, la virgen. Toda la vida de Jesús es “por nosotros”. La consecuencia inmediata es que cada uno de los que queremos seguirle estamos llamados a identificarnos con él y a ser “para los otros”.

El Papa Francisco ha convocado un “año de la misericordia”. María, invocada como reina y madre de misericordia, nos orienta hacia Jesús, el misericordioso por excelencia, el rostro humano de Dios “rico en misericordia”. Casados, solteros, divorciados, niños, mayores, enfermos y sanos, todos necesitamos misericordia. Y si somos cristianos, estamos llamados a dar y ofrecer lo más propio y característico del evangelio, que también es muy propio de los humanos: la misericordia.

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1
Oct
2015
¿Guerra sagrada? ¿Y eso qué es?
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Acabo de leer la noticia en Religión Digital: A propósito de los bombardeos que este pasado miércoles Rusia ha lanzado contra el Estado Islámico en Siria, el portavoz de la Iglesia ortodoxa rusa los ha respaldado con estas palabras: “la lucha contra el terrorismo es una lucha sagrada, y hoy nuestro país se ha convertido quizá en la fuerza más activa del mundo que lo combate”.

A este respecto, conviene distinguir dos planos, el político y el religioso. Se puede estar o no de acuerdo con la oportunidad política de bombardear a un grupo terrorista. Personalmente estoy convencido de que uno de los peores males de nuestra época es el terrorismo organizado. ¿Cómo combatir esta lacra? Las atrocidades cometidas por este autodenominado Estado Islámico son inaceptables desde todos los puntos de vista. Más aún, son odiosas. De hecho, muchos musulmanes, a lo largo del mundo, han condenado a este Estado Islámico. Pero si se toma la decisión de bombardear hay que tener mucho cuidado de no hacerlo en amplias zonas en donde además de terroristas puede haber civiles inocentes.

Cosa distinta es calificar estos bombardeos de “guerra sagrada”. ¿Qué quiere decir “sagrada”? ¿En nombre de Dios? El nombre de Dios es el que a veces utilizan los terroristas. Lo utilizan “en vano”. Y no hay nada peor que utilizar el nombre de Dios en vano. En su nombre no se puede justificar ninguna guerra. Cierto, Santo Tomás justificó teóricamente la guerra si se cumplían determinadas condiciones que hacían de ella una “guerra justa”. Pero Santo Tomás no conocía las consecuencias y el alcance de las modernas armas de guerra. Su mundo no era el nuestro. Y, por tanto, lo que dice el santo de Aquino hay que situarlo históricamente.

Por otra parte, el moderno Magisterio de la Iglesia, a partir del Vaticano II, y cada vez con más fuerza, ha ido en la línea de buscar una prohibición absoluta de toda guerra. En cualquier caso, me parece a mi que la tesis de Tomás de Aquino se formularía mejor como defensa ante injustas agresiones. Si el portavoz de la Iglesia ortodoxa hubiera calificado el ataque ruso de defensa ante una agresión injusta me hubiera escandalizado menos que su calificativo de lucha o guerra sagrada.

Una cosa más: la medida posiblemente más efectiva contra el terrorismo es la no venta de armas. Desgraciadamente el comercio de armas sigue boyante, por parte de unos y de otros. Los fusiles que les vendemos sirven para matarnos. Lo malo es que mi frase no es exacta: los fusiles que les venden los políticos y economistas que comercian con la sangre son los que sirven para derramar sangre inocente. Luego vienen los escándalos farisaicos y las preguntas sobre cómo acabar con eso. Con más armas, y así el comercio sigue creciendo. Lamentable.

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29
Sep
2015
La envidia
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La culpa del mal y de la muerte es la envidia del diablo. Así se expresa el libro de la Sabiduría (2,24), interpretando el texto del Génesis sobre el primer pecado de la humanidad. La última raíz del pecado, según este texto, no estaría en la desobediencia del ser humano, sino en la envidia del diablo que habría movido al ser humano a desobedecer a Dios.

Envidioso es el que mira al otro como un rival. En la medida en que yo solo pienso en mi mismo, me encierro en mi mismo y me busco a mi mismo, en esta medida me incapacito para encontrar al otro como otro. Los otros solo existen en la medida en que me sirven, en la medida en que puedo utilizarlos para mi propio provecho. Como esto nunca es así, porque los otros existen por sí mismos y para sí mismos, el envidioso ve rivales por todas partes y está continuamente pensando que lo que los otros tienen debería tenerlo él. El envidioso entiende la vida en términos de posesión y no en términos de don. Lo triste es que la posesión no llega nunca. Pues como dice la carta de Santiago (4,2) “envidiáis algo y no podéis alcanzarlo”. Y al no conseguirlo, el envidioso vive permanentemente defraudado.

Al afirmar que el pecado entró en el mundo por envidia del diablo, el libro de la Sabiduría ofrece una interpretación del mito del Génesis. Allí, la serpiente tentadora no se contenta con decir a la pareja humana: “seréis como dioses”. Lo que hay detrás de esta afirmación es: “Dios tiene miedo de que seáis como él”. El tentador presenta a Dios como el rival del ser humano. El origen del pecado está ahí, en considerar a Dios como un rival y no como el dador de toda vida. Si es un rival, es mi enemigo. Lo mejor que puedo hacer es alejarme de él.

Los evangelistas cuentan que Pilato era bien consciente de la inocencia de Jesús: “yo no encuentro en este hombre culpa alguna” (Lc 23,4.14). Pero añaden que Pilato también era consciente de que los sumos sacerdotes habían entregado a Jesús “por envidia” (Mc 15,10). Consideraban a Jesús como un rival. Pues su presencia abolía el privilegio que ellos se arrogaban de ser los intermediarios entre Dios y su pueblo. La envidia no es solo causa de enemistades entre los humanos. Hay algo peor: puede provocar el más terrible de los malentendidos, el de pensar que Dios es nuestro rival.

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25
Sep
2015
Un Papa que defiende la vida en todas sus dimensiones
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La vida hay que defenderla en su totalidad y en todas sus dimensiones. Eso ha dicho el Papa Francisco en su histórico discurso en el Congreso de los Estados Unidos. Un discurso interrumpido frecuentemente por los aplausos de los asistentes. Aunque, precisamente en el momento de los aplausos, quedaba claro que entre los asistentes había división de opiniones. Cuando el Papa habló de la defensa de la vida humana en todas las etapas de su desarrollo los aplausos fueron cerrados y prácticamente unánimes. Pero cuando el Papa hizo una de las aplicaciones de este principio, a saber la necesidad de abolir la pena de muerte, puesto que cada vida es sagrada y está dotada de una dignidad inalienable, entonces los aplausos no fueron tantos ni tan intensos. Lo que ocurrió en el Congreso de los Estados Unidos es un reflejo de lo que ocurre en muchos sectores sociales y católicos cuando el Papa se pronuncia: dicen estar de acuerdo con el principio, pero no con todas las consecuencias. Es la actitud farisaica del que, en el fondo, tampoco está de acuerdo con el principio. Hace tiempo que yo mismo escribí que la Iglesia se cargará tanto más de razón en la defensa de la vida del no nacido si esta defensa va precedida y acompañada –con mayor fuerza si cabe- de la defensa de las vidas de los nacidos.

Ante las Naciones Unidas el Papa ha vuelto a insistir en la defensa de la vida. Y esta vez ha sacado otra consecuencia importante: la necesidad de abolir las armas nucleares y de luchar contra el tráfico de drogas y de armas; también contra el comercio de órganos y tejidos humanos, la explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, así como contra el terrorismo y crimen internacional organizado. Esta defensa de la vida, en muchas ocasiones, requiere de la medicina de la misericordia, otra de las insistencias del Papa. Hay sectores católicos, que solo están de acuerdo con el principio de la misericordia, pero no con su alcance universal. Por eso dicen: misericordia según y cómo. La misericordia es una traducción adecuada del amor evangélico. Y el amor evangélico es incondicional y universal, tanto que alcanza incluso al enemigo. Son significativas las palabras que al respecto dijo Francisco en Cuba: “dónde hay misericordia está el Espíritu de Jesús, dónde hay rigidez están solamente sus ministros”. Ay, ay, ay: a ver si va a resultar que dónde están los ministros no está el Espíritu de Jesús.

No me resisto a terminar este post sin citar las palabras que Francisco dijo a propósito de unas mujeres que trabajan a favor de la vida, aunque a veces se han sentido incomprendidas incluso por la propia institución. Me refiero a las monjas de los Estados Unidos: “qué sería de la Iglesia sin ustedes, mujeres fuertes en primera línea del Evangelio. Les quiero mucho”. Una persona cercana me ha enviado este breve comentario a tales palabras: “la profecía primero denostada y luego alabada”.

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24
Sep
2015
Junípero Serra: siempre adelante
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Aproximadamente a las 23.15 hora española del miércoles, 23 de septiembre, el Papa Francisco pronunció la solemne fórmula por la que inscribía al mallorquín de Petra, el franciscano Junípero Serra, en el catálogo de los santos. Fray Junípero se convierte así en el segundo santo mallorquín después de Santa Catalina Thomàs. En este caso, el Papa ha prescindido de una condición para canonizar al nuevo santo, que muchos consideran importante, pero que, en realidad, no lo es, a saber, un segundo milagro. Pues el verdadero milagro, la auténtica maravilla de fray Junípero fue su espíritu evangélico que le impulsó a recorrer los siete mil kilómetros que separan Petra de Méjico y de California. La Misa de canonización ha tenido algunos detalles significativos: la primera lectura ha sido realizada en una de las lenguas nativas de América; la segunda ha sido leída magníficamente en inglés por una mujer con síndrome de down. Quizás no hibiera estado de más utilizar en algún momento la lengua nativa del santo (en la que, por cierto, hizo su profesión como religioso). Un buen grupo de paisanos de Junípero, encabezados por el Alcalde de Petra y por el Obispo de Mallorca, estaban presentes en la ceremonia.

La homilía del Papa ha sido breve, como debe ser toda buena homilía. En ella se han hecho presentes dos temas muy queridos por el Papa: la alegría del evangelio y la misericordia. Tras recordar que fray Junípero defendió a los indígenas contra los abusos de los colonizadores, abusos que hoy continúan, el Papa glosó las palabras de Jesús que envía a predicar el evangelio "a todas las gentes". En este "todos", dijo, estamos también nosotros. Predicar a todos el abrazo misericordioso del Padre, que calma las heridas y restaura el corazón, teniendo bien presente la realidad de cada una de las personas, su realidad de pobreza, de sufrimiento, de dolor o de sin sentido.

Una vez más el Papa invitó a la Iglesia a salir de sus enclaustramientos: el Pueblo de Dios no debe temer al error, debe temer al encierro, a aferrarse a sus propias seguridades. Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse en las estructuras que nos dan tranquilidad, mientras afuera hay una multitud hambrienta. Junípero Serra fue uno de estos varones audaces. Tuvo un lema que plasmó su vida: "siempre adelante". Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del evangelio. Siempre adelante porque el Señor espera, porque el hermano espera. Nosotros, en la estela de este gran santo, también estamos invitados a ir siempre adelante, a salir de nuestras comodidades e inercias, para encontrar la alegría del evangelio, una alegría que se experimenta cuando nos damos a los demás y les brindamos misericordia.

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