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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


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2
Abr
2013
Los hartos se contratan por pan
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En el primer libro de Samuel encontramos un texto ciertamente paradójico: “los hartos se contratan por pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía”. La primera paradoja es real. Las otras son deseos, esperanzas, profecías. Pero la primera (los hartos se contratan por pan) es real y cruel: los que tienen mucho, siempre quieren más; nunca están satisfechos. El codicioso no se harta de riquezas. Y esto, a costa de dejar a los demás en su pobreza. En vez de repartir, el rico quiere acumular cada vez más, a costa de que otros no tengan nada y mueran. Es la borrachera y la ceguera de la mentalidad capitalista. La borrachera del que, aún sabiendo que tanto pan y tanto vino, tanto exceso, tanta hartura, no son sanas e incluso conducen a la muerte, parece que no puede ni quiere parar. Mientras los ricos cada día son más ricos, los pobres cada día son más pobres.

Las otras paradojas: los hambrientos engordan, la mujer estéril da a luz siete hijos, están ahí para reavivar la esperanza de los pobres. Desgraciadamente, los fragmentos de realidad de tales paradojas, cuestan mucho tiempo y esfuerzo conseguirlos. Los cristianos, a veces, hemos pensado que se trata de realidades escatológicas. Y ciertamente lo son: el Reino de Dios, que cada día pedimos, llegará, y entonces encontraremos una mesa llena de manjares, más que suficientes, y todos buscaremos que el hermano sea el primer servido. ¿Este Reino sólo es escatológico y, por tanto, no es de este mundo? La esperanza cristiana nos dice que la espera de una nueva tierra y un nuevo cielo no nos evade de nuestras responsabilidades, sino que es un motivo más para luchar con todas nuestras fuerzas por un mundo más justo y más humano.

¿Qué podemos esperar en el aquí y el ahora, qué se puede esperar del ser humano en las condiciones de nuestro mundo presente? Poco, si miramos a los demás. Mucho si decidimos comprometernos ante la terrible crisis que atraviesa el mundo. La esperanza nacerá en medio de este compromiso. No estamos en condiciones de detenernos. Tenemos el deber de resistir. Le debemos un gesto a la vida. Y, por supuesto, le debemos un gesto a Cristo resucitado.

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29
Mar
2013
Resucitado con llagas
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Llama la atención (sobre todo en los evangelios de Lucas y de Juan) que Jesús resucitado tenga tanto interés en mostrar a sus discípulos sus manos y sus pies. ¿Qué tenían de especial sus manos y sus pies? El relato de la aparición de Jesús a Tomás ofrece una buena orientación. Tomás es el que había dicho: “si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos…, no creeré”. Por eso, cuando Jesús se aparece a Tomás, le dice: “acerca aquí tu dedo y mira mis manos”. Eran unas manos llagadas. ¿Qué significa esto, un resucitado con llagas? Puestos a ver un martirizado resucitado, uno esperaría ver un cuerpo totalmente renovado, rejuvenecido, limpio, sin heridas ni huellas del martirio. Y, por otra parte, puestos a hablar de resurrección, lo que diría cualquier mentalidad medianamente crítica es que la resurrección es un acontecimiento trascendente, que de ningún modo puede ser vista con ojos de este mundo. El resucitado no vuelve a la tierra, entra en el cielo de Dios.
 

Y, sin embargo, Jesús resucitado toma la iniciativa: se deja ver, impone su presencia, provoca un encuentro. Los discípulos buscan un cadáver, para manifestarle respeto y cariño. Jesús resucitado busca a sus discípulas y discípulos e impone su presencia. ¿De qué modo? Como se imponen las cosas de la fe, respetando la libertad y los tiempos, sin forzar, con pedagogía. No se presenta con fuerza y poder, sino con amor y desde el amor. Por eso a veces no es fácil reconocerlo. Y, sin embargo, es él. Él mismo que fue crucificado es el que Dios ha resucitado. Esta igualdad queda expresada por medio de las llagas que porta el Resucitado. Pero estas llagas son algo más que un modo de decir “soy yo mismo”. Las llagas son expresión de identidad, o sea, pertenecen a su nuevo ser de resucitado. Dicho de otro modo: Jesús, vencedor de la muerte, no abandona lo caduco de la existencia mortal. La debilidad de la carne mortal ha sido asumida en la gloria del cuerpo resucitado.
 

Entendido así (Jesús resucitado no abandona su cuerpo mortal), la “desaparición” del cadáver tendría un sentido teológico. La pregunta no sería si aporta o puede aportar algo a la resurrección el cuerpo muerto de Jesús, sino qué aporta el Padre, que acoge a Jesús en su gloria, a la existencia terrena de Jesús. A Jesús y a nosotros, el Padre nos acoge con toda nuestra realidad, purificada y transformada, pero no por eso menos nuestra y menos real.

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26
Mar
2013
Este es el hombre
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Según cuenta el cuarto evangelio, los soldados romanos, tras azotar a Jesús, ponerle una corona de espinas, vestirle con un manto de púrpura, abofetearle y burlarse de él, lo devolvieron a Pilato. Este, señalando a Jesús, dijo a la multitud: “aquí tenéis al hombre”, o más exactamente: “mirad: este es el hombre”. Decir que Jesús es “el hombre” es mucho más que decir: Jesús es un hombre. No es uno más entre los hombres. Es “el hombre”, el prototipo, el paradigma de humanidad; en él se realiza lo que es el hombre. Según interpreta el teólogo Joseph Ratzinger, para un filósofo cínico como Pilato, estas palabras significaban algo así: nos enorgullecemos del ser humano, pero ahora, contempladle, aquí tenéis a este gusano despreciable; este es el hombre, así de pequeño. Mirando a Jesús coronado de espinas, las palabras de Pilato dejaban muy claro la poca cosa que es el hombre.


Y, sin embargo, el evangelista ha visto en estas palabras otro sentido teológico y salvífico. En primer lugar: en Jesús maltratado y crucificado podemos leer lo cruel que puede ser el hombre, hasta donde puede llegar la maldad humana; en Jesús crucificado vemos reflejada la historia del odio y del pecado, el pecado del mundo. Pero en Jesús crucificado podemos leer también hasta dónde llega su amor por los seres humanos, pues cuando le insultaban no devolvía el insulto, en su pasión no profería amenazas. Sus palabras en la cruz eran de perdón para con aquellos que le martirizaban. Este amor de Jesús es un reflejo del amor de Dios. Por tanto, sí: este es el hombre que Dios ama y en el que se refleja el amor de Dios hacia todos los seres humanos. Ahí, en este hombre, se realiza el designio de Dios y la historia de amor que quiere hacer con cada uno de nosotros. Cito de nuevo a Ratzinger: “En El, en Jesucristo, podemos leer lo que es el hombre, el proyecto de Dios y nuestra relación con él”.
 

Jesucristo es el hombre amado por Dios, que da su vida por nosotros, que muere amando. Y al morir amando rompe la espiral de violencia de aquellos que sólo odian. Al no responder con odio, vence al odio y lo mata en su propio cuerpo. Por eso, sí: en Jesús tenemos al hombre, porque solo somos hombres cuando amamos. En la mayor degradación, Jesús es amado por Dios y manifiesta el amor de Dios y el amor que es Dios. La pregunta qué es el hombre encuentra su respuesta en el seguimiento de Cristo. Siguiendo sus pasos nos encontramos con nuestra auténtica humanidad pues, en su seguimiento, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

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23
Mar
2013
En la Eucaristía no se celebra la Última Cena
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Cuando se acerca la Semana Santa hay quienes se complacen en recordar la relación de estas celebraciones con la Pascua judía. Más aún, algunos dan una gran importancia al hecho de que Jesús, el jueves santo, celebrase la Pascua judía y fuera precisamente durante esta celebración cuando se instituyera la Eucaristía o Pascua cristiana. De hecho, en la liturgia del Jueves Santo la primera lectura, del libro del Éxodo, recuerda precisamente la Pascua judía; y como las lecturas de la liturgia parece que están relacionadas, es fácil caer en la tención de pensar que esta primera lectura es el antecedente de lo que se recuerda en la segunda lectura que relata la tradición eucarística que “procede del Señor”.
 

Hoy, los exegetas y los teólogos no se ponen de acuerdo sobre si aquella Cena, que se conmemora el jueves santo, fue una cena pascual o una cena de despedida. En lo que sí parecen estar de acuerdo es que los relatos sobre aquella cena llevan el sello de la práctica litúrgica. Más aún, estos relatos interpretan las palabras de Jesús sobre el pan y el vino como una institución: lo que allí sucedió debía continuar en las comunidades de discípulas y discípulos de Jesús. Y ahí surge una pregunta decisiva: ¿qué es exactamente lo que el Señor ha mandado celebrar y repetir? Joseph Ratzinger responde claramente: lo que el Señor mandó repetir no fue la Cena pascual (suponiendo que fuera eso lo que él celebró), ni tampoco su última comida en la tierra antes de su muerte. El mandato se refiere sólo, dice Ratzinger, a aquello que constituía una novedad en los gestos de Jesús de aquella noche: la fracción del pan, la oración de bendición y acción de gracias y las palabras sobre el pan y el vino.
 

En otras palabras: lo que la Iglesia celebra no es la última cena de Jesús, sino lo que el Señor ha instituido durante la última cena. No celebramos lo que Jesús celebró, sino lo que Jesús hizo durante aquella celebración. De hecho, en las primeras comunidades cristianas, la Eucaristía iba precedida de una cena. Pero debido a los abusos que esto terminó acarreando, a saber, que en la cena había distinciones entre los comensales, los ricos comiendo bien y los pobres comiendo humildemente (encontramos un buen testimonio de esto en la primera carta a los Corintios), debido a estos abusos, digo, ya desde muy pronto se separó la “cena del Señor” y la comida normal, convirtiendo la cena del Señor en una liturgia. Y ahí continuamos hoy, con una liturgia, memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Precisamente por eso, su “día” ya no es el jueves, sino el domingo, día en que Cristo resucitó.

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20
Mar
2013
Francisco ofrece amistad a líderes religiosos
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Como un servicio más de su ministerio, el Papa ha recibido a los representantes de las distintas Iglesias cristianas, de la comunidad judía, del Islam, del budismo y de otras religiones. Nadie discute que la Iglesia de Roma es la madre y cabeza de todas las Iglesias católicas. No es menos cierta su capacidad para convocar a los líderes de las otras Iglesias cristianas y de las distintas religiones mundiales. Ya quedó bien patente en Asís en los encuentros organizados por Juan Pablo II y Benedicto XVI para orar junto con ellos. Ahora, Francisco ha recibido a estos representantes, como signo de comunión y fraternidad con todos. Con unos, comunión en Cristo; con otros, unido en la común paternidad de Dios.

De nuevo los gestos han tenido su importancia: reconocer explícitamente que el Patriarca de Constantinopla es el sucesor del apóstol Andrés; sentarse en un sillón igualitario y no en un trono, la referencia a Juan XXIII, el reconocimiento del cambio que ha supuesto el Vaticano II en este clima de entendimiento y hermandad. La Iglesia católica, ha dicho el Papa, es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de distintas tradiciones religiosas. No sólo eso: es consciente de la amistad y respeto que merecen los no creyentes. Un signo de este respeto estuvo en el momento en que se despidió de los periodistas acreditados para seguir el Cónclave evitando con ellos (muchos no creyentes) una bendición que solo tenía sentido para los creyentes. Los que no son religiosos son nuestros aliados en el compromiso para defender la dignidad humana, para construir la paz y defender la integridad de la creación.

Todo esto, ha dicho Francisco, forma parte del plan de Dios, pero requiere “de nuestra leal colaboración”. O sea, nada de fáciles apelaciones a la oración que sean una excusa para nuestra pasividad o un olvido de que Dios sólo actúa a través de la acción humana. Estamos ante un plan que necesita de nuestra inteligencia, voluntad, esfuerzo, trabajo. O si se prefiere una palabra más evangélica, requiere de nuestra conversión. Un cambio de mentalidad. Todos somos hermanos, todos somos responsables los unos de los otros, no podemos permitirnos el lujo de excluir a nadie, a todos debemos tender la mano y acoger la mano tendida del otro. Los católicos debemos ser los primeros en tender la mano. No se trata de esperar que lo haga el otro. Se trata de ofrecer y, al ofrecer, provocar la respuesta. Y acogerla con agradecimiento y humildad.

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19
Mar
2013
Custodiar es servir con amor
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El último gesto llamativo del nuevo Papa ha sido bajar del coche desde el que saludaba a los fieles, congregados en la Plaza de San Pedro, para besar a un discapacitado. Pero hoy hemos pasado de los gestos a sus primeras palabras programáticas: las pronunciadas en la Misa del inicio de su ministerio petrino. Pronto llegarán los primeros hechos, o por mejor decir, las primeras decisiones, empezando (es de suponer) por los nombramientos de nuevos responsables de la Curia romana. Aunque estos nombramientos sean importantes, no son “lo importante”. Lo importante es anunciar el Evangelio a los pobres, sanar los corazones desagarrados, crear un clima de entendimiento dentro de la Iglesia, favorecer la paz entre pueblos y personas.

Entre los primeros gestos, palabras y hechos, tendremos ya criterios, espero que convergentes, para valorar lo que este Papa puede ofrecer a la Iglesia y al mundo. Me quedo con algunas ideas de su homilía en la Misa de inicio de pontificado ante dignatarios de la Iglesia y representantes de las naciones. Porque de eso se ha tratado: de una homilía, sencilla, breve, sentida. No de un discurso. Porque en la Eucaristía no se hacen discursos, se hacen homilías. Algo está cambiando y es posible que el cambio no guste a todos. Una homilía que tomando pié del Evangelio y de la figura de San José, ha suscitado en el Papa una pregunta fundamental: ¿cómo vive José su vocación de custodio de María y de Jesús? Con atención constante a la voluntad de Dios pero, precisamente por eso, siendo más sensible a las necesidades de las personas que se le han confiado, atento a sus sentimientos. Imitando a José, nosotros debemos custodiar a Cristo en nuestra vida para así mejor guardar a los demás y a la creación.

Esta vocación cristiana de custodio es también la vocación de todo ser humano. Estamos llamados a ser custodios unos de otros, a protegernos mutuamente. Somos responsables de la creación y responsables de cada uno de los hombres, sobre todo de los más pobres y necesitados. Se es custodio cuando se sirve con amor. Solo el que sirve con amor sabe custodiar. Este es el verdadero poder de Pedro, este es su ministerio: un ministerio de servicio, al que el Papa ha invitado a sumarse a los responsables de las naciones y a todos los seres humanos. Todos estamos llamados a servir, abriendo así resquicios de luz en medio de tantas nubes, para que brille la estrella de la esperanza.

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17
Mar
2013
Signos, detalles y humor del Papa Francisco
13 comentarios

Una persona que me honra leyendo mi blog, me envía estas dos fotos que reproduzco. Y me dice, de forma lapidaria y telegráfica: Los zapatos “dicen mucho de los pies de una persona. Cómo camina por la vida. Los pies del caminante”. Y añade: “zapatos de siempre, negros y con cordines, hechos a los pies y al caminar por calles y caminos. No son zapatos de salón y alfombra. Normalidad”.

Son, dice esta inteligente lectora, “detalles que enamoran, que acercan. Puntillas y capisayos de otra época crean barreras textiles. Modos aristocráticos, clasistas”. Y termina así su correo: “Papa Francisco transmite el mensaje de que ser papa y mantener usos y costumbres de persona normal, pueden y deben ir de la mano”.

La foto está sacada de Larazón.es. Por cierto, en esta página pueden encontrar este titular: “Bergoglio ayudó a jesuitas perseguidos durante la dictadura. Incluso entregó su DNI a uno de ellos para que cruzara la frontera”.

La viñeta veo que circula por internet. Es un detalle de humor significativo y agradable. En la Iglesia hace falta mucho humor. Si en vez de tragedia y grandilocuencia pusiéramos humor, probablemente estaríamos más cerca del modo habitual de hablar de Jesús.

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15
Mar
2013
Significativos gestos del Papa Francisco
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Hay gestos que despiertan ilusiones. Algunas anécdotas del nuevo Papa hacen pensar que algo puede cambiar en la Iglesia. Aunque, por otra parte, nada cambiará si esos gestos no mueven a otros a colocarse en parecida dirección. El Papa ha pedido a los argentinos y, supongo que por extensión a los españoles, que no viajen a Roma para su Misa de entronización, sino que le acompañen con un gesto espiritual. Espiritual viene de Espíritu Santo. El gesto espiritual consiste en compartir con los pobres el dinero que se ahorran con su no viaje a Roma. No nos engañemos: un gesto así desmonta la tendencia espontánea de diócesis y parroquias, ansiosas de organizar grandes viajes con sus responsables al frente, como signo de fidelidad al Papa. Es un dato más en línea con otros que se cuentan, como el de recoger personalmente su maleta de la pensión en la que estuvo los días anteriores al Cónclave y pagar los gastos del hotel.

Todos sus conocidos, cercanos y lejanos, tienen algo que contar. Empezando por una novia adolescente y continuando por los socios de su equipo de fútbol, el san Lorenzo de Almagro que viste de blaugrana. Igualmente ha hablado, para bien, algún que otro joven que se confesaba con el jesuita P. Bergoglio. Porque tenemos un Papa jesuita, garantía de buena formación teológica; lleva el nombre del franciscano más ilustre, garantía de sensibilidad hacia los marginados; viste el hábito blanco de los dominicos, garantía de amor a la verdad y apertura de mente. La vida religiosa rehabilitada. También empiezan a aparecer las “sombras”. Hay interés en intoxicar desde ahora. No hay que rasgarse las vestiduras. Y ser maduros. Seguramente, de todos los posibles perfiles, el que ha salido es de los mejores.

Los que tuvieron alguna reserva o roce con el Cardenal Bergoglio, ahora se apresuran a dejar claro que siempre se sintieron bien tratados, dicen que ha sido un buen Obispo, y valoran su cercanía a los pobres y su crítica a algunas formas de poder. Pues muy bien, porque el pasado forma parte del presente y condiciona el futuro.

No es que hable sin papeles, pero es espontáneo. Habla desde el ambón, pero sienta cátedra. Habla en italiano a los cardenales y no en latín, porque así nos enteramos todos. Lo importante: este Papa está suscitando esperanza. Estamos ante una nueva etapa. Aprovechemos la ola de esperanza para sentirnos orgullosos de formar parte de la Iglesia, para nuestra renovación espiritual y para reavivar nuestra ilusión por el Evangelio.

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13
Mar
2013
Papa Francisco
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Papa Francisco IYa tenemos nuevo Obispo de Roma, ya tenemos nuevo Papa. Que haya salido relativamente pronto puede ser un signo de que el Colegio cardenalicio no estaba tan dividido como se decía. En cualquier caso habrá que estar atentos a sus intervenciones en los próximos días para adivinar cuál va a ser su línea de gobierno. Porque al Papa se le valora, ante todo, por su forma de gobernar la Iglesia. Es posible que este Papa nos depare alguna sorpresa (sorpresa fue la convocatoria del un Concilio por Juan XXIII o la renuncia de Benedicto XVI). Pero, en todo caso, no hay que esperarlas en los primeros días. Los cambios en la Iglesia son lentos. El Papa necesitará algún tiempo para hacerse una idea precisa de la situación con la que se encuentra.

No ha salido uno de los candidatos más nombrados que entraron en el Cónclave como “papables”. Pero sí ha salido el que dicen que tuvo más votos en el Cónclave anterior después de Benedicto XVI. Se trata de un jesuita argentino. A mí me parece una excelente noticia que se trate de un religioso latinoamericano, con un talante abierto. Tiene 77 años, es ya un Papa mayor, pero eso no es lo importante. Lo es mucho más que haya sido un Obispo cercano a su pueblo. Si el nombre indica una identidad, el nombre de Francisco ofrece muy buenas sensaciones. Sea la pobreza de Francisco de Asís o la gran tarea misionera de Francisco Javier.

Al nuevo Papa le espera una importante tarea hacia el interior de la Iglesia y una no menos importante de cara al exterior. Hacia dentro conviene proseguir con la limpieza comenzada por Benedicto XVI. Sea cual sea el alcance de la corrupción, escándalos y ambiciones, la Curia precisa de una seria reforma que la ponga más en sintonía con el Evangelio al que debe servir. Todo lo que parece impropio de este servicio debe ser expurgado. Por otra parte, la Iglesia tiene una grave responsabilidad que va más allá de sus asuntos internos, a saber: anunciar con valentía y de forma creíble el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, hacer presente el Reino de Dios en un mundo muchas veces hostil a lo que el Reino representa y exige. La Iglesia debe dejar de mirarse a sí misma (aunque para ello deba comenzar por poner orden dentro de su propia casa), para ocuparse y preocuparse de un mundo en el que hay muchos pobres, que tienen hambre de pan y de justicia, y muchas otras personas que buscan sentido para su vida. ¡Ojalá que el nuevo Papa nos estimule por este camino!

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9
Mar
2013
La Iglesia que nace del Crucificado
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Los escritores cristianos antiguos repiten con frecuencia que la Iglesia nace del costado de Cristo crucificado. De este costado, según dice el evangelista, brotó sangre y agua, signo de los dos sacramentos (el bautismo y la eucaristía) que constituyen la Iglesia. Del mismo modo que, de la costilla de Adán, Dios sacó a una mujer, valdría decir que del costado del Crucificado, Dios saca a la Iglesia, esposa de Cristo. Pero si es verdad que la Iglesia nace de la cruz, entonces sólo cuando la Iglesia se solidarice con todos los crucificados de la tierra, quedará manifiesta su marca de origen. El nacimiento es determinante del desarrollo. No es posible que de un árbol bueno salgan frutos malos. El árbol de la cruz tiene que dar frutos en consonancia con lo que él es. Y los frutos, si son buenos, alimentan con la savia que viene del árbol.


Por otra parte, si en la Cruz de Cristo Dios ha dicho la decisiva palabra para la salvación del mundo, entonces los efectos de la cruz permanecen para siempre. El hecho de que siempre habrá Iglesia se basa en el carácter definitivo del acontecimiento de Cristo. Pero de ahí no es posible deducir cómo tenemos que configurar la Iglesia y como será su futuro. Somos nosotros los que, mirando al Crucificado, pero también mirando a los crucificados de la tierra, tenemos que construir una Iglesia en consonancia con la vida de Jesús. La promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia no incluye que los países y territorios que una vez fueron cristianos, lo seguirán siendo, ni tampoco incluye la garantía de que un día la mayor parte de la humanidad será cristiana.


La esperanza que se fundamenta en la cruz es una esperanza crucificada. Excluye, por tanto, toda forma de Iglesia triunfante. Más aún: la pobreza y la persecución son características de la Iglesia de Cristo. El futuro de la Iglesia sólo puede ser un futuro en el que ella, aunque atribulada, no quedará aplastada; aunque desconcertada, no desesperará; aunque perseguida, no será aniquilada (cf. 2Co 4,8-9). Podríamos añadir: aunque minoritaria, será luz para la mayoría. Cuando esto ocurra se manifestará en ella la vida de Jesús (cf. 2Co 4,10-11), la vida que nace del costado del Crucificado.

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