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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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10
May
2013
Ascensión: metáfora y realidad
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La metáfora no es algo falso. Es una comparación entre dos realidades, una desconocida o difícil de expresar y otra más asequible y fácil de entender, para lograr hacerse una idea aproximada de la primera a partir de la segunda. Cuando, para referirnos a la Ascensión del Señor, utilizamos términos como “subió a los cielos” o “está sentado a la derecha del Padre”, estamos empleando metáforas que ayudan a dar un contenido a nuestra fe. Porque la fe quiere comprender, precisamente porque se refiere a realidades decisivas en las que está en juego la vida humana. Tomás de Aquino, en su Comentario al Símbolo de los Apóstoles, dice: “el término ‘derecha’ no se aplica a Dios en el sentido material, sino metafórico”. Lo que se pretende decir con este término es que Jesús es igual al Padre, y que con su ascensión ha alcanzado el mayor de todos los bienes, que es la vida con Dios. Sto. Tomás añade que esto de alcanzar el mayor de todos los bienes va dirigido contra el diablo, que según el profeta Isaías (Is 14,13) quiere poner su trono por encima de las estrellas de Dios y asemejarse al Altísimo. Ahora bien, dice nuestro autor, “esto no se cumplió sino en Cristo”.

 

Ahora que estamos llegando al final del tiempo pascual, vale la pena notar que la Pascua, clave y centro de la fe, punto de partida cronológico y teológico de la fe cristiana, es un acontecimiento de una riqueza tal, que es imposible describirlo con una sola imagen. Por eso celebramos el misterio pascual durante cincuenta días, y luego prolongamos esta celebración cada domingo. Se trata de un acontecimiento único, aunque nosotros, para entenderlo mejor, lo celebremos por etapas. Dicho de otra manera: Viernes Santo, Pascua, Ascensión y Pentecostés son la misma realidad. Se puede hablar de cuatro momentos pero más bien son distintas perspectivas del mismo acontecimiento. ¿Cuándo sube Jesús al cielo, cuando entra en el mundo de Dios para nunca más morir? El día de su resurrección. La resurrección es la subida de Jesús al cielo. Y desde el cielo asegura la perenne efusión del Espíritu, que él entregó el día de su Crucifixión: al morir, dice el evangelio de Juan, entregó su espíritu. Y al morir, ¿qué ocurrió? Pues eso, que Dios le acogió para siempre en su seno.

La unidad entre resurrección y exaltación, notificada en casi todos los escritos del Nuevo Testamento, parece haberse roto en Lucas, que entre resurrección y ascensión intercala un tiempo (simbólico) de cuarenta días. Este relato es el que más ha influido en las concepciones corrientes de la fe. Pero esto no debe hacernos perder de vista el sentido teológico de la ascensión, a saber: el ser de Jesús con Dios y el nuevo modo de estar con nosotros desde Dios.

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8
May
2013
Los otros matrimonios mixtos
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Se entiende por matrimonio mixto el contraído entre personas de distinta confesión cristiana (una católica y un protestante) o de distinta religión (un católico y una musulmana). Este tipo de matrimonios, sobre todo los contraídos entre personas de distinta confesión cristiana, no deberían plantear mayor problema. Se da el caso, en muchos de ellos, sobre todo si son buenos creyentes, que un cónyuge suele acompañar al otro a los oficios de su Iglesia. Pero hoy está siendo cada vez más frecuente un tipo de matrimonio “mixto” entre un cónyuge religioso y practicante o, al menos, un cónyuge que antes del matrimonio vivía su fe sin ningún conflicto personal, y otro cónyuge ateo, e incluso, anti-católico o anti-clerical. En algún caso ocurre que la parte católica, sobre todo si está muy convencida de su fe y la vive con firmeza, arrastra a la otra parte a la fe, o al menos, a que la respete. Pero lo más frecuente es que sea la parte no católica la que obligue o fuerce a la otra parte a dejar de practicar.

Cuento dos casos. El de una pareja, que viven como unión civil, porque uno de ellos no es religioso. Han tenido un hijo. La parte católica quiere bautizarlo. Tras algunas tensiones, la otra parte consiente. Segundo caso: otra pareja, que viven como unión civil (ya que uno no sólo no cree en el sacramento, sino que lo rechaza) han tenido un hijo. Y aunque la parte católica quiere bautizarlo, la otra parte se opone. Por el bien de la paz y del amor, no hay bautismo. En estos casos no valen las recetas generales y apriorísticas, porque cada caso es distinto. El matrimonio está fundamentado en el amor, no en la fe, aunque la fe es un componente que marca totalmente a una persona. Por eso, una persona creyente, convencida, que pone a Dios por delante de todo, puede decir tranquilamente a otra persona de la que se ha enamorado: Dios es lo primero y si Dios no entra en nuestra relación, yo te seguiré queriendo mucho, pero mi relación contigo tiene un límite.

Lo que ocurre es que la mayoría de los creyentes no viven su fe con esta convicción e intensidad. Y por eso, el enamoramiento hace que sea su fe la que sufra las consecuencias. No cabe responder que no hay auténtico amor. Se puede amar de verdad al que no comparte la fe. Dios les ama. ¿Por qué no voy a poder amarle yo? Antes, estas situaciones se arreglaban de otra manera, se guardaban las apariencias. Hoy la fe ha perdido apoyo y arraigo social. De ahí se derivan algunos problemas. Como cristianos, como Iglesia, debemos preguntarnos cómo acompañar a estas personas sinceramente enamoradas de una persona no religiosa. Habrá que practicar una pedagogía, hecha de paciencia y cercanía, tanto para la parte creyente como para la no creyente.

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4
May
2013
Francisco y Benedicto muestran el camino
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No lo tenían fácil. Pero lo están haciendo bien. Muchos se preguntaban cómo iba a ser la convivencia entre dos Papas viviendo tan cerca el uno del otro. Las imágenes dan la respuesta: hay sintonía entre Francisco y Benedicto. Francisco (a él le corresponde la iniciativa) está mostrando gran cariño y fraternidad hacia su predecesor. Normalmente, entre los humanos (y en la Iglesia lo somos tanto como en cualquier otra instancia) las relaciones entre los que han mandado no suelen ser fáciles. No les gusta que les comparen con su sucesor o su predecesor. Y el que ocupa el poder suele marcar distancias para que quede claro que las cosas han cambiado y que es él quién lleva la batuta.

Eso ocurre cuando se trata del poder. Entre los humanos (y en la Iglesia lo somos también) el poder es lo que más se ambiciona. Es la delicia de las delicias. Pero ya Jesús advirtió que eso era precisamente lo que no podía ocurrir entre los suyos. Los suyos están llamados a ser servidores. Entre los suyos no hay “padres” que hagan de patrones: no llaméis a nadie padre sobre la tierra, porque todos sois hermanos. Ver al Papa Francisco, sentado en una silla, al mismo nivel que el resto de los fieles que están orando en una capilla, es un gesto inédito, pero significativo: ante Dios todos somos iguales, porque él nos ama a todos por igual. A todos por igual. A todos con todo su amor. ¡Al Papa le ama igual que a mí! ¡A la Virgen María la ama igual que a mí!

Ver al Papa Francisco rezando junto con Benedicto es un presagio de tiempos más fraternos en la Iglesia. Ayuda mucho esta con-fraternidad papal, orando juntos. A los aferrados al poder, a los que piensan que cuanta más separación y distancia, más poder, les cuesta comprender esta dimensión de servicio y fraternidad que denotan los gestos papales. Porque si él se presenta de esta guisa, entonces sus colaboradores deben también ponerse en la misma sintonía. Y, junto con sus colaboradores en la curia vaticana y en el resto de curias, todos los fieles, empezando por aquellos que tenemos responsabilidades pastorales. Oler a oveja es algo más que una metáfora. Oler a oveja indica que uno está cerca de aquellos a quienes debe cuidar y mimar. Si se trata de mandar, se guardan las distancias y no se huele a nada. Si se trata de cuidar y de servir, las distancias desaparecen. Entre Francisco y Benedicto parece que hay muy poca distancia. Entre Francisco y las demás personas hay cercanía. Cuando hay cercanía nos comprendemos mejor y nos resulta más difícil condenar.

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1
May
2013
La nueva familia que Jesús vino a crear
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Además de las situaciones familiares, de las que he hablado en un post anterior, hay otro tipo de realidades familiares, de las que hoy se habla menos entre los cristianos. El Papa Benedicto XVI se ha referido en distintas ocasiones a la “nueva familia” que Jesús vino a crear. Nueva sí, porque el matrimonio de un varón y una mujer no era en tiempos de Jesús una realidad nueva; este tipo de matrimonio aparece prácticamente desde que existen seres humanos y siempre ha sido considerado por la Iglesia como una realidad natural, querida y bendecida por Dios. Pero con Jesús aparece un tipo “nuevo” de familia, porque rompe con los cánones de esa familia fundada en la carne y en la sangre.

La familia que Jesús busca, por encima de cualquier otra consideración, es la que se fundamenta en la fe y en el amor. “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”, pregunta un día provocativamente Jesús, precisamente delante de su familia de la carne. Y señalando a otros distintos de esa familia de la carne, señalando a aquellos que estaban escuchando su palabra, Jesús dice: “esos son mi madre y mis hermanos, lo que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”.

Toda persona está invitada a formar parte de esta nueva familia de Jesús. A lo largo de la historia, algunos varones y algunas mujeres han querido imitar más de cerca ese nuevo tipo de familia de Jesús, esa fraternidad no fundamentada en la carne, sino en el amor, y se han creado así familias de varones y de mujeres célibes, que querían con este signo del celibato “repetir” en sus vidas el celibato de Jesús, mostrando así cuál es la nueva familia que quiere Jesús. Es una pena que cuando se habla de familia en la Iglesia, en los tiempos actuales, parece que sólo se piensa en un posible tipo de familia.

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28
Abr
2013
Meterse en política como Santa Catalina de Siena
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Cuando un cristiano, en nombre de su fe, levanta la voz en cuestiones de moral social, de justicia, de solidaridad, de compartir los bienes, siempre hay quien dice: eso es meterse en política. Pues sí, claro que es meterse en política. Pero no decir nada, o hablar sólo de familia y sexualidad, también es meterse en política. La cuestión no es si hacemos o no política, porque hagamos lo que hagamos, siempre hacemos política. La cuestión es qué tipo de política hacemos y por qué hacemos ese tipo de política.

Santa Catalina de Siena, copatrona de Europa, cuya fiesta se celebra el 29 de abril, se metió en política. La vocación orante de Catalina se compagina perfectamente con sus ingeniosas maneras de servir a los pobres. Ella sale a la calle para ocuparse de enfermos con enfermedades contagiosas, que nadie quiere atender y que sufren continua soledad. Escucha con atención el grito de los pobres, de los enfermos, nuevos Cristos sufrientes. Cuanto más avanza Catalina en la vida del Espíritu, tanto más se compromete con el mundo. Identificada plenamente con los sentimientos de Cristo, se convierte en una predicadora itinerante que tiene por púlpito la calle. Y, con su escasa cultura, habla con sabiduría ante las autoridades y ante el mismo Papa, ante políticos y eclesiásticos, instándoles a cambiar de actitudes. Algo inaudito para una mujer de 25 años, en el siglo XIV. ¿Seria mucho atrevimiento dibujarla con los rasgos de algunas indignadas de hoy que con una edad similar han reclamado otra política y otra economía en plazas y calles de ciudades españolas?

En todo caso, Catalina de Siena es un claro ejemplo de que cuanto más arraigado está uno en Dios, tanto mejor apóstol es. Una cosa lleva a la otra, pues la oración no es nunca una evasión de nuestras responsabilidades terrenas, ni la mística un olvido de las necesidades de la tierra. Al contrario, la contemplación de las cosas divinas nos lleva a una visión afinada de las miserias y dolores de los hombres. La unión con Dios muestra su autenticidad en el servicio al prójimo. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y el uno es la mejor prueba del otro.

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22
Abr
2013
Familia, situación religiosa amplia
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Hay todo tipo de situaciones familiares. Unas más aceptadas social y religiosamente y otras religiosamente menos aceptadas. Pero incluso entre las personas cuya situación no plantea problemas a la doctrina católica, no todas viven su matrimonio de forma “ideal”. En nuestra nación existen centros de ayuda a personas con situaciones familiares difíciles atendidos por instituciones religiosas. Otras parejas, en situación canónica irregular, requieren un acompañamiento pastoral específico. En España hay algunas asociaciones católicas de divorciados vueltos a casar.

Por otra parte, el concepto cristiano y católico de familia monógama, no es compartido por todas las religiones. El Islam acepta la poligamia. Más aún, el Antiguo Testamento, sin que aparezca una palabra de reproche o condena, cuenta que Abraham tuvo dos esposas, Jacob tuvo cuatro y David 99. Aunque a muchos les resulte sorprendente vale la pena escuchar las razones que algunos dan para justificar la poligamia (esterilidad, enfermedades que impiden tener relaciones sexuales, varones con altos niveles de testosterona).

Es bien sabido que la Iglesia católica no acepta el divorcio. El matrimonio es indisoluble, monógamo y para toda la vida. Otra cosa es la nulidad matrimonial, que hay que distinguir claramente del divorcio civil. Nulidad es la declaración de que nunca ha habido matrimonio. La Iglesia ortodoxa procede de otra manera, pues acepta un segundo e incluso un tercer matrimonio, cuando el primero se quiebra. La Iglesia ortodoxa acepta que tras el divorcio (reconoce, pues, que hubo matrimonio, pero que este se ha quebrado, se ha roto) se pueda contraer un segundo matrimonio mediante el sacramento de la Iglesia. En estos casos, la celebración no tiene el honor y la dignidad del primer matrimonio y algunas oraciones tienen un tono de perdón.

Dentro de la comunidad católica, hoy existen otro tipo de situaciones familiares que van más allá del conjunto mujer, varón e hijos de esta pareja. Es el caso de un varón o una mujer solteros con hijos o hijas adoptados. Estamos ante una realidad nueva, que no plantea problemas desde el punto de vista de la fe, y que requiere una atención pastoral personalizada.

Estos ejemplos, no exhaustivos, de diferentes situaciones familiares, religiosamente hablando, tienen distintas valoraciones. Ahora bien, no compartir determinadas posturas no tiene que ser obstáculo para apoyarlas en lo bueno que tienen y respetarlas en aquellos aspectos, más o menos discutibles, que no compartimos.

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18
Abr
2013
Padre con entrañas maternales
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Resulta muy llamativo eso que dice el Credo de la fe cristiana, tal como fue formulado en el siglo IV: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos… Engendrado, no creado”. Más aún: hay un Concilio de la antigüedad (el Concilio de Toledo, año 675) que afirma que “el Hijo fue engendrado y nació del seno del Padre”. O sea, Dios Padre tiene un Hijo, que nace de su seno, porque él lo ha engendrado. Nosotros no solemos decir que el padre engendra y mucho menos que tiene un seno. La que engendra, la que da a luz, la que porta al niño en su seno, es la madre, aunque evidentemente el padre interviene en el engendramiento. En todo caso, entrar en estas cuestiones de tipo sexual para ver hasta qué punto pueden aplicarse a Dios me parece una equivocación. Porque Dios es trans-sexual, está más allá de las distinciones sexuales. En todo caso, una buena analogía para entender la “generación” en Dios sería la de la mente humana que engendra la palabra.

Ahora bien, el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. De ahí se deduce que, en cierto modo, Dios es semejante al ser humano. Y por tanto, tiene que integrar en su realidad divina lo que en nuestro campo se llama masculino y femenino. De hecho, en la Sagrada Escritura, se atribuyen a Dios cualidades tanto masculinas como femeninas. El Antiguo Testamento presenta varias veces el amor de Dios a su pueblo bajo la figura de madre. El profeta Isaías (49,14-15) compara a Dios con una mujer que no olvida al hijo de sus entrañas. En Is 66,13 se dice que Yahvé consuela como una madre; en el Salmo 131 se compara a Dios con el regazo de una madre; y en otros textos el amor de Dios es comparado al amor de una madre que lleva a su pueblo en su propio seno, dándolo a luz en el dolor, nutriéndolo y consolándolo (Is 42,14; 46,3-4).

En la conocida como parábola del hijo pródigo, la reacción del padre ante el hijo que vuelve evoca las entrañas maternales: “todavía estaba lejos cuando el padre lo vio y, conmovido en sus entrañas, corrió a su encuentro y se lanzó a su cuello, cubriéndolo de besos” (Lc 15,20). Los rasgos son aquí más maternales que paternales. Se trata de un padre con sentimientos y entrañas maternas. Para caracterizar quién es el Padre del cielo no bastan las características del padre terreno; hay que añadir además las perfecciones de la madre. Solamente asumiendo las dos figuras de padre-madre expresamos lo que creemos en la fe: hay un misterio último, acogedor, fuente y principio de todo, que nos invita a la comunión, del que todo viene y hacia el que todo va: el padre y madre celestial.

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14
Abr
2013
El reparto, esa es la cuestión
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Leo que, en estos últimos días, el Papa ha dicho a los sin techo: “les llevo en mi corazón, estoy a su disposición”. Son unas palabras en línea con las que pronunció, parece que de forma casi espontánea (y esas espontaneidades reflejan lo que hay en el corazón) al decir que quería una Iglesia pobre y para los pobres. La pobreza evangélica tiene que ver con la sencillez de corazón y con la austeridad de vida. Tiene que ver con la confianza en Dios. Pero también se manifiesta en actos proféticos de solidaridad con aquellos que son pobres materialmente hablando.

Hay una palabra de Jesús que, tomada en serio, puede suscitar actos proféticos: “dadles vosotros de comer”. Tan interesante como la palabra es el contexto que la suscita. La gente se agolpa alrededor de Jesús y escucha su enseñanza. De pronto los discípulos se dan cuenta de que es tarde y están en un descampado. Aconsejan a Jesús que diga a la gente que vayan a los pueblos de alrededor para encontrar comida. Es la solución más lógica y sensata. Jesús responde: “dadles vosotros de comer”. Entre la multitud, hay un muchacho que tiene comida, pero es claramente insuficiente: cinco panes y dos peces (Mc 6,30-44). Entonces Jesús, tras pronunciar la oración, parte los panes y manda que se distribuya lo partido. Ya sabemos que al final sobró comida. La enseñanza de fondo: el pan, cuando es escaso pero se parte y reparte, llega a todos; si es abundante, y se lo queda uno solo, sólo come une y los demás pasan hambre.

La cuestión no es por tanto de cuantos recursos dispone el Estado o el municipio. La cuestión es si los reparte y cómo los reparte. Desgraciadamente, en nuestras ciudades cada vez hay más colas esperando un poco de pan ante comedores sociales, albergues y despachos de Caritas. La mayoría son extranjeros, pero cada vez hay más españoles. Las preguntas que se pueden hacer son muchas: ¿cómo es que las instituciones caritativas encuentran comida? ¿A qué dedican sus recursos las instituciones oficiales? ¿Con qué criterio se hacen los presupuestos del Estado, de la Comunidad, del municipio? ¿Qué es lo que tiene la primacía? Se dice y repite que la tienen las pensiones, la enseñanza y la sanidad. No es verdad. La tiene el pago de intereses. ¿Por qué el Estado no se declara en suspensión de pagos? No sería ni la primera vez que lo hace, ni el primero que lo hace. Todas las grandes naciones lo han hecho alguna vez y su economía ha resurgido con más fuerza.

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10
Abr
2013
¿Cómo lo haremos? Un modelo de comunidad
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Es llamativo que el cuarto evangelio, el de la alta cristología, el que afirma que Jesús y el Padre son uno, o que quién ha visto a Jesús ha visto al Padre, ese evangelio nos muestre a un Jesús preguntando: “¿dónde nos procuraremos panes para que coman estos?” (Jn 6,1-15). Cierto, el evangelista quiere evitar cualquier impresión de un Jesús que no sabe y por eso, tras la pregunta, aclara: “lo decía para tantearle, pues bien sabía él lo que iba a hacer”. No hace falta dar un sentido trascendente a esta aclaración. Normalmente, cuando uno pregunta ya tiene ya una idea de por dónde van las posibles respuestas. Es lo propio de todo buen animador, dirigente, líder: uno lleva las cosas pensadas. Pero eso no es óbice para actuar comunitariamente
 

Tanto si se trata de una pregunta retórica, como de una pregunta que busca de verdad una respuesta, lo cierto es que Jesús, antes de actuar, consulta a la gente de su grupo, escucha la opinión de los suyos. Y lo hace sin coaccionar, sin orientar la respuesta. Podría haber preguntado: ¿no os parece que podríamos actuar de esta manera? Aquí no hay en realidad pregunta, sino el anuncio de lo que se va a hacer. Jesús deja la respuesta abierta. Y pregunta sin condicionar la respuesta: ¿con qué compraremos panes para que coman estos?
 

Andrés, uno de los discípulos, responde, consciente de la pobreza e insuficiencia de su propuesta: “hay un muchacho con cinco panes y un par de peces”. Aunque la solución es insuficiente, es un buen punto de partida para provocar nuevas búsquedas, para suscitar otras soluciones, para empezar un diálogo enriquecedor. A partir de lo que hay (no desde el vacío o la nada, sino desde lo poco que hay) actúa Jesús. Y al repartir, lo que hay se multiplica. Hasta el punto de que termina sobrando. ¿Qué hacer con las sobras? ¿Tirarlas? No. Recogerlas, guardarlas. Pueden servir para otros o para otra ocasión.
 

Tenemos ahí un modelo de buen funcionamiento de una comunidad cristiana. Los responsables, los que presiden, antes de actuar, preguntan: ¿qué os parece?, ¿cómo lo haremos? Y dejan libertad de respuesta. Y a partir de las respuestas, que se van enriqueciendo unas a otras, se toma una decisión, que es de todos y por eso todos la asumen con gusto. Cuando se actúa así, siguiendo el modelo de Jesús, la comunidad refleja un misterio de amor y de comunión, el misterio mismo de la Comunión intradivina. Y el responsable, el que preside, no lo hace por encima, ni desde fuera, sino desde dentro, formando un círculo, porque él no es el centro. El centro es Cristo.

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6
Abr
2013
De tal Revelación, tal fe y tal catequesis
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La fe es la respuesta del ser humano a la Revelación. Así, pues, según cuál sea el concepto de Revelación, así será la idea que uno se hace de la fe. Podríamos remontarnos más arriba y notar que la Revelación depende de la idea de Dios. A tal Dios, tal Revelación, y a tal Revelación, tal fe. El Islam, por ejemplo, considera a Dios como Señor. Si el Señor quiere manifestar sus designios, lo hace por propia iniciativa y sin tener en cuenta la opinión o deseos de sus súbditos. La Revelación es un monólogo de Dios que manifiesta su voluntad al ser humano. La fe entonces es obediencia a tal Señor. Lo característico de la Revelación cristiana es que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros. Una revelación que toma la forma de diálogo supone un Dios que desea establecer relaciones amistosas con el ser humano y, por tanto, un Dios que tiene en cuenta las características, inquietudes, deseos y necesidades de su interlocutor. La razón última de este diálogo divino-humano está en el mismo ser de Dios: Dios es Amor, lo más propiamente suyo es la relación, primero al interior de la divinidad y luego hacia el exterior. Porque él se manifiesta tal cual es.

Este concepto católico de revelación es relativamente nuevo. Durante mucho tiempo, en el mundo católico, la Revelación se consideraba un cuerpo de verdades doctrinales, contenidas en la Escritura y propuestas por la Iglesia. La fe era así una adhesión intelectual a estas verdades. Si Revelación es “lo que dice la Biblia y la Iglesia propone”, entonces la fe es un conocimiento de verdades. Ahora bien, si Revelación es el acto por el que Dios se da a conocer por medio de su Palabra, acto que manifiesta quién es Dios, entonces la fe es un encuentro con Dios por medio de su Palabra, que es Jesucristo. Este segundo concepto de revelación es el que ha permitido al Magisterio de la Iglesia y a la teología considerar la revelación como un diálogo.

Aparece así una consecuencia importante de cara a la catequesis. Pues si en la fe se trata de conocer las verdades que Dios revela, entonces cabe deducir que tiene fe el que conoce esas verdades. Como esas verdades han encontrado su formulación más elaborada en los dogmas y el Catecismo de la Iglesia, se diría que tiene fe el que conoce estas doctrinas con toda precisión. La catequesis se convierte en un aprendizaje doctrinal. Pero si la fe es un encuentro con Dios por medio de Jesucristo, entonces la predicación y la catequesis deben invitar a este encuentro. Y el mejor modo de realizarlo no es a través de un recitado de fórmulas, sino acercándonos al Evangelio, a la vida de Jesús, a sus hechos y palabras, para acogerlas de todo corazón, meditarlas en la oración, y vivirlas en el amor al prójimo. De este modo podemos tener una experiencia del Espíritu de Jesús y, a través de su Espíritu, conocerle y encontrarle.

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