2
Jun2009Cuando la religión se impone
11 comentarios
Jun
Cuando la religión se impone las consecuencias son desastrosas. Es lo primero que he pensado al leer la información sobre Osel Torres, el niño granadino que con 14 meses fue identificado como la reencarnación del lama Yashe (guía espiritual de una de las corrientes budistas más populares), que vivió desde los seis a los 18 años sometido a una ferrea disciplina monacal y que (esa es la noticia que no sabía) a los 18 dejo el monasterio, en la India, para refugiarse en Madrid y empezar una nueva vida. Ahora tiene 24 años. Su declaración es sobrecogedora: “Me sacaron de mi familia y me metieron en una situación medieval en la que he sufrido muchísimo. Era como vivir en una mentira”. Sus padres eran budistas y así se explica (se explica mal, pero se explica) que consintieran que se llevaran al niño. La vida de Osel no ha sido fácil.
¿Cómo los lamas, incluido el famoso Dalai Lama, llegaron a la conclusión de que se encontraban ante un lama reencarnado? Posiblemente porque hay rasgos físicos que dan mejor el perfil que otros. Algo así como cuando un cura o una monja se dirige a un adolescente y le dicen: “a mi me parece que tienes vocación”. Menos mal que, en estos casos, se espera a que la o el joven tenga una cierta edad antes de tomar los hábitos. Aunque, una vez tomados, según donde haya sido, si quiere dejarlo, se le presiona discretamente. Peor era hace unos años, cuando la presión consistía en recordarle lo grave que era la infidelidad a la vocación.
La diferencia entre una cárcel y un convento o un seminario es que, mientras los encarcelados quieren dejar la cárcel, pero no pueden, los monjes, monjas o seminaristas pueden dejar el monasterio, pero no quieren. Espero que sea así: que siempre se pueda dejar. Y que si no se deja es porque allí uno es feliz. Por cierto, y ampliando el asunto a todos los padres cristianos, este es el único modo de educar cristianamente a los niños: diciéndoles, con la palabra y la vida, que ellos han encontrado en Jesucristo la felicidad e invitándoles a que hagan una experiencia similar, a que “prueben” a ver si les convence. Desde la más absoluta libertad. Cuando no hay libertad la religión se convierte en traumática para las personas.