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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

3
Jul
2025
Ser profesor de religión es una vocación
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proferelig

A propósito del post anterior, en el que me preguntaba que era eso de la vocación, uno de mis habituales y amables lectores escribió: ser profesor de religión también es una vocación. Me apresuré a responder que tenía toda la razón. También ser catequista es una vocación. Podríamos ampliar la lista y, por ejemplo, añadir, que ser cantor en las celebraciones litúrgicas, o ser un buen lector, es también una vocación. En todas esas vocaciones mentadas y en las no mentadas se necesita, además de buena voluntad, una buena preparación: no cualquiera sirve para catequista, o para lector, o para profesor de religión.

Incluso habría que añadir que además de buena preparación se requieren disposiciones naturales. Normalmente el que no tiene disposiciones para una determinada tarea, no suele tener vocación para esta tarea. Por ejemplo: yo creo que soy un buen lector, pero soy un pésimo cantor. Por eso, es difícil, por no decir imposible, que el Señor me llame para cantar en la liturgia, porque en vez de ayudar a orar, haría el ridículo y ayudaría a que se rieran de mi. Dígase lo mismo de un lector: no cualquiera sirve para lector. Porque el lector tiene la delicada y maravillosa función de hacer que la palabra de Dios llegue con claridad y sentido a los oídos de los asistentes a la celebración. Por eso, de la misma forma que a mi no se me invita a que cante en la boda de mi prima, porque ya he dicho que soy un pésimo cantor, tampoco me parece adecuado que se solicite que en la boda o en la primera comunión, el lector sea el primo o la hermana de los novios y del niño de primera comunión. El lector no está para lucir el tipo, sino para servir al buen decoro de la celebración.

¿Cómo sé yo que tengo vocación para ser profesor de religión o catequista? Una serie de indicios ayudan a discernir: tener disposiciones para enseñar, tener buen carácter, ser un buen pedagogo, amar a Jesucristo, haber estudiado teología. Las vocaciones se disciernen en función de las disposiciones y de las circunstancias de la vida y de la historia. Si soy incapaz de asumir los fallos y deficiencias de mi novia, o si mi novia y yo somos de religiones diferentes y discutimos por este motivo, y no nos ponemos de acuerdo en cómo vamos a educar a nuestros hijos, seguro que Dios no me llama para que me case con esa chica, por muy guapa y atractiva que sea. Si tengo dificultades para convivir seguro que Dios no me llama para ser religioso. El carácter es más decisivo que el físico para discernir una vocación.

En este post (y en el anterior) he querido dejar claro que todos somos personas vocacionadas, también un médico o una enfermera cristiana, por ejemplo. Todos hemos sido llamados a vivir de una determinada manera y a servir a los hermanos en un determinado puesto. Si uno es cristiano puede perfectamente considerar que esa disposición de carácter, esas circunstancias que le han llevado a servir de un determinado modo, son las mediaciones de las que Dios se ha servido para llamarle a una vocación. Vocación es llamada, claro. Y es también respuesta. Por eso, en la vocación de cada uno, la libertad juega un papel decisivo.

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29
Jun
2025
Vocación: ¿y eso qué es?
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vocacion2025

Vocación parece una palabra muy sonora, con uve de valor, porque vale mucho. La palabrita viene del latín y quiere decir “llamada”. La gente asocia eso de la vocación con monjas, curas y frailes y, a veces, les preguntan: ¿tienes vocación?

Si es llamada, la vocación no es un tener. Y si es llamada no es solo propia de frailes, monjas o curas. Alguien te puede llamar para que te cases con él. El matrimonio es una buena vocación. Para el cristiano, detrás de todas las llamadas está Dios, que nos llama por medio de los hermanos, de la historia, de la vida. Un buen cristiano que quiere casarse, debería pensar: “Dios, a través de mi novia -o de mi novio- me llama para que me case con ella o con él”. Dios me ha regalado a esta chica o este chico para que haga con ella o con él un proyecto de vida y de amor y, para que juntamente, seamos testigos de su amor en el mundo.

Además de la vocación al matrimonio, hay otras: el sacerdocio y la vida consagrada son las más conocidas. ¿De qué modo me llama Dios al sacerdocio o a la vida consagrada? Por teléfono seguro que no. Desconfía de esos que oyen voces divinas. Dios habla de muchas maneras: habla a través de los acontecimientos, habla cuando conoces a un sacerdote, a una monja o a un fraile, que te atraen por su modo de celebrar o de predicar, o por su entrega al estudio o a la oración; quizás por su dedicación a los pobres o por su modo de acoger a niños, ancianos o personas vulnerables. Cuando eso ocurre, esas vidas se convierten en pro-vocación. ¡Son importantes las provocaciones! También Dios habla cuando rezas o cuando necesitas un espacio de silencio para pensar lo que vas a hacer con tu vida.

A través de los acontecimientos de tu historia, de las personas que conoces, a través de tus silencios meditativos y orantes, quizás Dios te está diciendo: tu podrías ser un buen sacerdote, o una buena religiosa; o quizás te dice: tu podrías ser un buen padre o madre de familia, pero de una familia misionera. O podrías formar una familia y emplear parte de tu tiempo para colaborar a fondo con la parroquia en tareas caritativas, catequéticas u organizativas.

¿Y cómo sé yo que Dios me dice eso? Garantías no hay. Pero te lo dice cuando te lo preguntas. El mero hecho de preguntártelo es ya una llamada de Dios. Te lo dice cuando te apasiona el Evangelio y te apasiona dar a conocer a otros esta estupenda noticia. Te lo dice cuando sientes deseos de fraternidad y quieres formar parte de una comunidad monástica o de una comunidad parroquial, que serán la más maravillosas del mundo en tu imaginación, pero luego en la realidad tendrás que ir construyendo cada día, con sus momentos de esfuerzo y también sus alegrías y delicias. Porque es una delicia vivir con los hermanos. Tendría gracia que Dios te llamase por medio de este escrito.

Ser cristiano es algo muy serio y comprometido. Ser cristiano es saberse amado por Dios y vivir en el amor para Dios y para los hermanos. Si de pronto eso de que ser cristiano es algo muy serio te ha hecho pensar, es que a lo mejor Dios te está llamando. No tienes vocación. La vocación no es tener, es responder. Es decir: “Aquí estoy Señor, porque me has llamado, me has seducido, y me he dejado seducir”. Naturalmente, no hay buena seducción si uno no se deja seducir. Porque la vocación es una cuestión de amores. Y solo la entienden los que entienden de amores.

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24
Jun
2025
El corazón de Jesús habla de carne humana
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corazonjesus2025

La última encíclica que nos dejo el Papa Francisco está dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Una de las cosas que allí se dicen es que la imagen del Corazón de Jesús nos habla de un Dios que ha querido compartir nuestra condición histórica y nuestro camino terreno. El Corazón de Jesús nos recuerda su amor íntegramente humano, sus sufrimientos humanos, su afectividad humana.

En los evangelios aparece muy bien reflejada esta afectividad humana del Señor. Jesús tuvo compasión de la multitud fatigada y abatida, lloró ante la tumba de Lázaro, amaba mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, trata a sus discípulos como amigos, conversa con cariño con la samaritana, se deja lavar los pies por una prostituta, cuando curaba a alguien lo tocaba con la mano, le tocaba los ojos, o lo tocaba con su propia saliva. A la vista de estos hechos, comenta la encíclica: “el Señor sabe la bella ciencia de las caricias. La ternura de Dios no nos ama de palabra; El se aproxima y estándonos cerca nos da su amor con toda su ternura posible”. Más aún, “cuando parece que todos nos ignoran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie, él nos está prestando atención”.

A darnos cuenta de su amor humano y de la importancia de la humanidad de Cristo nos ayuda la imagen de su corazón de carne. Su humanidad hace posible que nos comprenda, que comprenda nuestras debilidades y tentaciones, nuestros fallos y nuestros errores, nuestro pecado también. Y hace posible su cercanía a nosotros. Solo por medio de realidades que estén a nuestro nivel y a nuestro alcance, solo por medio de la humanidad de Cristo, podemos acercarnos a Dios, tocarle, besarle, tratarle de tú a tú, y vivir un encuentro de amor verdaderamente mutuo.

En suma, entrando en el Corazón de Cristo, nos sentimos amados por un corazón humano, lleno de afectos y sentimientos como los nuestros. Su voluntad humana quiere libremente amarnos y ese querer espiritual está plenamente iluminado por la gracia y la caridad. Llegando a lo más íntimo de ese Corazón, nos inunda la gloria inconmensurable de su amor infinito como Hijo eterno que ya no podemos separar de su amor humano. Precisamente en su amor humano, y no apartándonos de él, encontramos su amor divino; encontramos “lo infinito en lo finito”.

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20
Jun
2025
Te adoro con devoción, Dios escondido
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corpus2025

Nos disponemos a celebrar la fiesta del “santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo”, conocida como la fiesta del “Corpus”. El Santísimo sacramento es el centro de gravitación de la liturgia católica. Otros años he ofrecido a mis amables lectores alguna reflexión teológica. Este año ofrezco la traducción de un texto poético de Santo Tomás de Aquino, uno de los teólogos que mejores reflexiones nos ha dejado sobre la eucaristía:

Te adoro con devoción, Dios escondido,

oculto verdaderamente bajo estas apariencias.

A ti se somete mi corazón por completo,

porque al contemplarte todo falla.

Vista, tacto y gusto engañan;

porque sólo se cree por el oído;

Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:

nada es más cierto que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,

pero aquí se esconde también la humanidad.

Creo y confieso ambas cosas,

y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás

pero confieso que eres mi Dios.

Haz que yo crea más y más en ti,

que en ti espere y que te ame.

Oh memorial de la muerte del Señor,

Pan vivo que das vida al hombre,

concede a mi alma que de ti viva

y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano piadoso,

límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,

de la que una sola gota puede liberar

de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto,

te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:

que al contemplar tu rostro cara a cara,

sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

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16
Jun
2025
El mejor amor: ¿altruismo o amistad?
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altruismo

El amor al enemigo no es ni lo más propio del amor cristiano ni lo más característico del mensaje de Jesús. Lo más propio y característico del mensaje de Jesús es el amor de amistad. El gran signo de que somos discípulos de Jesús es que nos amamos los unos a los otros. Amarse uno a otro es amistad. Este amor de unos a otros es lo propio de la comunidad cristiana, es el amor que realiza la Iglesia. Con el enemigo, aunque sea posible amarle, no se puede construir comunidad. Si soy cristiano puedo y debo amar al enemigo (“amar al enemigo” significa desearle bien, por eso Jesús une ese amor al orar por los que nos persiguen), pero está claro que el enemigo no me ama a mi, pues si me amase dejaría de ser mi enemigo y se convertiría en mi amigo.

A esta luz se comprenden las reservas que algunos pensadores cristianos manifiestan a propósito del amor altruista. No cabe duda de el altruismo es algo que los grupos dominantes deben aprender sin falta. Pero hacer llamamientos indiscriminados al altruismo y a la abnegación a las personas sometidas, puede contribuir a perpetuar la opresión. No estamos minusvalorando el amor altruista, cuya mejor manifestación es la cruz de Cristo, pero sí que planteamos un serio reparo a los llamamientos indiscriminados y acríticos a la abnegación y al altruismo.

La clave, la luz, la perspectiva de todo amor cristiano es el Dios trinitario, en el que las tres personas divinas se aman con un amor total, incondicional y sin reservas, compartiéndolo todo y dándolo todo. En esta línea, un autor que podemos considerar un experto en el diálogo de la fe con la ciencia, Denis Edwards, ha escrito: “Desde la perspectiva de la teología trinitaria, me gustaría sugerir que, si bien la cruz de Jesús pone de relieve que el altruismo y la abnegación son componentes esenciales del amor humano, la revelación más radical del amor acontece en las relaciones trinitarias de mutua, equitativa y extática amistad. El ideal cristiano del amor es altruista, pero también algo más que altruista. Tiene que ver con la auto-posesión tanto como con la auto-donación, con amarse a uno mismo tanto como con amar al prójimo. En la teología trinitaria cristiana, el altruismo se encuadra en una visión de relaciones mutuas y equitativas”.

El amor al enemigo manifiesta muy bien la gratuidad del amor. Pero hay todavía un amor mejor que, siendo también gratuito, es además recíproco: el amor entre los hermanos: “que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). Este amor mutuo es además el signo distintivo de los discípulos de Cristo, un signo que resplandece ante el mundo: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13,35). La comunidad de Jesús está formada por hermanos y hermanas que son amigos. Una comunidad así se convierte en reflejo del misterio trinitario.

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12
Jun
2025
Jornada "pro orantibus": orar con fe, vivir con esperanza
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MOnjasstacatalina

El domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia celebra la jornada “pro orantibus”, o por aquellas y aquellos que oran, este año con el lema: “orar con fe, vivir con esperanza”. Orar es lo propio de todo cristiano, pero en este domingo se nos invita a acordarnos en nuestra oración de aquellas y aquellos que tienen lo que se conoce como vocación contemplativa, o sea, de las monjas y los monjes que no se dedican a ninguna actividad apostólica, sino a orar por las necesidades de la Iglesia y del mundo. Su vida diaria, su horario, está organizado en torno a distintos momentos de oración. Ahí está lo peculiar de esta modalidad de vida consagrada, conocida como vida contemplativa.

¿Qué es lo que contemplan? Contemplan al Dios vivo y verdadero. Pero a este misterio adorable solo se lo contempla y conoce a través de mediaciones. Una de las principales mediaciones del conocimiento de Dios es la escucha de su Palabra y la respuesta a esta Palabra por medio de la oración. Eso no impide, sino que incita a recurrir a otras mediaciones, la primera de todas, la fraternidad entre las hermanas y los hermanos que viven en el mismo monasterio. Pero también la fraternidad con todos los seres humanos. Por eso, las monjas y los monjes procuran estar bien informados de las necesidades de la Iglesia y de la humanidad, para que su oración no sea genérica, sino concreta, una oración en la que contemplan la pena de las personas y las heridas de nuestra sociedad como un reflejo de la pena de Dios. Y en estos tiempos de guerra oran cada día por la paz, por el entendimiento entre las personas y los pueblos.

En este año jubilar dedicado a la esperanza es oportuno recordar que una de las principales manifestaciones de la esperanza cristiana es la oración. El que ora, el que pide es porque espera; y en función de lo que pide, se sabe lo que espera. “La oración es intérprete de la esperanza”, decía Tomás de Aquino. Las personas de esperanza rezan. “Un hombre desesperado no reza, porque no espera”; igualmente, “un hombre seguro de su poder y de sí mismo no reza, porque confía únicamente en sí mismo” (Ratzinger). En función de lo que pedimos, sabemos lo que deseamos y lo que esperamos conseguir.

Aquellas y aquellos que viven una vocación contemplativa y orante son personas de esperanza, no de cualquier esperanza, sino de la Gran Esperanza, la esperanza en las promesas de Dios que superan todo deseo. Una vocación contemplativa bien vivida (insisto en lo de bien vivida) es un claro testimonio de que Dios nos ama incondicionalmente, de que para Dios cada uno somos importantes, hasta el punto de que “cuando parece que todos nos ignoran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie, él nos está prestando atención” (Francisco), mucha atención, toda su atención, que es divina.

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9
Jun
2025
Espíritu santo contra espíritu de iniquidad
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espirituiniquidad

Acabamos de celebrar la gran fiesta de Pentecostés. Y en ella hemos cantado que el Espíritu divino es luz que penetra las almas. Basta ver durante cinco o diez minutos los titulares de alguno de los informativos de cualquier canal de televisión para darse cuenta de que el espíritu que penetra las almas de muchas personas, empezado, por supuesto, por los poderosos de este mundo, no es un espíritu de luz, sino de oscuridad, porque todas sus obras parecen estar movidas por “el poder del pecado” (tal como dice el mismo himno que califica al Espíritu de “luz”). Hay, sin duda, noticias más graves y serias que otras. Las más graves son aquellas en las que hay fusiles: la guerra, en la que se entregan fusiles a muchachos de terceros países; la recogida de alimentos por personas hambrientas amenazadas con fusiles; personas rechazadas con fusiles por el mero hecho de ser distintas o por no tener papeles en regla. ¿Quién fabrica esos fusiles?

¡Qué importancia tienen los papeles en este mundo! El primer papel importante es el papel del dinero. Y sin embargo es bien sabido que con el papel no se come. Con el amor, aunque no lo parezca, sí se come, porque donde hay amor se comparte todo lo demás. El Espíritu santo divino es el que infunde el amor en nuestros corazones. El espíritu de iniquidad, del que habla la segunda carta a los tesalonicenses y que parece que mueve a muchos que se creen grandes de este mundo, solo infunde odio.

Los espantosos jinetes del libro del Apocalipsis (6,3-8) -la guerra, la codicia, la muerte- siguen marcando la historia de nuestro mundo. Por suerte, hay otro caballo y su jinete: “el vencedor que está preparado para vencer” (Ap 6,2). En medio de tanta desolación, los creyentes en Cristo pensamos que sigue siendo posible la esperanza, estamos incluso seguros de que el mal no puede tener la última palabra. Pero la esperanza es la virtud de los pacientes. La esperanza no ofrece resultados rápidos ni inmediatos. Actúa imperceptiblemente. Pero es la fuerza que sostiene a los que son de Cristo.

En la carta a los Romanos (8,5), san Pablo contrapone dos modos de vida: la vida según el Espíritu y la vida según la carne. Y en la carta a los Gálatas (5,19) deja muy claro cuáles son las obras de la carne, contrarias a las del espíritu, a saber, odios, discordia, celos, ira, ambición, disensiones y rivalidades. Y para que quede claro añade: quienes hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. Para concluir: “si vivimos según el Espíritu” no nos provoquemos los unos a los otros, ni nos envidiemos mutuamente. Ahí tenemos el criterio para distinguir las obras del Espíritu santo de las obras del espíritu de iniquidad.

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5
Jun
2025
El Espíritu Santo recibe una misma adoración
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Espiritusanto2025

El Concilio de Nicea confesó la divinidad del Hijo, “Dios verdadero de Dios verdadero” y “de la misma naturaleza del Padre”. Pero no se ocupó de la divinidad del Espíritu Santo. Pocos años después de acabado el Concilio de Nicea, Macedonio, Patriarca de Constantinopla, la nueva capital imperial, negó la divinidad del Espíritu Santo. Esto provocó que, en el año 381, se reuniera en Constantinopla el segundo concilio ecuménico que completó la profesión de fe de Nicea, añadiendo al primitivo texto que el Espíritu Santo es “Señor y dador de vida, que procede del Padre, y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Con palabras que guardan un innegable parentesco con el lenguaje de la Escritura, el credo, siguiendo a Pablo (2 Cor 3,17), describe al Espíritu como “Señor”; y siguiendo al evangelio de Juan (Jn 6,63), como “Dador de Vida”. El credo también dice que el Espíritu Santo “procede” del Padre (Jn 15,26) y que “habló por los profetas” (2 Pe 1,21).

Afirmar que el Espíritu es Señor (Kyrios en griego, traducción del término hebreo Yahvé, “el único Señor”: Dt 6,4) es decir que es Dios. Y afirmar que es dador de vida es decir que tiene el poder del Creador. Diciendo que procede del Padre se pretende negar que sea una criatura. En la última frase se encuentra el testimonio más claro sobre la divinidad del Espíritu Santo: recibe la misma adoración y gloria que el Padre y el Hijo, adoración que solo se puede tributar a Dios.

Aunque no sea fácil representar en términos humanos a cada una de las personas de la adorable Trinidad, puesto que todo lo que digamos de Dios se queda corto, cortísimo en relación a lo que Él es, sí que conviene dejar claro que el Espíritu no es una fuerza impersonal o una energía divina, sino una persona divina. Solo una persona puede mediar entre personas, en este caso entre el Padre y el Hijo. También los cristianos nos relacionamos con cada una de las personas divinas de forma personal: somos hijos del Padre, hermanos del Hijo y amigos o templos del Espíritu, pues el amigo es aquel que llena mi corazón de alegría y me cambia la vida.

El Espíritu Santo es el amor de Dios derramado en nuestros corazones, es la forma como Dios se hace presente en nuestras vidas: llenando nuestro corazón de alegría, poniendo nuestra inteligencia en sintonía con el modo de pensar de Dios, haciéndonos capaces de amar sin condiciones, llenándonos de fuerza para ser testigos de Jesucristo, y sosteniendo nuestra esperanza en medio de las dificultades. Por eso nosotros nos dirigimos al Espíritu, igual que al Padre y al Hijo, en segunda persona: “ven, Espíritu Santo”, o: “ilumíname, Espíritu Santo”.

La vida cristiana está animada por un ser misterioso e invisible, pero siempre personal. El Espíritu es la presencia viva de Jesús después de su ascensión a los cielos. El día de su Ascensión, Jesús había encomendado a los suyos: “Id y enseñad a todas las gentes”. A estos hombres débiles y rudos, el Espíritu Divino les dio la ciencia eminente del Evangelio (Jn 14,26: “el Espíritu os lo enseñará todo”) y la fortaleza para el heroísmo apostólico.

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2
Jun
2025
La gloria presupone la naturaleza
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florgloria

El principio tomista de que la gracia presupone la naturaleza y la perfecciona es bastante conocido y citado. Ya es menos citado y conocido otro principio que prolonga el anterior “gloria non tollet naturam”, la gloria no destruye la naturaleza, sino que la realza. Porque la gloria no es más que la plenitud de la gracia.

Si la gloria presupone la naturaleza eso significa que en el mundo de la resurrección nuestra naturaleza (a la vez corporal y espiritual o, si se prefiere, somática y psicológica) no solo no desaparecerá, sino que alcanzará su más alta perfección. Al respecto, el Concilio Vaticano II dejó claro que “los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos, limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal”.

No es extraño que Tomás de Aquino dijera que en el cielo nuestros cuerpos seguirán siendo sexuados, pues la sexualidad forma parte de nuestra integridad humana. A mucha gente le cuesta creer en la resurrección de la carne. Los doctos filósofos atenienses se burlaron de Pablo cuando, en el Areópago, habló de resurrección. Si hubiera hablado de inmortalidad del alma seguramente no se habrían reído de él. De hecho, en su primera carta a los corintios tiene que responder precisamente a la pregunta de con qué cuerpo resucitan los muertos, pues la resurrección de los cuerpos suponía una gran dificultad para la gente de mentalidad griega.

Cuando Pablo responde que los muertos resucitan con un “cuerpo espiritual”, no está diciendo que resuciten con un cuerpo etéreo o energético, o sea, sin cuerpo, sino con un cuerpo invadido por el Espíritu Santo, un cuerpo en el que lo somático estará determinado por el espíritu divino y no a la inversa, como sucede ahora en esta vida terrena, en la que nuestra dimensión psíquica está muchas veces determinada por las pasiones de la carne. Mientras que la filosofía griega esperaba una supervivencia inmortal de solo el alma, liberada finalmente del cuerpo, el cristianismo concibe la inmortalidad como restauración íntegra del ser humano por el Espíritu de Dios.

En estos asuntos lo mejor es quedarse con los principios y las ideas generales. Porque cuando se trata de concretar detalles podemos resultar un poco ridículos, aunque si sabemos presentar esos detalles como hipótesis y no los absolutizamos, entonces también pueden ayudar a orientarnos. Pienso, por ejemplo, en eso que dice Tomás de Aquino sobre la edad de los resucitados: “resucitarán alrededor de los treinta años”, la edad perfecta, según nuestro santo. Estas explicaciones, a veces necesarias para la gente sencilla, no hay que tomarlas literalmente, sino como una manera de decir que el cuerpo resucitado alcanzará su perfección. Por cierto, su perfección a imagen de Cristo, “el Hombre perfecto”.

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29
May
2025
Jesús resucitado subió al cielo
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Tanto el Credo Apostólico como el de Nicea unen en una sola afirmación la resurrección de Cristo y su subida al cielo: “al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos” (creo apostólico); “resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo” (creo niceno). Resucitar y subir al cielo son dos afirmaciones equivalentes, porque la resurrección no es una vuelta a la vida de este mundo. Si así fuera, la muerte no habría sido vencida, pues todo lo de este mundo está marcado por la finitud y, por tanto, es temporal. Volver a este mundo, suponiendo que esto fuera posible, es volver a morir. Un día u otro todo se termina. Resucitar es entrar en el mundo de Dios, ese mundo donde la muerte ya no tiene poder. Para entrar en ese “otro mundo”, en el mundo de Dios, es necesario dejar este mundo. El mundo de Dios es el cielo.

La palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más profundo: el estar el hombre en Dios es el cielo. Cristo crucificado, rechazado por los hombres, es acogido por Dios en su cielo. La ascensión no es, por tanto, una subida, sino una acogida. Dios acoge a su amado hijo Jesús. Y de la misma forma que san Pablo afirma que Cristo ha resucitado como primicia de los que murieron (1 Cor 15,20), como el primero de una larga lista de hermanos que esperan resucitar con él, también podemos afirmar que Cristo asciende al cielo como primicia, como el primero de una larga lista, para abrirnos camino y llevarnos a nosotros con él. Allí nos está esperando, porque mientras no lleguemos nosotros, su Cuerpo, que somos nosotros (1 Cor 12,27), no está completo.

Pero hay más, pues si el estar con Dios es el cielo, nosotros nos acercamos al cielo, más aún entramos en el cielo en la medida en que ya nos acercamos a Jesús y estamos en comunión con él. Si nos encontramos con Jesús, nos encontramos necesariamente con el Padre. Por tanto, la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.

El evangelista Lucas (24,52) afirma que, después de la Ascensión los apóstoles “volvieron a Jerusalén con gran alegría”. Si Jesús se hubiera ido, estarían muy tristes. Pero estaban muy alegres porque lo acontecido no era una separación. Al contrario, como bien dice Benedicto XVI, los apóstoles “tenían la certeza de que el Crucificado-Resucitado estaba vivo, y en él se habían abierto para siempre a la humanidad las puertas de Dios, las puertas de la vida eterna. En otras palabras, su Ascensión no implicaba la ausencia temporal del mundo, sino que más bien inauguraba la forma nueva, definitiva y perenne de su presencia, en virtud de su participación en el poder regio de Dios”.

A los discípulos de entonces, y a nosotros ahora nos corresponde hacer perceptible la presencia de Jesús en el mundo con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero. Como los apóstoles, nosotros no podemos quedarnos “mirando al cielo” (Hech 1,11), sino ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo.

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