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Nov2024¿Reino que no es de este mundo? ¡Depende!
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Nov
Terminamos el año litúrgico con la fiesta de Cristo rey. En la liturgia de este próximo domingo leeremos una composición plagada de teología en forma de diálogo entre Pilato, el cruel y todopoderoso gobernador, y Jesús. El diálogo comienza con una pregunta de Pilato, que busca dejar claro quién es el que tiene el poder, porque el poder no acepta competidores. Por eso pregunta a Jesús: “¿eres tú el rey de los judíos?”. Jesús responde aclarando el sentido de su realeza: “mi reino no es de este mundo”. Su reino es incomparable con el de Pilato, está en otro nivel, en otra dimensión. No está fundamentado en el poder, sino en el servicio, el perdón y el amor.
Y, sin embargo, este reino que no es de este mundo, tiene mucho que ver con este mundo. Para empezar, es una instancia crítica con los modos como se ejerce el poder en este mundo. Los que gobiernan y reinan en las naciones, dice Jesús, las oprimen, y para colmo de ironía se hacen llamar bienhechores. En el reino de Jesús no han opresión. El que quiera ser el primero, dice Jesús, que se haga el servidor de todos. Los primeros en el reino de Jesús son los que sirven, no los que lucen presidencias inútiles. Si bien no hay ningún reino de la tierra comparable con el que Jesús anuncia, sí es posible en este mundo vivir según el programa del reino de Dios.
En segundo lugar, este reino que no es de este mundo es una llamada a hacer de este mundo una imagen del reino de Dios y a anticipar ya, en la vida y en la sociedad, aquellos rasgos que se parecen al reino que Dios prepara para todos los que le aman. En esta línea, resulta significativo el modo como comienzan las parábolas con las que Jesús explica lo que es el reino: “el reino de los cielos se parece a”. Cuando uno escucha las parábolas, conviene estar muy atento a lo que viene después del “se parece a”. Porque resulta que el reino se parece a situaciones que pueden hacerse realidad en nuestro mundo. Situaciones que, sin duda, rompen, con los modos habituales de actuar, pero son perfectamente posibles.
El Reino es semejante a un banquete en el que todas las personas, sobre todo los pobres, son acogidos; a un pastor que se ocupa y preocupa más de una oveja perdida de que noventa y nueve seguras; a un padre que acoge, sin pedir explicaciones, al hijo que ha malgastado su herencia; a un marginado que deja sus ocupaciones para ocuparse de un herido y pagar sus gastos de hospitalización; al propietario de un campo que ofrece generosamente un abundante sueldo a quién no se lo ha ganado. Lo interesante de tales parábolas es que no nos reenvían a un mundo distinto del presente, sino a una nueva posibilidad de vida en el aquí y el ahora. Una posibilidad real de ver y vivir la vida de un modo distinto al habitual.
Las parábolas del reino plantean directamente una pregunta a quién las escucha: ¿voy a entrar en este mundo nuevo -que no está en el más allá, sino en el más acá- que en ellas se descubre? ¿Voy a aceptar la lógica de la gracia y la misericordia, realizando en mi vida el cambio radical que proponen las parábolas o voy a retornar a mi vida de todos los días, ignorando ese reto? Si acepto la lógica de las parábolas y la reproduzco en mi vida, entonces Jesús es verdaderamente mi rey.