Ene
¡Hay poesía! Debe haber cielo
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Rosalía de Castro, con palabras que impresionaron a Unamuno, acaba uno de sus poemas con un salto de lo estético a lo religioso que da mucho que pensar: “¡Hay arte! ¡Hay poesía!... Debe haber cielo. ¡Hay Dios!”. El dato: hay poesía. La conclusión, o mejor, la interpretación válida para creyentes y posiblemente para algunos no creyentes: debe haber cielo. Para el no creyente el “debe” es un deseo; para el creyente, un hecho.
Poesía y religión remiten al “más allá” de lo inmediato. En ellas suele haber siempre una segunda lectura que se esconde tras la primera, una segunda lectura que remite al más allá de lo inmediato. Poesía y religión pueden convertirse en fáciles escapatorias de lo real, en adornos anodinos, en opios del pueblo, y quedar así desvirtuadas. Pero si son auténticas nunca olvidan la vida, en ellas siempre hay de una u otra forma, una denuncia de lo inauténtico, ellas son profecía que busca abrir caminos nuevos para futuros soñados que ansían despertar. La poesía auténtica es una llamada al cielo que debería ser y venir.
La poesía siempre tiene algo de religión, a veces una religión secular, que esconde el nombre de religión, pero nunca apaga del todo lo religioso. Por su parte, la religión siempre tiene algo de poesía, aunque a veces se exprese en formas duras o rígidas, que tampoco pueden apagar el destello divino que en ellas subyace. La poesía es “creación”. La religión, la judeo-cristiana al menos, empieza con una creación. En la primera frase de la Biblia, según la traducción griega, en el primer verso del Génesis aparece la palabra “poiesis”: en el principio creo Dios el cielo y la tierra. Crear, poiesis, fabricar una cosa distinta de su autor.
La acción de Dios, creación del cielo, de la tierra, de la luz, del firmamento, eso es poesía. La acción poética, en Dios, es creación del mundo exterior, mediante la palabra: “dijo Dios”. En el ser humano, lógico porque está hecho a imagen del Logos, la poesía es descubrir en lo creado rasgos inéditos o aspectos inauditos. Y es también creación de mundos interiores en los que se condensan las más profundas vivencias del hombre en su relación con Dios y en su dimensión humana, en los momentos trascendentes y en los acontecimientos ordinarios de la vida.
Creación es poesía. Y la mejor poesía, la mejor creación de Dios, es el ser humano, varón y mujer, el ser humano siempre plural, pero siempre semejante en su pluralidad. Siempre inquieto, siempre buscando cielos nuevos, tierras vírgenes, estrellas nunca vistas, siempre hambriento de amor, de verdad, de justicia, de paz. Eso es poesía. Y la humanidad, hoy más que nunca, está necesitada de esa buena poesía.