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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

12
Ene
2012

El más robusto (vive) hasta ochenta

3 comentarios

Hace unos días tuve que predicar en un funeral por una persona cercana, fallecida con 95 años. Y tomé como punto de partida de mi reflexión este número de años. Por un doble motivo. Primero, porque entre las muchas cosas que los más allegados podrían recordar, seguramente ninguno nombraría el acontecimiento más importante de su larga vida. No estoy pensando en el día de su matrimonio, ni en el día en que nacieron sus hijos o sus nietos. Pienso en algo ocurrido hace precisamente 95 años: fue bautizado. El bautismo nos hace hijos de Dios. De un Dios Padre que nos ama como no puede hacerlo ningún padre de la tierra. Por amor nos dio la vida y por amor nos adoptó como hijos. Y porque nos ama, en el momento de nuestra partida de este mundo, nos recibe en sus brazos amorosos. Pues una vez que Dios nos acoge como hijos, su amor es incansable e inagotable y supera con creces todas nuestras posibles rebeldías.

Hice una segunda consideración a propósito de la edad. Es sabido que, para el libro de los Salmos, 70 años son una edad a la que llegan pocos; los más robustos, dice el salmista, alcanzan los 80. Hoy 95 años es una edad que supera ampliamente la esperanza de vida. Pues bien, tanto el interesado, como sus seres más queridos hubieran deseado más: un año más, al menos un día más, pero lo mismo desear al día siguiente: otro día más. Porque, en este mundo, la vida siempre se nos queda corta. Nunca estamos saciados de años. Ni de años ni amores. Aspiramos a vivir siempre y a ser amados incondicionalmente. Nuestro corazón tiene una capacidad infinita. Esto de no estar nunca satisfecho con lo que el mundo nos da, es manifestación de un vacío y signo de un deseo de felicidad que sólo Dios puede colmar. Sólo Él puede llenar las más profundas aspiraciones de nuestro corazón.

Acabé la homilía con un plegaria. Pero no “por” el difunto, sino “a” aquel que ya vive en Dios. Rogué al que había dejado ya este mundo y se había encontrado con Dios que intercediera por los que todavía estábamos en camino.

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Miguel Ángel
12 de enero de 2012 a las 11:44

”El bautismo nos hace hijos de Dios”, dices. Yo sustituiría el “hace” por otra expresión verbal que incluya la preexistencia del predicado. No somos hijos a partir de ese momento, sino que en ese momento y mediante ese gesto sacramental Dios hace público lo que ya somos desde mucho antes de que nos engendraran. Igual que Jesús, que es “su hijo amado, su predilecto”, no porque Juan lo bautizara en el Jordán, sino porque era su Palabra engendrada antes del tiempo.
Yo así me suelo expresar cuando administro el sacramento, tratando de hacer ver a padres y cía que el bautismo no es un rito mágico, sino un gesto solemne por el que Dios les confía a su cuidado a quien es hijo/hija de sus entrañas paterno/maternales.
De acuerdo con el resto de tu artículo sobre lo que es en verdad un funeral cristiano: una acción de gracias por una vida que ha sido don de Dios en favor de sus hermanos.
En términos tradicionales, una misa de gloria.

Desiderio
12 de enero de 2012 a las 12:28

¡Qué importante es sabernos amados! El ser humano es precario, necesitado, por mucho que se crea el hombre moderno y contemporáneo que lo puede todo. No, seguimos siendo igual de precarios y necesitados que desde el principio de los principios: necesitados de amor. Necesitamos sentirnos queridos, valorados, respetados por nosotros mismos, por lo que somos, incondicionalmente. Y entiendo que sólo el que ha podido descubrir esta realidad en Dios, está en camino de alcanzar la verdadera felicidad que no es otra que responder a esa relación de Amor, tanto con Dios como con el prójimo. Y olvidarnos de subterfurgios y falsedades, mediante los cuales lo que hacemos no es sino buscarnos a nosotros mismos como camino erróneo de alcanzar la felicidad. ¿No fue Kierkegaard quien dijo que la felicidad es como una puerta que se abre hacia afuera?

Maite
13 de enero de 2012 a las 14:02

Me ha encantado esto de "aspiramos a vivir siempre y a ser amados incondicionalmente". Me parece que con la muerte, esos deseos aparecen con más fuerza que nunca. Pero solo tienen respuesta desde la fe en el Dios de Jesucristo. Fuera de esta fe, todo resulta muy oscuro.

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