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Jun2016Sembradores todos, segadores algunos
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Jun
Los predicadores y catequistas lamentan, en ocasiones, la falta de resultados, la poca eficacia de su tarea. Esta queja denota que han olvidado esta palabra de Jesús: “uno es el sembrador, otro el segador”. Lo que nosotros, como cristianos, estamos llamados a hacer es sembrar. Segar es una gracia que solo se concede a algunos. Sin duda, la predicación es una tarea apasionante, pero no es fácil. En ocasiones no aparecen los resultados esperados. ¿Significa esto que no es eficaz? De ningún modo. Significa que los resultados aparecen cuando menos se espera, en la hora de Dios, en el momento en que Dios los haga eficaces.
Cuando preguntamos por la eficacia de la evangelización no podemos pensar en resultados inmediatos o deslumbrantes. Los resultados pueden venir a corto o largo plazo. Pero lo lógico es que sean a largo plazo, porque la auténtica conversión requiere tiempo, implica desprenderse de muchas ideas y actitudes, es un cambio radical de vida. La fe cristiana necesita tiempo para madurar. Jesús nos pone en guardia contra nuestras impaciencias, a veces calificadas de “santas”. No quiere que se arranque la cizaña antes de hora, como pretenden sus discípulos. Hay que dar tiempo al crecimiento. Solo en la hora final será posible la siega y la separación (cf. Mt 13,24-30). Por eso, los frutos de su trabajo puede recogerlos el predicador o puede no ver la cosecha. Uno es el sembrador y otro el segador (Jn 4,37).
Como muy bien dice el Papa Francisco no debemos obsesionarnos por los resultados inmediatos. Tenemos que estar prestos a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Pero hay más: tenemos que saber que Dios puede actuar en medio de aparentes fracasos. La fecundidad es muchas veces invisible, “no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo... A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos”.
El predicador es un testigo, no es un profesor. El profesor puede explicar perfectamente una doctrina o una teoría, y hasta resultar convincente, estando un completo desacuerdo con ella. El testigo, por el contrario, está implicado en lo que explica, no es sólo un buen orador. El testigo transmite una noticia que antes le ha afectado personalmente, más aún, que le ha cambiado, le ha transformado. “Quien quiera predicar, dice el Papa Francisco, debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y hacerla carne de su existencia concreta”. Y añade, citando a Tomás de Aquino: “De esta manera, la predicación consistirá en esta actividad tan intensa y fecunda que es comunicar a otros lo que uno ha contemplado”. Condición ineludible de todo testimonio de Jesucristo es un encuentro previo con Jesucristo.
La caridad es una manera de designar al amor cristiano. Hay que reconocer que en nuestras catequesis y predicaciones tenemos un problema de lenguaje con el término caridad. ¿Qué entienden los no cristianos y también bastantes cristianos cuando oyen la palabra caridad? En muchos casos se confunde la caridad con la limosna y se la desprecia porque se la considera una excusa para no practicar la justicia. Por eso es muy importante que en estos terrenos de la relación entre caridad y justicia nos expliquemos bien, no sea que buscando defender la caridad los oyentes entiendan “otra cosa”.
Los dos calificativos son absolutamente necesarios para entender la relación entre caridad y justicia: la primera supone y supera a la segunda. Supone quiere decir que sin justicia no puede vivirse la caridad. Por tanto, cuando decimos que la caridad supone la justicia no estamos prescindiendo de la justicia para saltar directamente (por decirlo con una imagen gráfica) a la caridad. Sin la base, sin la realización efectiva, sin la práctica real de la justicia no hay caridad que valga. La justicia, pues, forma parte de la predicación del Evangelio. Sin duda, la justicia es una virtud propia de todo ser humano. Pero los cristianos, en nombre de una supuesta originalidad del evangelio, no podemos dejarla de lado. Lo cristiano supone lo humano y construye sobre lo humano. Nunca prescinde de lo humano.
En este mes de mayo se han cumplido 50 años de la conocida como Revolución Cultural china. Las autoridades reclutaron a grupos de adolescentes, casi niños, que se arrogaron la defensa ciega de la ideología del presidente Mao Zedong. La defensa se tradujo en una oleada de terror, mediante la violencia y purgas sin fin, contra enemigos reales o imaginarios. Se calcula que pudo haber hasta tres millones de personas asesinadas. Aquellos guardias rojos son hoy personas mayores. Algunos, conscientes de las barbaridades que hicieron, han pedido perdón. Tales peticiones se han silenciado, no interesan al partido comunista chino, instigador de aquella barbarie y todavía hoy en el poder.
Domingo de Guzmán fundó una Orden de Predicadores en orden a la salvación de las personas. La salvación viene del encuentro con Jesucristo. Para encontrarlo es necesario que alguien lo presente, lo dé a conocer. Esa es la función del predicador: dar a conocer el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Por otra parte, una de las características de la vida de Sto. Domingo fue su actitud misericordiosa, manifestada no sólo en su modo de tratar a las personas, sino en la ayuda espiritual y material que les prestó, como por ejemplo, cuando siendo joven, antes de pensar en fundar ninguna Orden, vendió sus libros en Palencia para que los pobres pudieran comer. Por este motivo se dice que la predicación de los compañeros de Domingo debe ser una predicación compasiva.
El jueves, 5 de mayo, viajaba en el tren Euromed de Valencia a Barcelona. La llegada estaba prevista a las 21:39. De pronto, sobre las 21:30, cuando parecía que estábamos llegando, porque el tren iba reduciendo su velocidad, nos quedamos parados. Me pregunté si habíamos llegado con algo de adelanto. Pero no estábamos aún en destino. Alguna persona comentó que el tren se paraba, pero solo serían dos minutos, precisamente porque llevaba algo de adelanto y quería entrar en la estación justo a la hora indicada. Pasaron dos minutos y quince más y el tren seguía parado. Por megafonía se dijo lacónicamente: “señores viajeros, estamos en la estación de Gavá y vamos a estar unos minutos parados por motivos técnicos”.
Ha sorprendido que el Papa Francisco afirme que no todas las situaciones pueden resolverse aplicando normativas generales. La sorpresa aumenta si añadimos que hay situaciones que requieren de un discernimiento, a veces prolongado, siempre serio y honrado; que, además, en relación con ese discernimiento, es necesario confiar en la conciencia de cada uno. Y finalmente que puede haber momentos y casos en los que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Dicho de otro modo: la fe de la Iglesia es siempre la misma, pero la doctrina que la explica no es monolítica; el pluralismo teológico es tan antiguo como “los evangelios”, las cuatro primeras maneras de entender, aplicar e interpretar la vida y el mensaje de Jesús.
Para el Nuevo Testamento no hay ninguna duda: Cristo resucitado es “el Señor”. Evidentemente no como los señores de este mundo, sino como el Señor de los señores, el Señor que es igual a Dios y, por tanto, el Señor absoluto al que todo le está sometido. San Pablo considera varias dimensiones a propósito del señorío de Cristo resucitado: es Señor de todos (Flp 2,11) y de todo (Col 1,15-20), es Señor de cada uno de nosotros (Rm 14,8-9) y es el único Señor (1 Cor 8,6). Estas dimensiones del señorío de Cristo tienen una serie de consecuencias importantísimas para la vida del cristiano.