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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

27
Abr
2016
Los hijos reflejan la primacía del amor de Dios
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La Amoris Laetitia dedica mucha atención a la fecundidad del matrimonio. Los hijos son el resultado más precioso del amor matrimonial. No son algo añadido “desde fuera” al amor de los esposos, sino que brotan del corazón mismo de su amor recíproco. El amor rechaza todo impulso de encerrarse en sí mismo; el amor auténtico siempre es fecundo, porque es creador. El Papa supera la comprensión de los hijos como un fin del matrimonio. Los hijos no son un fin, un objetivo, un resultado, son inherentes al amor.

Cada nueva vida nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, a saber, la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen. Esto refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, que nos ama primero antes de haber hecho algo para merecerlo. Los padres son los mediadores del amor de Dios, hasta el punto de que “a ellos Dios les ha concedido elegir el nombre con el que él llamará a cada uno de sus hijos por toda la eternidad”. La madre, por su parte, “acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida” y se hace así partícipe del misterio de la creación. Padre y madre muestran a sus hijos el rostro paterno y materno de Dios.

“Cada niño, dice el Papa, está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador”. La mediación amorosa del amor de Dios, por parte de los padres, se cumple igualmente en el caso de la adopción: “los que asumen el desafío de adoptar y acogen a una persona de manera incondicional y gratuita, se convierten en mediaciones de ese amor de Dios que dice: ‘aunque tu madre te olvidase, yo jamás te olvidaría’ (Is 49,15)”. “La adopción y la acogida muestran un aspecto importante del ser padres y del ser hijos, en cuanto ayudan a reconocer que los hijos, tanto naturales como adoptados o acogidos, son otros sujetos en sí mismos y que hace falta recibirlos, amarlos, hacerse cargo de ellos y no sólo traerlos al mundo”. Este amor y este respeto al otro “sujeto de sí mismo” se manifiesta tanto más en el caso de los niños acogidos con alguna minusvalía.

A las precedentes consideraciones teológicas, Francisco añade otras referidas a la educación de los hijos. En primer lugar un aspecto social y jurídico: los padres tiene el derecho y el deber de educarlos, el Estado y la escuela son subsidiarios y, en todo caso, acompañan la función indelegable de los padres. Luego un aspecto práctico, que requiere una buena dosis de psicología: hay que confiar en los hijos, educarlos para la libertad. Cuando uno sabe que los demás confían en él se muestra tal cual es, sin ocultamientos.

Es importante lo que se dice de los hermanos: con ellos se aprende la convivencia, y así “la familia introduce la fraternidad en el mundo”. Más aún: en la familia madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja el misterio de la Santa Trinidad.

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23
Abr
2016
Matrimonio y virginidad
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La exhortación apostólica Amoris Laetitia trata fundamentalmente del amor en la familia. Pero como en la vida cristiana todo está relacionado, no es de extrañar que el documento del Papa se pregunte por la relación que hay entre virginidad y matrimonio, ya que la virginidad es una forma de amar. Se trata de dos carismas, dos dones del Espíritu Santo, dos modos de seguir a Cristo y dos vocaciones o llamadas de Dios. Si ambos estados, el celibato en la vida consagrada y el matrimonio, tienen el mismo origen en Dios, no solo no pueden oponerse, sino ni siquiera rivalizar.

Desde esta luz se comprende la advertencia que hace el Papa a propósito del texto de 1Cor 7,32, en el que parece que San Pablo recomienda la virginidad. San Pablo la recomendaba porque esperaba un pronto retorno de Jesucristo y quería que todos se concentrasen en la evangelización. Sin embargo, dejaba claro que era una opinión personal ya que, sobre esto, no había ningún precepto del Señor (1Cor 7,25). Por eso reconocía el valor de las diferentes llamadas: “cada cual tiene de Dios su gracia particular” (1Cor 7,7), por tanto “que cada cual viva como le ha llamado Dios” (1Cor 7,17). Hecha esta aclaración, afirma el Papa: “los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista”. Hubo algún autor medieval que decía que el matrimonio podía considerarse superior a los demás sacramentos porque simboliza algo tan grande como la unión de Cristo con la Iglesia o la unión de la naturaleza divina con la humana.

La virginidad es un reflejo de la plenitud del cielo donde “ni los hombres se casarán ni las mujeres tomarán esposo” (Mt 22,30). Tiene el valor simbólico del amor que no necesita poseer al otro, y refleja así la libertad del Reino de los Cielos. Es una invitación a los esposos para que vivan su amor conyugal en la perspectiva del amor definitivo a Cristo, como un camino común hacia la plenitud del Reino. Por su parte, el amor de los esposos tiene otros valores simbólicos: es un peculiar reflejo de la Trinidad, unidad plena en la cual existe también la distinción. Es también un signo cristológico, porque manifiesta la cercanía de Dios que comparte la vida del ser humano uniéndose totalmente a él. Mientras la virginidad es un signo escatológico de Cristo resucitado, el matrimonio es un signo del Cristo terreno que aceptó unirse a nosotros.

Quienes han sido llamados a la virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios un signo inquebrantable de la fidelidad de Dios a su Alianza. Porque hay personas que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge ya no resulta físicamente agradable o no responde a sus necesidades. Una mujer puede cuidar a su esposo enfermo, y mantener su “sí” hasta la muerte. Y así se convierte en una invitación a las personas célibes para que vivan su entrega por el Reino con mayor generosidad y disponibilidad.

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20
Abr
2016
Ecuador o la importancia de mirar a la cara
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Tengo escritas algunas reflexiones, con referencias a la última exhortación del Papa, que pienso publicar en los próximos días. Hoy no cuelgo el artículo que tenía preparado, porque cuando hay una desgracia que te toca de cerca todo lo demás pasa a segundo plano. Me estoy refiriendo al terremoto que ha sacudido el Ecuador. Yo tengo allí algunos conocidos, pero no están en la zona sísmica. Sin embargo, parte de la familia de un hermano y amigo, sí está en la zona. La cara de tristeza de esta persona me ha conmovido. Las desgracias se ven de otra manera cuando las miras a través de rostros concretos que se sienten afectados. Del mismo modo que las situaciones irregulares (para emplear la palabra que el Papa utiliza para calificar determinadas situaciones familiares) se ven y se juzgan de otra manera cuando el irregular es un hermano, un hijo, o una persona querida. Ya no se trata de teoría, se trata de personas.

Mientras escribo estas líneas estoy recibiendo correos de alguna ONG que pide “ayuda urgente” para Ecuador. Con fotografías de niños durmiendo en lanchas, pues sus casas fueron afectadas por el terremoto. Les confieso que la cara de mi amigo, que está sano y que duerme en una buena cama, me resulta más conmovedora y me “mueve” más que las fotografías de personas desconocidas. Por eso es tan importante acercarse a la gente, mirarla a los ojos y escucharla. Eso cambia todo. Ya no hay teorías que valgan. Jesús de Nazaret no hacía teoría porque escuchaba a las personas y las tocaba.

En España viven casi medio millón de ecuatorianos. Los ecuatorianos nacionalizados españoles son más de 165.000. Si alguno de ellos es tu vecino, y tiene familia en la zona en la que ha golpeado el terremoto, mírale a la cara. Y surgirá espontánea la pregunta de cómo puedes ayudar a la gente alejada, aunque no puedas ver su cara. Porque hay personas que lo están pasando mal. No las conocemos, están lejos, pero son nuestros hermanos, son exactamente como nosotros, ahora con las ilusiones rotas, con tristeza y mucha necesidad.

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17
Abr
2016
Los gestos del Papa... hacia los musulmanes
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El Papa ha visitado la isla de Lesbos, junto con el Patriarca Bartolomé I y el Arzobispo de Atenas Jerónimo II. La sorpresa ha sido que en el avión de regreso a Roma iban (junto con el Papa) tres familias sirias musulmanas, en total doce personas, ejerciendo su derecho de acoger en el estado vaticano a quién bien le parezca. Son gestos muy llamativos, que buscan despertar las conciencias dormidas de muchos europeos, indiferentes ante el dolor; y de aquellos cristianos, que no acaban de comprender tanto interés con los musulmanes.

¿Por qué acoger a tres familias musulmanas y no a tres cristianas o, al menos, a una musulmana, una católica y una ortodoxa? Lo fácil es criticar y lo difícil es responder. Aunque explicaciones hay muchas: el mismo Jesús, ante la exigencia de sus conciudadanos de que repitiera en su pueblo los milagros que hacía en otras partes, respondió contando historias de la propia tradición judía, en las que los profetas, en vez de atender a las muchas viudas y muchos leprosos que había en Israel, se dedicaban a atender a viudas y leprosos extraños al pueblo elegido.

Entiendo que estos gestos del Papa pretenden dejar muy claro a cristianos, musulmanes y todo tipo de personas, que todos somos hermanos, hijos del mismo Padre, y que todos debemos acogernos como hermanos. Cuando llegue el momento de encontrarnos definitivamente con el Padre del cielo, la pregunta clave no será si atendimos al cristiano herido, sino si atendimos al herido. Por otra parte, que un cristiano acoja a un musulmán es un modo de decir que las discriminaciones son todas malas. Más aún, que el cristiano está a favor de la paz, de la reconciliación y del entendimiento entre todos los seres humanos. Y si otros no lo están, o son “selectivos” y no lo manifiestan con gestos de acogida al diferente, el cristiano sí lo está, sea cual sea la actitud del otro. Porque si uno solo es honrado con los honrados, entonces no es honrado. Y si solo es bueno con los buenos, entonces no es bueno. El bueno lo es con todos y el honrado lo es en toda circunstancia. Ser bueno no es fácil, pero solo los buenos son felices.

Claro que también los cristianos necesitan ayuda. Y mucha. Claro que el gesto del Papa es solo un gesto. Pobre, ante las inmensas necesidades. ¿Qué son doce entre cientos de miles? El Señor no nos pide que atendamos a todos los necesitados, sino que empecemos por el que está más cerca y, luego, si podemos, por el siguiente. Si cada uno atiende al que tiene cerca, al final todos tendremos a alguien que nos atienda.

Es posible preguntarse por la responsabilidad de los gobiernos musulmanes ante los refugiados correligionarios suyos. Me imagino que los gestos de Francisco no deben gustar mucho a los gobiernos. Ni a los musulmanes ni a los europeos. El gesto del Papa es una llamada profética para todos los gobiernos, sin necesidad de decirles una sola palabra. Hay gestos que valen más que todas las palabras.

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14
Abr
2016
Valoración teológica de la "Amoris Laetitia"
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A propósito de la exhortación apostólica Amoris Laetitia ha surgido la pregunta de cuál es el criterio adecuado para interpretarla bien. La pregunta puede ser pertinente, pero puede reflejar una cierta sospecha sobre el texto. A esta pregunta hay quien responde diciendo que debe leerse a la luz del Magisterio anterior. Y si hay alguna duda sobre qué quiere decir el Papa en su escrito, recurrir a lo dicho por los Papas anteriores, como si lo dicho por los Papas anteriores no necesitase también una buena interpretación.

Cierto: el Magisterio del presente hay que situarlo en continuidad con el Magisterio del pasado. Ahora bien, las necesidades y preocupaciones pastorales del presente son distintas de las del pasado. De ahí que el Magisterio se vea obligado a tratar problemas nuevos o a afrontarlos de otra manera. Benedicto XVI, en un famoso discurso sobre como interpretar el Vaticano II, habló de hermenéutica de la reforma (que se opone a la ruptura y a la continuidad repetitiva) y dijo que “la naturaleza de la verdadera reforma consiste en un conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles”. Si el pasado ayuda a entender el presente, también el presente ayuda a interpretar el pasado. Si no fuera así, no haría falta el Magisterio. Peor aún, el Espíritu Santo creador no tendría ningún papel en la Iglesia. Eso dejando aparte la pregunta de cuál es el buen pasado que debe servir de criterio del presente.

No es un determinado pasado, sino la totalidad de la tradición lo que hay que tener en cuenta. Es la totalidad la que interpreta las partes, las del pasado y las del presente. El presente forma parte de la totalidad interpretativa. Sin olvidar que en esta totalidad hay tensiones, que no se pueden eliminar. Eliminar las tensiones es eliminar la totalidad. La primera tensión ineliminable es la confesión cristológica: Dios y hombre verdadero, la afirmación total y simultánea de dos polos aparentemente incompatibles: lo finito y lo infinito; lo divino, totalmente puro y espiritual, y la carne de pecado, frágil e inconsistente. La doctrina sobre el matrimonio también debe reflejar la tensión entre el ideal al que constantemente debemos tender y algunas realidades para las que no hay recetas prefabricadas ni soluciones rápidas.

La Amoris Laetitia es un documento solemne del magisterio ordinario, escrito con un lenguaje pastoral, suficientemente claro, que debe ser recibido con todo respeto y en su totalidad. Fijarse solo en aquellos pocos párrafos que se refieren a situaciones particulares, que exigen un discernimiento caso por caso (como siempre se ha hecho en la Iglesia) es no hacer justicia al documento y olvidar sus muchas riquezas. El escrito del Papa habla fundamentalmente de los aspectos más positivos, alentadores y luminosos del amor conyugal; y cuando es oportuno proyecta la luz de la misericordia sobre las situaciones más dolorosas, que requieren un tratamiento personal y diferenciado.

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10
Abr
2016
El amor conyugal, signo imperfecto
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La vida cristiana está marcada por la imperfección. Aquí el término imperfección no está relacionado primeramente con el pecado, sino con la limitación de lo humano. Solo Dios es perfecto. La imperfección indica que los cristianos vivimos la vida divina a nuestro nivel y según nuestras posibilidades, que siempre son finitas. Solo en el cielo alcanzaremos la perfección. Tomás de Aquino, refiriéndose a la caridad, o sea, al amor a Dios, a lo más perfecto y propio de toda vida humana, decía: “en el estado presente, la caridad es imperfecta; se perfeccionará en la patria (celestial)”. Y el Vaticano II dejó dicho: en la tierra, la santidad es imperfecta. Los cristianos llevamos un gran tesoro en vasos de barro, incapaces de guardar el tesoro tal como se merece.

En la Amoris Laetitia, el Papa hace una aplicación de este principio a la vida matrimonial, cuya categoría sacramental le viene del hecho de ser un signo del amor de Cristo a su Iglesia. Pues bien, dice el Papa, “el amor conyugal es un signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia”; “la analogía entre la pareja marido-mujer y Cristo-Iglesia es una analogía imperfecta”. Por una parte, la imperfección indica que el matrimonio es un camino que nunca acaba, que cada día hay que recorrer y en el que siempre es posible crecer. Por otra parte, la imperfección ayuda a comprender las dificultades y complejidades del amor, así como las rupturas no deseadas. Si el matrimonio fuera una situación de perfección las dificultades serían imposibles. Y sería imposible la ruptura. Si se rompe es porque puede romperse. Puede romperse porque es frágil. El matrimonio es imperfecto por naturaleza.

De lo anterior se deducen dos consecuencias, una que se aplica cuando el amor permanece y otra que se aplica cuando el amor se rompe. “El amor convive con la imperfección”, dice el Papa. De ahí la necesidad de asumir las debilidades y defectos del otro e integrarlos en un contexto positivo, pues estos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Hay que aceptar que el otro me ama como es y como puede, con sus límites, pero que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o no sea real. Una dosis de “realismo” siempre contribuye a la salud matrimonial.

La imperfección explica también las rupturas y situaciones complejas de algunos matrimonios. Otra cosa son las valoraciones morales de las rupturas y de las consecuencias que acarrean. A veces no es fácil discernir el grado de culpabilidad. De ahí la necesidad de evitar condenas y juicios precipitados. Dice el Papa: “el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión”; por eso “hay que evitar los juicios que no tienen en cuenta la complejidad de las situaciones, y estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición”.

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8
Abr
2016
El amor en la familia: luces y sombras
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La exhortación apostólica del Papa Francisco “sobre el amor en la familia” es larga porque son muchas y complejas las cuestiones relacionadas con la familia. El documento está dirigido explícitamente a los cristianos. Hay puntos que tienen mayor interés para unos que para otros, dependiendo de la situación en que uno se encuentra y de sus necesidades. El texto merece una lectura reposada. Sería bueno que cada uno se quedase con lo que más directamente le afecta. Me temo que los distintos comentarios que aparecerán en los próximos días seleccionaran los aspectos más llamativos o que más se aproximen a la ideología del comentarista. Sería una pena que estas insistencias nos desviaran de una lectura en profundidad de la rica teología sobre el amor cristiano que ofrece la Amoris Laetitia.

El Papa comienza recordando que, en estos asuntos tan personales, no todo se resuelve a base de leyes. Y, si bien es cierto que la Iglesia tiene una doctrina luminosa sobre el amor y el matrimonio, “hay diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella”. El Papa, siendo firme en lo doctrinal, es consciente de que hay situaciones que necesitan un tratamiento propio.

La realidad de la familia tiene sus luces y sus sombras. Su luz más esplendorosa deriva del hecho de ser el reflejo viviente del Dios Creador: “la familia no es algo ajeno a la esencia divina”; “el varón, la mujer y los hijos conforman una comunión que es imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. En la familia también hay sombras, debidas a la fragilidad humana y, sobre todo, al hecho de que cuando las cosas no dependen solo de uno, es más complicado controlarlas a gusto de uno. A propósito de estas sombras, el Papa reconoce con humildad que, a veces, el modo de presentar las convicciones y de tratar a las personas, no ha facilitado que resplandezca la belleza de la fe cristiana y ha dificultado responder a las necesidades reales de los fieles.

Lo importante es leer el texto completo y que cada uno saque sus propias conclusiones. Una clave: el respeto a la conciencia de cada uno, que debe hacer su propio discernimiento y, a veces, hacerlo en situaciones donde se rompen todos los esquemas. La Iglesia está llamada a formar las conciencias, no a sustituirlas. Un principio inspirado en Tomás de Aquino puede dar luz a los responsables de acompañar a esas personas que se encuentran en situaciones difíciles: cuanto más se desciende a lo concreto y a lo particular, tanto más difícil es ofrecer una norma general. O dicho de otro modo: tanto más aumenta la indeterminación.

Un detalle menor, pero agradable: en otras ocasiones he notado que Francisco cita gustoso a las Conferencias Episcopales. En este documento la primera Conferencia citada es la española. Si no me equivoco, es la primera vez que este Papa cita a nuestra conferencia episcopal en un documento de este nivel.

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6
Abr
2016
Noche de hotel por 90.000 euros
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Este verano está previsto abrir un hotel en Macao. El precio por noche será entre 60.000 y 90.000 euros. Han leído ustedes bien: entre sesenta mil y noventa mil euros. La noticia la daba a toda página, en la contraportada, el ABC del pasado sábado, dos de abril. Si un empresario se arriesga a abrir este tipo de negocio, es porque piensa que tendrá clientes. Durante todo el año, me imagino. La ciudad de Macao, en la república de China, bajo gobierno comunista (el nombre de cuyo presidente, Xi Jinping, se encuentra en los muy capitalistas y elitistas “papeles de Panamá”), se ha convertido en la nueva meca del juego, desplazando a Las Vegas.

Me cuesta entender qué tipo de servicios pueden costar una cantidad de dinero tan elevada. No me imagino cuáles pueden ser las prestaciones que se ofrezcan, en una noche, por noventa mil euros. Doy gracias a Dios por carecer de esta capacidad imaginativa. No sé cuántos españoles pueden permitirse este lujo. Me imagino que pocos, pero bueno, nunca se sabe el dinero que se oculta en algunas cuentas.

Lo que más me cuesta entender es que haya personas que puedan hacer este tipo de gasto y, sobre todo, que estén dispuestas a hacerlo. El que haya gente que pueda y quiera hacer estos gastos es la prueba evidente de que la pobreza, en el mundo, no es un asunto casual, ni accidental, ni irresoluble. Es un asunto que tiene solución, que depende de la voluntad política de nuestros gobernantes y del tipo de economía que impera en nuestras sociedades. Si alguien tiene ese dinero para tirar, sí, para tirar, durante una noche, y lo hace, es porque ha perdido la conciencia hace tiempo. La conciencia, la cabeza, el corazón y las entrañas.

Yo propondría a las autoridades chinas, comunistas ellas, en un país en el que hay mucha necesidad y mucha pobreza, sobre todo en el campo, que a los clientes de este hotel les cobrasen en impuestos la misma cantidad que se dejan en caja. Y con esos impuestos creasen una bolsa para paliar el hambre en el mundo, empezando por su país, y siguiendo por esos otros países africanos y centro americanos en los que el capitalista estado comunista chino tiene grandes negocios, y en los que compra muchas tierras. Sin duda esto no es la solución a los problemas sociales y humanos de nuestro mundo. Pero si lo hicieran sería un gesto que, a lo mejor, hasta podría tranquilizar su propia conciencia de gobernantes, la conciencia del hotelero y, de paso, la de los clientes. Aunque, pensándolo bien, es imposible tranquilizar la conciencia de quiénes la han perdido. Primero habrá que ayudarles a recuperarla.

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2
Abr
2016
Anunciación: regenerar la historia
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La fe cristiana está basada en acontecimientos históricos, ocurridos en nuestro mundo en fechas y lugares bien precisos. Estos acontecimientos reciben desde la fe una determinada interpretación. Otras interpretaciones son posibles: de la historia de Jesús puede hacerse una lectura cristiana, judía, religiosa sin más o incluso secular. Este arraigo histórico del cristianismo explica que hayamos puesto fecha a algunos acontecimientos, aunque hoy no sea posible determinar esa fecha con precisión absoluta. Eso es lo de menos. Que yo haya sido bautizado un ocho o un veinte se septiembre no tiene mayor importancia. Lo importante es que he sido bautizado. Ocurre lo mismo con la fecha del nacimiento de Jesús: el 25 de diciembre es un modo de decir que tuvo fecha de nacimiento, pero nada más. Lo del año uno es todavía más impreciso. Seguramente Jesús nació en el año cuatro o cinco antes de nuestra era.

A partir de ahí se comprende la fecha “litúrgica” de la anunciación del Señor: haciendo un recuento de los meses de expectación a partir del nacimiento de Jesús, resulta que marzo es el tiempo de su concepción. Como este año el 25 de marzo se encontraba dentro de la semana de Pascua, se ha trasladado la fiesta de la anunciación al 4 de abril. En Valencia se celebrará el 5, porque el 4 de abril se celebra la fiesta de san Vicente Ferrer. Estos cambios son una prueba más de que, aunque los acontecimientos fundamentales de la fe cristiana son históricamente determinables, la exactitud de la fecha que requieren, por ejemplo, algunos actos jurídicos, en nuestro caso es lo de menos. Los cristianos ni celebramos ni recordamos fechas, sino acontecimientos.

En primavera se regenera la naturaleza. La anunciación del Señor en estos días de primavera (en el hemisferio norte), nos invita a ir más allá de la regeneración de la naturaleza y a pensar en la regeneración de la historia. La regeneración de la historia comenzó con un anuncio a una jovencísima muchacha. Al oírlo “ella se turbó” (Lc 1,29), pero se mantuvo firme. Dios no le impone nada. Dios pide un asentimiento que debemos calificar de “contractual”. Y sorprendentemente se lo pide a un sujeto carente de voz autónoma para el derecho y la sociedad de aquella época. Así son las cosas de Dios. Nos hace el honor de contar con nuestra libertad. La aceptación de aquella chica tuvo la capacidad de cambiar el curso de la historia. También hoy la historia cambiará no gracias a los poderosos, sino gracias a un cambio de mentalidad que sólo puede ocurrir en aquellos que tienen un corazón humilde y amante. Ellos son los verdaderos sujetos de la historia.

La Iglesia debe anunciar con todas sus fuerzas que la acogida de la Palabra de Dios (“hágase en mi según tu palabra”) es el mejor camino para esta necesaria regeneración de la historia y de la sociedad. En el anuncio, en la acogida, y en otras cosas en la Iglesia, hay mujeres que van por delante.

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29
Mar
2016
Tumba vacía y apariciones, refuerzo mutuo
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Según el Obispo anglicano N.T. Wright hay dos datos que ayudan a entender la “lógica histórica” de los relatos evangélicos sobre la resurrección. Son dos datos confluyentes, que se apoyan el uno al otro, a saber: a) la tumba vacía; b) las apariciones.

Un anuncio de la resurrección con la presencia del cadáver de Jesús, no hubiera tenido ningún éxito. La evidencia del cadáver hubiera sido apabullante y casi un obstáculo insalvable para aceptar la resurrección. Pero solo la tumba vacía tampoco hubiera probado nada. Más bien, hubiera sido un indicio serio de que los apóstoles habían robado y ocultado el cadáver. Lo primero que piensa María Magdalena cuando ve la tumba vacía es que el jardinero ha trasladado el cadáver. Celso, un apologeta anticristiano del siglo II, calificaba a los apóstoles de ladrones de cadáveres.

Por eso tuvo que haber algo más que una tumba vacía. Hubo una presencia que se imponía a pesar de las dudas y vacilaciones. Pero como esta presencia no era como las mundanas, porque Jesús resucitado se aparece no a la manera terrestre, sino al modo como se aparecen las realidades celestiales, se explica la duda y la sorpresa de los apóstoles. No es extraño que confundieran su experiencia del resucitado con la experiencia de los “aparecidos”, de los fantasmas, con esa vaga impresión que a veces todos tenemos de que los muertos están con nosotros y nos “sugieren” que siguen ahí. Ellos sabían de este tipo de experiencias. Es posible que se preguntaran si no sería una experiencia de este tipo la que estaban teniendo tras la muerte de Jesús. En este caso, no habría ningún encuentro con Jesús resucitado, sino con una apariencia fantasmagórica surgida de la propia imaginación.

Pero el sepulcro vacío hizo pensar a los discípulos que quizás en aquellas apariciones se trataba de algo distinto a un fantasma. Quizás era verdad que Cristo había dejado la tierra y había resucitado, entrando en el mundo de Dios donde ya no se muere más. Por eso digo que la tumba vacía y las apariciones se refuerzan mutuamente. La tumba vacía ayuda a comprender que quién se hace presente misteriosamente es aquel que ninguna tumba puede contener. Por su parte, esta presencia misteriosa de Jesús ayuda a comprender el motivo por el que la tumba está vacía.

Evidentemente, afirmar que Cristo ha resucitado es un dato de fe, el dato fundamental de la fe cristiana. Por esto no puede “probarse”. Pero puede explicarse. Y una vez aceptada por la fe la resurrección de Cristo, el creyente busca hacerla creíble. Al hacerla creíble, el creyente vive su fe con mayor confianza.

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