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Sep2016Los "peros" de la misericordia
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Sep
Buscando cuestionar el discurso del Papa sobre la misericordia hay quienes dicen: “misericordia, claro que sí, y mucha; pero no olvidemos la justicia”. “Dios es misericordioso, dicen, pero es también justo”. Este “pero”, como la mayoría de los “peros” es un intento sibilino de descalificar lo primero que se afirma, ya que no se atreven a negarlo de plano. Lo mismo valdría para la proposición inversa.
El problema de la relación entre justicia y misericordia se ha debatido con frecuencia en teología. En general se ha planteado como si se tratase de delimitar dos campos rivales, el de la justicia y el de la misericordia, preguntándose hasta dónde llegaba cada uno de estos campos, y dando por supuesto que lo que se condecía a uno había que quitárselo al otro. Dios, dirán algunos (mejor no cito a nadie) manifiesta su misericordia con los que se salvan y su justicia con los que se condenan. Peor aún: como “todos” merecemos la condenación (porque la humanidad, debido al pecado original, se ha apartado de Dios), si salvación hay es por pura gracia: Dios elige a los que quiere salvar y condena a los que quiere condenar. Hay incluso textos bíblicos que parecen ir en esta línea: “Dios usa de misericordia con quien quiere y endurece a quien quiere… ¿O es que el alfarero no es dueño de hacer de una misma masa vasijas para usos nobles y otras para usos despreciables?” (Rm 9,18.21). La aplicación teológica era: Dios salva a unos para mostrar su gracia y condena a otros para manifestar su justicia.
El fallo, a mi entender, de este tipo de planteamientos, está en considerar como rivales o como incompatibles esos dos atributos de Dios. Hay que afirmar los dos al mismo tiempo e intentar comprender como pueden darse ambos en Dios sin que el uno anule al otro, sino reforzándose mutuamente. ¿Valdría una formulación como esta: Dios es justo en su misericordia y misericordioso en su justicia? Justo porque toma en serio el pecado y lo condena, hasta el punto de morir por nuestros pecados; y misericordioso porque ama al pecador y resucita para nuestra justificación.
Ya en el Antiguo Testamento encontramos afirmaciones de este tipo: la justicia de Dios es su misericordia. San Pablo, en su carta a los romanos, dice que la justicia de Dios se manifiesta en la justificación del pecador, de modo que el Dios justo es justificador. Podemos concluir, pues, que la justicia de Dios es su misericordia. Dice el Papa Francisco: “La misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios”.
Dios quiere todos se salven. Es de esperar, por tanto, que la voluntad de Dios, se cumpla. Cierto, en este asunto de la salvación interviene también la libertad humana, porque salvación es acogida del Dios que es Amor, y no hay amor sin recíproca acogida.
En otra ocasión dediqué un
“Sed de paz. Religión y culturas en dialogo”. Este es el lema del Encuentro Interreligioso que está teniendo lugar en Asís. Coincidiendo con este encuentro el Papa ha convocado para el martes, día 20, una Jornada de Oración por la Paz. La paz siempre ha sido el anhelo constante de la humanidad, aunque desgraciadamente nunca se ha logrado cumplir del todo. Las guerras, divisiones, rencillas, a todos los niveles, son tan antiguas como la historia y conviven con los deseos, llamadas y esfuerzos por la paz.
El sábado santo del presente año 2016, una monja de la Congregación de Jesús-María, que estaba como misionera en Haití, en una especie de pre-monición, redactó un “testamento espiritual”, que se ha encontrado después de su muerte. Entre otras cosas escribió: “Si leéis esto es porque se me acabaron los días en este mundo. No estéis tristes… Seguir a Jesús y su Evangelio ha sido lo más fascinante de mi vida y agradezco a mi congregación que me haya ayudado a ello. Si de alguien me enamoré localmente fue de Jesús. Por eso, estad alegres, estoy ya con Él”.
En la última película de Woody Allen, “Café Society”, el cineasta pone en boca de uno de sus personajes que los judíos no creen en la resurrección de los muertos. No entro en el fondo del asunto, que sin duda, requiere de muchas matizaciones. Pero aprovecho el dato para recordar algo que suele sorprender, a saber: de la fe en Dios no se sigue que deba darse ninguna resurrección de los muertos. Dicho de otra forma: la fe en Dios no es necesariamente utilitarista. Puede ser hasta gratuita: no te quiero por lo que me das, te quiero porque te quiero. El amor no entiende de intereses; a veces ni siquiera entiende de razones. Hay un soneto anónimo a Cristo crucificado, del siglo XVI, cuyo verso inicial reza así: “No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido”.
La libertad, como el amor, se realiza en el bien. Porque la libertad busca siempre, como por instinto, lo que más conviene. El mal nunca conviene. Habrá, pues, que preguntarse cómo es posible elegir el mal, o dicho en vocabulario cristiano, cómo es posible elegir el pecado. Esta mala elección solo es posible por mala información o por engaño. Tengo una información parcial, y esta información parcial me dice que tal cosa es buena; por eso la hago. O alguien me miente de forma hábil y seductora (ese es el papel del tentador, según la Biblia: mentiroso y padre de la mentira) y yo me dejo seducir.
La teología anterior al Concilio Vaticano II (por poner una fecha significativa) calificaba la vida religiosa como “estado de perfección”, quizás teniendo como trasfondo esas palabras de Jesús, según el evangelista Mateo: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Las dos palabras, estado y perfección, tienen su interés. Estado quiere decir estabilidad, permanencia. Perfección se contraponía a ordinario. Se consideraba que había dos caminos para conseguir la meta a la que tiende todo cristiano, el de la mayoría, y uno reservado a la minoría, que al profesar los votos de castidad, pobreza y obediencia, encontraba un vía más segura para alcanzar el cielo.
Todos los años, cuando llega el mes de septiembre, y los niños y jóvenes regresan a los Colegios; y también muchos trabajadores, que han tenido la suerte de tener vacaciones en el mes de agosto, se reincorporan a sus trabajos, se oye hablar del síndrome postvacacional. Sin duda reemprender las tareas, tras un tiempo de ocio, supone una pequeña adaptación. Pero esta adaptación no tiene porque traducirse en depresión, angustia, tristeza, mal humor, y otros síntomas asociados al descontento o a la desilusión.
Siguiendo con la teología y la pastoral “temporales” del post anterior, hay en el documento del Papa sobre la familia unos números dedicados a la formación de los sacerdotes, y más en concreto, de los seminaristas, que convendría tener en cuenta y llevar cuanto antes a la práctica: “a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas de las familias” (número 202). Conclusión: si les falta formación, mejor que no los traten. Otra conclusión mirando al futuro: “los seminaristas deberían acceder a una formación interdisciplinaria más amplia sobre noviazgo y matrimonio y no sólo en cuanto a la doctrina” (n. 203). Conclusión: no es cuestión de aprender el catecismo, es cuestión de interdisciplinariedad y de conocimiento de la realidad concreta y “temporal”.
Un reciente documento de la Conferencia Episcopal Española sobre algunas cuestiones de cristología fue acogido por algunos con el calificativo de “intemporal”. Cuando se utiliza el término “intemporal” para criticar algún documento supongo que se quiere decir que está alejado de la realidad concreta que viven los fieles. No es fácil responder a todas las preguntas que se plantean. Tampoco resulta fácil encontrar un lenguaje comprensible y cercano. Pero hay que intentarlo.