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Yo sé rezar, pero no sé orar
12 comentariosUna vez alguien me dijo: “yo sé rezar, pero no sé orar”. Sin duda, los dos verbos, rezar y orar, pueden emplearse para decir exactamente lo mismo, pero en boca de la persona que hizo esta distinción, el verbo rezar quería decir algo así: recitar, leer, cantar o incluso meditar con textos preparados de antemano; identificaba el rezar con un recitado, individual o en grupo, de una serie de oraciones escritas de antemano. Por el contrario, con el verbo orar, distinguiéndolo del rezar y dándole, además, un sentido mucho más positivo, se quería significar algo así como tener un coloquio amistoso con Dios. Si interpreto bien la frase que me dijeron, entonces es claro: rezar, en el sentido de recitar una serie de oraciones, es fácil y todos sabemos hacerlo; tener un coloquio con Dios ya resulta un poco más complicado y muchos nos preguntamos cómo se puede dialogar con Dios y tratar de amores con él.
Esta distinción entre rezar y orar encuentra un paralelo interesante en una doble manera de entender la fe. Algunos piensan que tener fe es conocer una serie de dogmas y de verdades recogidas fundamentalmente en los catecismos. Pero hay otro modo, más apropiado de entender la fe: como encuentro personal del ser humano con el Dios que se revela en Jesucristo. Para saber el catecismo basta con estudiar un poco; encontrarse con Dios ya resulta más complicado, porque a Dios nunca le encontramos “cara a cara”, directamente, como nos encontramos con los amigos. También aquí podríamos decir: “yo me sé el catecismo, pero no conozco a Dios”.
Cuando el acento está puesto en el rezar como recitado, importan los ritos, el incienso, los vestidos bien puestos o los cirios bien colocados. Igualmente, cuando el acento está puesto en el creer como conocimiento de verdades, la fe se convierte en dogmatismo y se hace problema con las comas, los acentos, las palabras, las precisiones lingüísticas y la repetición de fórmulas pasadas. A algunos esto les deja satisfechos, pero es la satisfacción de los necios. Cuando de lo que se trata es de tener un coloquio amistoso con Dios, o de encontrarse con el Dios que en Jesús se revela y nos sale al encuentro por los caminos de la vida, las formas y las fórmulas importan poco. Sólo cuenta la persona. Entonces uno se da cuenta de lo difícil que es orar y creer. Pero esta dificultad, lejos de desanimarle, excita su deseo de un encuentro más pleno. Y en la dificultad misma se encuentra con aquel al que busca.