Ago
Valoración católica del Islam
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Lo ocurrido en el municipio murciano de Jumilla, a saber, las dificultades que el consistorio ha puesto para que puedan celebrarse en un recinto deportivo algunas celebraciones musulmanas, ha provocado que algunos políticos hayan descalificado a los obispos españoles que han defendido la libertad religiosa. La descalificación ha mezclado muchas cosas, la mayoría, por no decir todas, impropias de alguien que se confiesa católico. Pongo un solo ejemplo: decir que el dinero que recoge una institución tan seria como “Caritas” no se destina por completo a ayudar a los necesitados, porque parte se dedica a sostener infraestructuras, es confundir las cosas. Claro que parte del dinero se dedica a sostener infraestructuras, porque estas infraestructuras están al servicio de una mejor atención a las muchas personas que acuden a “Caritas”.
Para que cada uno saque sus propias conclusiones, ofrezco la postura más oficial de la Iglesia Católica sobre la religión islámica: “La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno”. Cierto, la Iglesia reconoce que “en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes”, pero también “exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres” (Concilio Vaticano II).
Por otra parte, cada religión y cada Iglesia deberían ser los primeros interesados en defender el derecho a la libertad religiosa de las demás confesiones y religiones, lo que implica el derecho a profesar la religión tanto pública como privadamente. Y hacerlo por su propio bien, porque la defensa del derecho de los demás es también la defensa del propio derecho. Y es, además, una exigencia a las demás Iglesias y religiones para que en aquellos lugares donde ellas sean toleradas y hasta privilegiadas y en donde mi propia religión encuentre dificultades, sean ellas las que defiendan mi derecho que es tan legítimo como el suyo. Y, si no lo hacen, es problema suyo, aunque ese problema vaya en perjuicio mío. Pero lo que no puede hacer un cristiano es responder al mal con el mal. En suma, las Iglesias y religiones deben tratar a las demás como ellas quieren ser tratadas. Solo así es posible la paz y el entendimiento entre personas y pueblos.