Dic
Una paz desarmada y desarmante
0 comentarios
La Jornada Mundial de la paz, instituida por Pablo VI, viene celebrándose desde el uno de enero de 1968. Desde entonces, cada año, el Papa envía un mensaje en el que suele tener en cuenta los grandes obstáculos con los que se enfrenta el deseo de paz que, en el fondo, anida en el corazón de todas las personas de buena voluntad. La fecha del uno de enero resulta oportuna, porque al estar situada en pleno tiempo de Navidad, recuerda que la gloria de Dios está estrechamente relacionada por la paz, tal como cantaron los ángeles en la noche del nacimiento de Jesús, según el evangelio de Lucas. Dios es glorificado cuando las personas vivimos en paz unas con otras.
El mensaje de este año 2026 es el primero que ha escrito León XIV, y enlaza directamente con las primeras palabras de saludo que dirigió al mundo la tarde de su elección: “La paz esté con ustedes. Hacia una paz desarmada y desarmante”. Una paz desarmada, como desarmada fue la respuesta no violenta de Jesús en el momento en que fueron a arrestarle. “La paz de Jesús resucitado es desarmada, porque desarmada fue su lucha, dentro de circunstancias históricas, políticas y sociales bien precisas”, dice el Papa, y añade, con sentido crítico, para que no se repita, que a veces los cristianos nos hemos hecho “cómplices” de tantas tragedias que han ocurrido y siguen ocurriendo.
Solo si los cristianos tenemos un corazón pacífico, podremos transmitir la paz. Al respecto el Papa recuerda una frase de san Agustín: “si queréis atraer a los demás hacia la paz, sed los primeros en poseerla y retenerla. Arda en vosotros lo que poseéis para encender a los demás”. Si no tenemos paz, la agresividad se difunde en la vida doméstica y en la vida pública. Desgraciadamente nuestros gobernantes no contribuyen a difundir paz, puesto que presentan el incremento del gasto militar como un medio defensivo y persuasivo para que otros no nos ataquen. Si quieres la paz, parece ser su lema, prepara la guerra.
Y una paz desarmante. En la Encarnación, Dios se presenta como un niño sin defensas. Las personas frágiles y heridas cuestionan todos los caminos que conducen a la violencia. El cese de la carrera de armamentos debe ir unida al desarme de las conciencias, que haga posible una confianza recíproca. Y al respecto una buena advertencia para las religiones y la religiosidad: “Un servicio fundamental que las religiones deben prestar a la humanidad que sufre es vigilar el creciente intento de transformar incluso los pensamientos y las palabras en armas… Lamentablemente, forma cada vez más parte del panorama contemporáneo arrastrar las palabras de la fe al combate político, bendecir el nacionalismo y justificar religiosamente la violencia y la lucha armada. Los creyentes deben desmentir activamente, sobre todo con la vida, esas formas de blasfemia que opacan el Santo Nombre de Dios”.