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¿Sirve de algo hacer balance del año?
4 comentariosCuando acaba el año hay quién hace balance. Las entidades financieras y las empresas hacen balances económicos para determinar sus pérdidas y ganancias. El resultado del balance es calificado de bueno, no si hay más ganancias que pérdidas, sino si las ganancias son mayores que las del pasado año. La economía siempre es autorreferencial, sólo piensa en su propio crecimiento, sin importarle el bienestar de las personas. Sin embargo, el buen balance podría tener otros criterios: ¿a cuántas personas ha ayudado la entidad financiera? La pregunta es puramente retórica, pues cualquiera sabe que las entidades financieras no son casas de caridad.
Se podría hacer un balance del año político, con resultado negativo. También los políticos son autorreferenciales. Siempre ocupados en conservar el poder, haciendo del poder un fin en sí mismo. Otro tipo de balances, por ejemplo, el eclesial, suscita división de opiniones, en función de la perspectiva con la que uno lo juzga y del lugar en que se sitúa. Los balances nunca suelen ser del todo objetivos, siempre están muy condicionados por el color del cristal con que miramos los acontecimientos. Los dos acontecimientos eclesiales del año han sido el Sínodo sobre la sinodalidad y la implicación de la Santa Sede en la búsqueda de paz en Ucrania.
Aunque esté condicionado por el color de mi cristal, el único balance que me parece útil es el de la propia vida. Ahí podemos ser más objetivos, porque a solas nadie se engaña. Si hay que presentar el balance de la vida a otras personas, entonces este balance tiene muchas probabilidades de ser falso, porque a todos nos gusta quedar bien ante los demás. Pero si el balance solo te lo presentas a ti, quizás puedas ser un poco crítico contigo mismo. O un poco humilde. Y eso siempre puede ayudar a mejorar. Si el balance sale negativo no conviene desanimarse. San Pablo decía a los fieles de Corinto: “A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mi mismo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha, más no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor” (1 Cor 4,3-4).
Pero incluso si la conciencia nos reprocha algo, es bueno recordar que “mi juez es el Señor”. Saber esto es consolador, pues como dice la primera carta de Juan (3,20), “en caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”. Dios es más clarividente y magnánimo que nuestro corazón. El conoce nuestra debilidad. Pero, sobre todo, él es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad. Por eso, los balances que uno hace delante de Dios, pueden ser motivo para arrepentirse, pero nunca para desesperarse. El pasado, pasado está. Importa el presente. Y el presente siempre comienza de nuevo. Los nuevos comienzos dependen de nosotros.