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Sin confianza no hay familia... ni comunidad
1 comentariosEl amor, dice san Pablo, todo lo cree. Eso no significa que el amor nos haga incapaces de juzgar o nos haga vivir en el engaño. Significa que en la base de todo amor está la confianza. Cuando se pierde la confianza se pierde el amor. Esto vale para todo tipo de relaciones, empezando por las familiares y siguiendo por las comunitarias, en la vida religiosa, por ejemplo.
Una formación de los hijos, de los novicios o de los seminaristas, basada en el control, en realidad es una deformación y una invitación a que nos engañen. El mero hecho de controlar es ya manifestación de desconfianza. Cuando desconfías del otro provocas al otro para que desconfíe de ti y te engañe. Cito unas sabias palabras del Papa Francisco: “la confianza hace posible una relación de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir minuciosamente sus pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar… Al mismo tiempo hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos. Alguien que sabe que siempre sospechan de él… preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades, fingir lo que no es”. Sólo donde hay confianza brota la verdadera identidad de cada uno y espontáneamente se rechaza la mentira.
Por otra parte, ni en la familia, ni en los seminarios y casas de formación para religiosos, es bueno juzgar al otro por una sola de sus reacciones negativas o por uno solo de sus errores. Las reacciones y los errores hay que valorarlos en su contexto. Los defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Un hecho desagradable en la relación no es la totalidad de la relación. Somos una compleja combinación de luces y sombras. El otro no es sólo eso que a mi me molesta. Es mucho más que eso. El otro tiene sus límites, como yo tengo los míos, pero esos límites no impiden que podamos amarnos, comprendernos y tener buenas relaciones. El amor convive con nuestros límites.
Me contaron de un formador (un padre, un superior religioso…, ¿qué más da?) que estaba convencido de que los “menores” (no en edad, sino en situación con respecto a él) siempre mentían. Recomiendo a los superiores que cuando haya quejas, dificultades o problemas en cuestiones de formación, escuchen a todas las partes con la máxima delicadeza, sin partir del supuesto de que una de las partes tiene, de entrada, la verdad. Recomiendo a los padres y madres que cuando haya quejas, dificultades o problemas con sus hijos en el Colegio o en la familia, escuchen a todas las partes, e intenten ser objetivos, no dejándose llevar por el afecto, porque no siempre los afectos son garantía de verdad. Ni de falsedad, por supuesto.