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¿Quemar el Corán? ¡Claro que no!
5 comentariosEl pasado 28 de junio un inmigrante iraquí quemó un Corán delante de una mezquita en Estocolmo, el mismo día en que se celebraba una de las festividades musulmanas más importantes. El Papa Francisco manifestó su indignación y disgusto. Una de las más llamativas reacciones que tal desgraciado hecho ha provocado ha sido el incendio, el pasado 20 de julio, de la embajada sueca en Bagdag. En los últimos años se han producido hechos similares, como la quema de iglesias cristianas en Sudán, o burlas ante imágenes de la Virgen María o fotografías del profeta Mahoma. En el terreno político, también hemos asistido a la quema de banderas o fotografías de jefes de estado.
Me centro en los actos con connotación religiosa. A mi modo de ver tienen una doble vertiente. La de algunas personas que están heridas por personas representativas de una determinada religión, que expresan de este modo su profundo malestar, atribuyendo a la religión o a la institución lo que es propio de personas desalmadas y, al mismo tiempo, manifestando con este gesto su rabia ante quién les ha dañado. El otro aspecto de la cuestión es la reacción o respuesta de algunas personas o grupos ante un gesto considerado una profanación de lo más sagrado y representativo de su religión.
Hay reacciones muy dignas, que se centran en el terreno religioso, como por ejemplo la llamada a los fieles para orar por la persona profanadora. Otras pueden ser de tipo jurídico: siempre es posible denunciar ante las autoridades hechos que uno considera insultantes. El problema lo plantean las reacciones o respuestas con connotaciones violentas. Pues este tipo de respuestas parecen impropias de una persona religiosa. Una religión violenta es, de entrada, falsa. Ya sé que en nombre de la religión se ha ejercido la violencia e incluso la guerra a lo largo de la historia. Cuando esto ocurre, la religión queda totalmente descalificada, bajo pretexto de defenderla. La prueba de la autenticidad de una religión es la apelación al Dios de la paz.
Hay aspectos de la vida que se viven con mucha intensidad, puesto que comprometen la vida entera. El peligro no está en la intensidad, en la pasión, en el grado de compromiso, sino en vivir estos sentimientos serios y profundos de forma intolerante, pues entonces se corre el riesgo de devolver, no solo insulto por insulto, sino mal por mal, violencia por violencia. Y así entramos en una espiral en la que todos salimos perjudicados. El único modo de parar la violencia es precisamente no respondiendo con violencia.
Naturalmente, uno tiene derecho a defenderse. Defenderse es una cosa. Es posible hacerlo con buenas palabras. Devolver mal por mal es otra. El que no está de acuerdo con el mal, nunca debería devolver mal por mal, precisamente porque no está de acuerdo con el mal. Si dice que está en desacuerdo con el mal recibido, y devuelve mal por mal, no solo es un incoherente, sino que manifiesta lo poco que valen para él los principios que proclama.