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Noticia sin histeria no es noticia
6 comentariosLa Iglesia tiene vocación y obligación de hacerse oír. Tiene que hablar alto y claro, buscando los mejores modos para hacerse entender. Hay quien dice que, al estar tan rodeados de nada, una noticia sin histeria no es noticia. ¿Habrá que recurrir a la histeria para hacerse oír? Recurso peligroso. Puede provocar efectos hilarantes, contrarios a los deseados o, al menos, puede no producir el efecto deseado.
Cualquier católico sabe sobradamente que lo legal no coincide necesariamente con lo moral. No es menos cierto que no todo lo moralmente rechazable debe ser penalizado. Se comprende así que el legislador (sea cual sea su ideología o creencia) debe tener en cuenta las situaciones sociales a la hora de legislar. Puede ocurrir incluso que, en ocasiones, legisle sin estar en todo de acuerdo con lo que la ley implica. Para evitar males mayores, evidentemente. Eso sí, teniendo claro cuál es el mal mayor que se evita. La pregunta, por tanto, es: los diputados católicos que votan leyes no del todo coherentes con la moral católica, ¿tienen claro el mal que pretenden evitar? Conviene entonces que lo expliquen con mucha pedagogía. Un posible ejemplo puede ser la explicación del Presidente Obama ante el Papa, tras la cual no resultó condenado. Ya lo hice notar en un post anterior.
No cabe duda de que la Iglesia debe denunciar los males de nuestra sociedad, como hacían los profetas que, a veces, hasta resultaban hirientes con los que les escuchaban. Pero esa denuncia era efectiva porque el auditorio del profeta se identificaba con la visión del mundo que latía bajo la profecía. Cuando este no es el caso, es más eficaz el género sapiencial, que no significa género inocuo, sino un modo de hacer pensar, ofreciendo buenas razones y presentando positivamente experiencias de contraste. El sabio se pregunta cómo cuestionar sin condenar y cómo proponer sin imponer. Así queda más claro a unos y otros que el evangelio es gracia libremente acogida y que la moral evangélica es consecuencia ineludible del seguimiento de Cristo.