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No esperan igual los pobres que los ricos
3 comentariosSto. Tomás dice que la experiencia influye en la esperanza, pues ella nos convence de que algo que antes considerábamos imposible, es posible; y a la inversa, que algo que creíamos posible, no lo es. En este sentido, la experiencia es causa de esperanza o de desesperanza. Lo mismo ocurre con la situación vital. Los jóvenes tienen más esperanza que los ancianos, por tres motivos: porque tienen mucho futuro y poco pasado, porque su vitalidad hace que se les ensanche el corazón, y porque al haber sufrido pocos reveses y experimentado pocos obstáculos, juzgan con facilidad que todo es posible.
Explicando estas ideas en un ambiente social de pobreza y necesidad, me preguntaba cómo aplicarlas y traducirlas. Si no esperan igual los jóvenes que los mayores, igualmente podemos decir que no esperan del mismo modo los pobres que los ricos, los hambrientos que los saciados. Dado que la experiencia y la situación vital influyen en la esperanza, lo primero que habrá que hacer para posibilitar la esperanza será crear condiciones que no conduzcan a la desesperación. Si queremos que los pobres comprendan y acojan la buena noticia del Evangelio, habrá que proporcionarles pan y, a partir de ahí, abrirles a la esperanza. Lejos, por tanto, de considerar que la promoción humana y el anuncio del Reino son indiferentes la una al otro, hay que decir que son confluyentes.
El Evangelio puede y debe anunciarse en cualquier situación, pero eso no quita que haya momentos y lugares que dificultan su anuncio, porque ponen a las personas en disposición de no poder escuchar, ya que sus preocupaciones y necesidades inmediatas, sus urgencias, les impiden o, al menos, les dificultan atender a cualquier otra consideración. Ahora bien, no me parece que de lo anterior debamos concluir que el estado de bienestar favorece la acogida del anuncio evangélico. El estado de bienestar puede dificultar la penetración del evangelio tanto o más que la miseria. El rico ya está satisfecho con lo que tiene y no necesita ni busca nada más. Cree, además, que con el dinero se consigue todo, incluida la salvación eterna.
¿Cuál será pues la situación para que nazca la esperanza? No es fácil decir dónde está el punto adecuado para la escucha del Evangelio. La idea esencial es que tal escucha requiere unos mínimos de humanidad, de sobriedad, de inquietud, de generosidad. Estos mínimos de humanidad en cada persona tienen matices e insistencias diferentes. Lo que debemos tener claro es que los extremos son malos, y que en eso como en tantas otras cosas, la virtud está en el justo medio. Cada uno debe discernir cuál es este punto medio para él, y los predicadores y catequistas deben tener la perspicacia suficiente para favorecerlo.