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Necesitamos puentes
2 comentariosNecesitamos puentes tanto en la Iglesia, como en la sociedad. Necesitamos puentes en todos los ámbitos de la vida. Puentes que unen lo distante, lo separado. Si unen lo separado es porque hay algo que separa, que nos hace distintos, que nos hace únicos. Pero si es posible tender un puente entre dos espacios separados, es porque es posible que haya comunicación entre ellos. Los muros impiden el encuentro. Los puentes lo posibilitan. Nuestro mundo está lleno de muros. Muros físicos, psicológicos, espirituales, ideológicos, religiosos. Demasiados muros. Muros o vallas, que es lo mismo. El lamentable espectáculo de hombres enfurecidos encaramándose a vallas peligrosas y asaltando con violencia puestos fronterizos en los territorios españoles del norte de África, así como los empeños temerarios y locos por cruzar el mar Mediterráneo son un exponente de los modernos muros que unos levantamos para no encontrarnos con otros. Y las guerras, que en estos momentos están matando a muchas personas inocentes, son la muestra extrema del deseo de afirmarnos a costa del otro.
Otros ejemplos, que nos afectan directamente: el espectáculo que dan los políticos españoles, descalificándose mutuamente, acusando al otro de los mismos pecados que uno comete, la ambición de poder, el ansia de ocupar cargos y tribunas, olvidando que la política es servicio al bien común, la incapacidad de autocrítica, el imponer la propia voluntad, el no reconocer la valía de los otros, impide el entendimiento necesario para conducir un país y gobernar democráticamente. En toda sociedad organizada (civil o religiosa) es necesario evitar una funesta confusión: la confusión entre autoridad y poder. El poder impone, sin escuchar al otro; la autoridad se hace respetar porque ofrece buenas razones y argumentos y es capaz de integrar la parte buena que tienen los argumentos del otro.
Y el no menos lamentable espectáculo de artículos colgados en las redes sociales, en blogs, y no digamos en páginas informativas que se quieren religiosas, en las que abundan las descalificaciones mutuas y, tristemente también las críticas, cuando no los insultos al Papa y a sus inmediatos colaboradores, olvidando que donde está Pedro está la Iglesia, son otra muestra de los muros que estamos levantando dentro de este recinto que, por definición, es de comunión. En este sentido la propuesta de sinodalidad del Papa Francisco es un buen camino para levantar puentes dentro de la propia Iglesia. Alrededor de una mesa, en la que todos estamos al mismo nivel, en la que podemos tocarnos y escucharnos con respeto, es como los hermanos superan las diferencias. Alrededor de una mesa no pueden darse contactos superficiales. Cierto, la cercanía no garantiza que se produzcan encuentros, pero al menos lo facilita. Y si sentados uno al lado del otro, dándonos la mano, somos capaces de contarnos nuestra vida, seguro que encontraremos más motivos para amarnos que para separarnos.
Puentes y no muros. Abrazos y no insultos. Encuentros y no pantallas. Diálogo y no dogmatismo. Autoridad y no poder. Ese es el camino.