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Mística, búsqueda de lo esencial
5 comentariosLos místicos son bien conscientes de dónde está lo esencial: ni en las visiones, que seguramente tienen mucho de imaginario; ni en beneficios temporales o físicos, aunque sea la curación de una enfermedad. Dice Unamuno: “Santa Teresa no se complace en relatarnos apariciones sensibles, ni que baje el Esposo a charlar a cada paso con ella, revelándole vaticinios impertinentes y avisos de gaceta; sus relaciones místicas fueron serias, sin segunda intención ni tramoya alguna”. Por otra parte, “su caridad, en cuanto enderezada a los hombres, era, sobre todo, horror al pecado. Los milagros de dar salud al enfermo, vista al ciego o semejantes, cuanto al provecho temporal, ningún gozo del alma merecen, porque, excluido el segundo provecho (el espiritual) poco o nada importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir al alma con Dios”.
Finalmente, la mística es una tarea plenamente humana, porque busca la plenitud de lo humano. Por eso la mística, integra todas las dimensiones humanas, reconciliando las diferencias. En la búsqueda del místico se hace más verdadero que nunca eso que dice san Pablo de que en Cristo “ya no hay varón ni mujer”. Dicho de otra manera: si Cristo es el único verdadero esposo de la Iglesia, los humanos somos siempre la esposa. Pero una esposa que no absorbe ni la masculinidad ni la feminidad. Por eso, me ha resultado de sumo interés esta perla que he encontrado en Unamuno: “la mística idealizó, no lo eterno femenino, ni lo eterno masculino, sino lo eterno humano. Santa Teresa y San Juan de la Cruz, nada hombruna aquélla, nada mujeril éste, son excelentes tipos del homo, que incluye en sí el vir y la mulier”. Tras leer estas palabras no extrañará que, en una de sus poesías, Unamuno califique a Juan de la Cruz de “madrecito que sigues tu senderito de la mano suave y fuerte de tu padraza Teresa”.
A esta luz se entiende este dato que aporta Unamuno que, si bien hoy pudiera parecer políticamente incorrecto, bien entendido resulta de una gran actualidad: <Santa Teresa no quería que sus hermanas fuesen mujeres en nada, ni lo pareciesen, ‘sino varones fuertes’, y tan varoniles, que ‘espanten a los hombres’>. Si tomamos lo “varonil” en su sentido más propio y etimológico de fuerte, consistente o valeroso, no cabe duda de que lo auténtico femenino comporta fortaleza, consistencia y valor. Del mismo modo que lo auténtico masculino comporta sensibilidad, ternura y delicadeza. De ahí que un varón, como Juan de la Cruz, puede hablar de su experiencia mística en términos femeninos: “en una noche oscura, con ansias, en amores inflamada... ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada... En mi pecho florido, que entero para él sólo se guardaba... Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.