May
Lo de Jesús no es normal
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Hace 1.700 años el Concilio de Nicea, con las categorías lingüísticas y filosóficas de su tiempo, quiso dejar claro una realidad cuando menos paradójica, sino aparentemente contradictoria, a saber: que, por una parte, Jesús era “Dios de Dios”, “de la misma naturaleza del Padre”. Y, sin embargo, este Dios de Dios, “se encarnó, se hizo hombre y padeció”. Ninguna de las dos afirmaciones por separado expresa la totalidad de la realidad de Jesús. Las dos dan mucho que pensar.
¿Qué vieron en Jesús sus contemporáneos? Sencillamente a un hombre. A un judío, hijo de José y de María, que vivió en Nazaret con su familia. Más tarde, sus discípulos, amigos y amigas comieron y bebieron con él, le acompañaron en sus correrías como predicador itinerante, le oyeron y tocaron, hicieron fiesta con él. Unos vieron en él a un profeta, otros quisieron hacerle rey; su amigo Pedro le confesó como Hijo del Dios vivo, aunque los evangelios notan que no comprendía lo que decía. Vieron a un hombre, quizás un hombre extraordinario. Y, sin embargo, lo que ocurre con este hombre no es normal.
No es normal, porque se trata de un Mesías que no quiere ser rey, de uno que expulsa demonios, pero les prohíbe que digan quién es, de uno que hace milagros, pero dice que eso no es muy importante, del juez de las naciones que come con los pecadores, del hijo de Abraham que dice que existe antes de Abraham, del Hijo del hombre que se deja prender y ejecutar como un malhechor. Cuando una voz celestial le designa como el Hijo amado que está por encima de todo, está a punto de hacerse bautizar como uno más por Juan Bautista. Cuando es transfigurado, exige que los testigos guarden silencio y les anuncia algo verdaderamente más inverosímil para ellos que la transfiguración: su pasión y muerte cercanas. Él que debería ser el vencedor termina siendo un vencido. Y, una vez vencido, parece que vuelve a resurgir.
Y, cuando después de Pentecostés, sus amigos le confiesan como Dios, se trata de un Dios muy sorprendente si tenemos en cuenta lo que ellos y nosotros nos imaginamos que debe ser un dios, pues “siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre” (Flp 2,6-7). Tampoco parece eso muy normal. Se diría que Dios no sabe lo que es ser dios.
Un Jesús bien presentado debe sorprender. Si no sorprende, si todo está claro, entonces no se trata del auténtico Jesús, pues el auténtico es desconcertante y siempre provoca preguntas. Cuando decimos: “se trata de un hombre”, y lo presentamos bien, el oyente debe pensar: ahí hay algo raro. Y cuando decimos: “se trata de Dios”, y lo presentamos bien, el oyente debe pensar: en este Dios algo no encaja. Si todo está claro es porque nos lo hemos apropiado y lo hemos encerrado en nuestras pobres categorías. Si desconcierta y suscita preguntas es porque su persona orienta hacia más allá de su persona.