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Las grandes amistades
4 comentariosLos santos nunca han sido personas solitarias, pues todo el que irradia amor (y eso es la santidad) fácilmente encuentra a otras personas dispuestas a acoger su amor. Más aún, cuando uno da amor, suele encontrar a otros que quieren responderle con amor. Así surge la amistad, que es la meta a la que tiende todo amor: una relación entre iguales en la que uno da y recibe, en la que se comparte lo mejor de uno mismo. Entre los santos hay amistades famosas: la de San Francisco de Asís y santa Clara, o la de San Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal. También se puede citar la amistad de Santo Domingo con Cecilia Cesarini o la del beato Jordán de Sajonia con Diana de Andaló. En amistades como estas se llega a una relación y comunicación muy profunda, dado que se comparte lo mejor que uno tiene, que es la experiencia de Dios. Esta experiencia siempre une. Por eso, a veces, yo he dicho que los mejores amigos se encuentran dentro de la Iglesia, en el seno de la comunidad cristiana.
Estas amistades entre los santos no tienen nada de extraordinario. Solo se sorprenden de ellas los que parten de una idea distorsionada de la santidad y se imaginan que las vidas de los santos transcurrían en el mejor de los mundos, falsamente identificados con lo idílico y lo espiritual, porque se piensa que allí está lo incontaminado y puro. Y sin embargo, una caricia puede ser más pura y mejor expresión de amor, que la mayoría de nuestros “amores en Cristo Jesús”, que de amores tienen poco y mucho de palabras vacías. La auténtica amistad implica toda la realidad de los amigos e incluye, por tanto, las dimensiones físicas y la atracción que produce lo físico.
Los dominicos cantamos que Santo Domingo era “ideal de castidad”. Pero Santo Domingo, en el momento de su muerte, tras confesar que gracias a Dios había guardado la castidad durante toda su vida, añadió que siempre le había atraído más tratar con mujeres jóvenes que con mujeres mayores. Los santos son personas muy normales. Precisamente porque son normales no son nada reprimidos. Santidad y represión son incompatibles; dígase lo mismo de vida religiosa y represión. Y hay mucha represión por ahí: la que uno se impone y la que desgraciadamente a veces imponen los demás.