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La sabiduría brota del amor
3 comentariosDecía en mi anterior entrega que lo distintivo del sabio es la prudencia y la sensatez con la que usa sus conocimientos. Este último aspecto es decisivo. Hay personas que no han tenido la oportunidad de estudiar, pero son realmente sabias, ya que lo que saben lo usan para ayudar a los demás y vivir bondadosamente. La buena sabiduría brota del amor. No es extraño que San Pablo contraponga la “sabiduría de este mundo” a la “sabiduría divina” (1 Cor 1,20), y califique a la sabiduría de este mundo de “necedad a los ojos de Dios” (1 Cor 3,19). Está claro: la sabiduría de este mundo sólo piensa en el propio beneficio y en el propio interés. En cambio, la divina brota del amor y encuentra en la entrega total de Cristo en la Cruz, como expresión suprema de amor y perdón, su expresión más acabada (1 Cor 1,23-31).
Los contemporáneos de Jesús recuerdan su sabiduría al contraponer su enseñanza a la de los escribas. Estos últimos conocían muy bien la ley, pero no eran sensibles a las necesidades de las personas; a los escribas les importaba su prestigio personal y el que se reconociese su “mando en plaza”. A Jesús le importa la persona, fatigada y cansada, necesitada de comprensión y alivio. Por eso sus palabras son conformes a las que el Antiguo Testamento atribuye a la Sabiduría divina. El texto de Mt 11,28-30 (venid a mi los que estáis fatigados y yo os daré descanso) se corresponde con Eclo 24,19-20 (quien venga a mi no tendrá ya hambre porque mi heredad es más dulce que la miel).
Jesús promete a los suyos el don de la sabiduría (Lc 21,15). María es el mejor modelo del creyente que acoge esta sabiduría divina que resplandece en Jesús. Después de haber acogido la palabra del ángel que le anuncia que concebirá a uno que “será grande” porque será “hijo del Altísimo”, María se puso en camino y entró en casa de Zacarías (Lc 1,39-45). ¿Qué busca María en casa de Zacarías? Una piadosa respuesta sería: ayudar a su parienta embaraza. Hay una respuesta teológica más apropiada. Zacarías significa “memoria, recuerdo”. María acude a la casa de la memoria, a la casa de la sabiduría. María acude a los sabios de Israel, a los ancianos, representados por Zacarías e Isabel. En la casa de la sabiduría ocurren cosas sorprendentes. En primer lugar, María experimenta la alegría que brota del fruto de su vientre. Y luego escucha la primera bienaventuranza que aparece en el evangelio: “dichosa tú que has creído”. Es la bienaventuranza de la fe, que todos podemos abrazar, y que nos otorga la sabiduría que procede de Dios.