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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

16
Sep
2014

La necesidad de la Iglesia

5 comentarios

Hasta el siglo XX la necesidad de la Iglesia se planteaba en relación con la salvación: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Este axioma, que se encuentra por primera vez en Orígenes y Cipriano de Cartago, no iba dirigido a los no cristianos, sino a aquellos que abandonaban la comunidad eclesial, a los herejes y cismáticos. A ellos se les advertía de que no es posible ser cristiano fuera de la comunidad eclesial. Posteriormente, los concilios de Letrán y de Florencia utilizan el axioma afirmando que quienes están fuera de la Iglesia católica “irán al fuego eterno”. Actualmente, la teología y los documentos del Magisterio han recuperado el sentido primitivo de la fórmula. Así el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 846-848) dice que la fórmula “significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su cuerpo”. Y añade: “esta afirmación no se refiere a los que sin culpa suya no conocen a Cristo y a su Iglesia”.

Hoy la teología y el Magisterio reconocen abiertamente que es posible la salvación para aquellos que no pertenecen visiblemente a la Iglesia. Así, pues, el problema de la necesidad de la Iglesia debe enfocarse desde una nueva perspectiva. El Vaticano II, más que lugar o causa de salvación, considera a la Iglesia como sacramento de salvación. Sacramento porque es signo que señala aquello a lo que todos aspiran, la perfecta unión y reconciliación de Dios y los seres humanos, y de los hombres entre sí. Y sacramento porque, además de signo, es instrumento, que anticipa y realiza eso que significa, conduciendo a sus fieles por el buen camino del Evangelio, que es el camino que lleva a la vida. A la Iglesia toca señalar y manifestar la voluntad salvífica de Dios, nunca ponerle límites. Así, la Iglesia es “germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano” (Lumen Gentium, 9).

En relación con la necesidad de la Iglesia hay que situar el tema de la misión. La misión es exigencia de la catolicidad, del hecho que la Iglesia ha sido enviada por su Fundador a todos los pueblos. Y el motivo de la misión está en la voluntad de Dios que quiere que todos se salven, pero también que lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2,4). La Iglesia anuncia a Cristo, camino, verdad y vida. Ahora bien, hay que dejar muy claro que la misión y el testimonio brotan del hecho mismo de ser cristiano. Eso significa que antes de ser un problema que se les plantea a los otros, la misión es una necesidad que se le impone al creyente: “Ay de mi (no: ay de ellos) si no predico el Evangelio” (1 Cor 9,16). La Iglesia está en función del mundo, para contribuir a la edificación del Reino de Dios, servir a las personas y compartir con ellas la alegría del descubrimiento de Cristo, buena noticia de salvación para todo el género humano.

En este sentido cabría entender la imagen tradicional, nunca negada ni siquiera por los Reformadores protestantes, de la Iglesia como madre. La Iglesia anuncia y transmite la fe, como una madre que engendra nuevos hijos y los nutre con su fe vivificadora.

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Anónimo
17 de septiembre de 2014 a las 11:04

Estimado Martín: respecto a la necesidad de la Iglesia, ¿se puede afirmar ésta no sólo en relación a su misión sino también en relación a que es como un sacramento que hace presente a Cristo en el mundo y, por tanto, también forma parte del misterio de la salvación? Aunque en este extremo, probablemente, los Reformados no estarán tan de acuerdo.
Gracias.

Juanjo
17 de septiembre de 2014 a las 20:16

Lo que está claro como señaló Edward Schillebeeckx es que "fuera del mundo no existe salvación"

José María Valderas
18 de septiembre de 2014 a las 11:13

Por la teología del Cuerpo Místico de Cristo, quienes no han sido bautizados con agua pertenecen también a la Iglesia en razón de esa nebulosa doctrinal que es el bautismo de deseo. "Tengo otras ovejas que no son de este redil." Resulta curioso que uno de los Concilios que más buscó la reunificación de los entonces divididos, la Iglesia de Roma y la de Constantinopla, el de Ferrara-Florencia, fuera el que subrayara que extra Ecclesiam nulla salus. Idea que se tornó beligerante con la Reforma. El Vaticano II puso de nuevo el acento en la universalidad del mensaje evangélico. Algunos lo entendieron mal, lo que acarreó una profunda crisis en las misiones, que todavía sufrimos. Una crisis en las misiones es una crisis en la Iglesia, pues cuestiona su propia naturaleza.

Con sorna, algún amigo, visto el panorama del empecinamiento político-partidista de determinados obispos, clérigos, religiosos y monjas de ciertas zonas peninsulares retuerce con ironía el apotegma y lo convierten en Intra Ecclesiam nulla salus. Ironías aparte, el problema eclesiológico es profundísimo.

José Badillo
18 de septiembre de 2014 a las 23:24

Después de estudiar tanta teología, de investigaciones y de indagar aquí y allá, me sigue asaltando una duda. ¿ De qué o de quien tenemos que salvarnos?.

Martín Gelabert
19 de septiembre de 2014 a las 00:48

Para José Badillo: Si la salvación es un proyecto de felicidad estable y durable en el que queden integradas todas las dimensiones de lo humano, se comprende que solo con lo que puede alcanzar la naturaleza humana, con sus medios, no haya posibilidad de encontrar este proyecto de felicidad, en el que queden saciados todos los deseos. El hombre es un ser finito, con posibilidades y deseos infinitos. A partir de ahí se comprende la necesidad de Dios y de una salvación. No sólo y no tanto en función del pecado, sino en función de la finitud humana. El tema da para mucho. No me gusta hacer propaganda de lo mío, pero en la editorial San Pablo tengo publicado un libro que se titula "Vivir la salvación. Así en la tierra como en el cielo".

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