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La necesidad de la Iglesia
5 comentariosHasta el siglo XX la necesidad de la Iglesia se planteaba en relación con la salvación: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Este axioma, que se encuentra por primera vez en Orígenes y Cipriano de Cartago, no iba dirigido a los no cristianos, sino a aquellos que abandonaban la comunidad eclesial, a los herejes y cismáticos. A ellos se les advertía de que no es posible ser cristiano fuera de la comunidad eclesial. Posteriormente, los concilios de Letrán y de Florencia utilizan el axioma afirmando que quienes están fuera de la Iglesia católica “irán al fuego eterno”. Actualmente, la teología y los documentos del Magisterio han recuperado el sentido primitivo de la fórmula. Así el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 846-848) dice que la fórmula “significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su cuerpo”. Y añade: “esta afirmación no se refiere a los que sin culpa suya no conocen a Cristo y a su Iglesia”.
Hoy la teología y el Magisterio reconocen abiertamente que es posible la salvación para aquellos que no pertenecen visiblemente a la Iglesia. Así, pues, el problema de la necesidad de la Iglesia debe enfocarse desde una nueva perspectiva. El Vaticano II, más que lugar o causa de salvación, considera a la Iglesia como sacramento de salvación. Sacramento porque es signo que señala aquello a lo que todos aspiran, la perfecta unión y reconciliación de Dios y los seres humanos, y de los hombres entre sí. Y sacramento porque, además de signo, es instrumento, que anticipa y realiza eso que significa, conduciendo a sus fieles por el buen camino del Evangelio, que es el camino que lleva a la vida. A la Iglesia toca señalar y manifestar la voluntad salvífica de Dios, nunca ponerle límites. Así, la Iglesia es “germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano” (Lumen Gentium, 9).
En relación con la necesidad de la Iglesia hay que situar el tema de la misión. La misión es exigencia de la catolicidad, del hecho que la Iglesia ha sido enviada por su Fundador a todos los pueblos. Y el motivo de la misión está en la voluntad de Dios que quiere que todos se salven, pero también que lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2,4). La Iglesia anuncia a Cristo, camino, verdad y vida. Ahora bien, hay que dejar muy claro que la misión y el testimonio brotan del hecho mismo de ser cristiano. Eso significa que antes de ser un problema que se les plantea a los otros, la misión es una necesidad que se le impone al creyente: “Ay de mi (no: ay de ellos) si no predico el Evangelio” (1 Cor 9,16). La Iglesia está en función del mundo, para contribuir a la edificación del Reino de Dios, servir a las personas y compartir con ellas la alegría del descubrimiento de Cristo, buena noticia de salvación para todo el género humano.
En este sentido cabría entender la imagen tradicional, nunca negada ni siquiera por los Reformadores protestantes, de la Iglesia como madre. La Iglesia anuncia y transmite la fe, como una madre que engendra nuevos hijos y los nutre con su fe vivificadora.