Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

20
Ago
2025

La fe en Cristo es creer en el amor

3 comentarios
rosariosentrelazados

Hay un texto, en la primera carta de Juan (3,23) que podría muy bien ser una de las frases del Nuevo Testamento que mejor expresa la esencia del cristianismo: “este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. La fe en Cristo como revelación del Padre, se relaciona con el amor recíproco, como si este amor fuera la realización práctica de la fe. La fe en Dios, o mejor, en Jesucristo que como Hijo nos revela al Padre, y el amor mutuo están indisolublemente relacionados, en el fondo forman una única realidad; por eso no puede darse la fe sin el amor. La fe en Cristo se traduce en amor al prójimo. Y a la inversa: el amor al prójimo manifiesta y expresa la fe en Cristo. La dimensión vertical del amor que Dios nos ha mostrado (Dios que toma la iniciativa de darse a conocer y espera nuestra acogida) se prolonga en la dimensión horizontal, en la relación de amor de los seres humanos.

Lo que se revela en Cristo como Hijo es que Dios es Padre de todos los hombres. Pues si en Cristo todos participamos de la filiación divina, entonces todos somos hermanos, por ser hijos del mismo Padre. Si como dice Gal 3,29, “somos uno en Cristo Jesús”, entonces todos participamos de la filiación divina. Unidos al Padre y al Hijo, todos somos uno (Jn 17,21). Si unidos al Padre y a su Hijo Jesucristo todos somos hijos y por eso estamos profundamente unidos, es claro que somos hermanos. Y lo que une a los hermanos no es la carne y la sangre, sino el amor. Del mismo modo que lo que nos une al Padre no es la carne y la sangre sino la fe y el amor. A cuantos reciben al Hijo, el Padre les da el poder de ser hijo de Dios, y esos no nacen de carne, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacen de Dios (Jn 1,12-13).

En este versículo de la epístola de Juan, quedan claras dos cosas: 1) que el objeto de la fe cristiana no es un Dios cualquiera, sino el Dios de Jesucristo, que es Amor y que se revela; y 2) el modo de unirnos a este Dios, a saber, respondiendo a su Amor con amor y extendiendo este amor a los hermanos. O, dicho de otra manera: el objeto de la fe, Aquel en quién debemos creer, es Dios que se revela como Amor; y el acto de fe, o sea, el modo de acoger a este Dios y de unirnos a él, es el amor al Dios que se revela y, en Él, a los hermanos. Esta carta de Juan deja también claro que el amor al hermano es concreto: “si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). La acogida del amor de Dios hay que hacerla historia en lo cotidiano de la vida.

Posterior Anterior


Hay 3 comentarios, comparte el tuyo

En caso de duda, puede consultar las normas sobre comentarios.

Aviso: los comentarios no se publican en el momento. Para evitar abusos, los comentarios sólo son publicados cuando lo autorizan los administradores. Por este motivo, tu comentario puede tardar algún tiempo en aparecer.

Cancelar repuesta


juan garcia
21 de agosto de 2025 a las 16:01

"El amor con amor se paga", decian los mayores de mi tiempo.
El evangelista Juan nos recuerda que los que se consideran cristianos, hijos del mismo padre celestial, somos hermanos. Este lazo de amor permanece aquí y en la vida eterna, algo que no requiere lazo de sangre, sino la fe en Jesucristo. Lamentablemente estamos viviendo en una sociedad dividida por razones políticas y otras muchas, que no se parece nada a una vida de hermandad. El comportamiento de los que rigen los pueblos no tiene nada de lo que coonsideramos ser hermano del emigrante, por ejemplo. Los centros de detensión de los indocumentados en USA y el trato recibido de los agentes policiales no tiene nada de amor de hermanos.

Félix Nadal
22 de agosto de 2025 a las 21:21

Gracias profesor, por ser coherente con el título del blog que dirige.

El hecho de que Jesús recomendara a veces amar a tu enemigo y a veces amar a tu prójimo, llevó a un legista a preguntar a Jesús, en Lucas 10,29, quién era su prójimo. Jesús le contó la parábola del buen samaritano y le preguntó al legista quién era el prójimo del hombre agredido por ladrones. El legista respondió que el buen samaritano, a pesar de no ser judío, descartando como prójimo al sacerdote y al levita que sí lo eran y no le ayudaron. Y Jesús aplaudió su respuesta. La gente que nos ama o nos respeta, es nuestro próximo o prójimo, proximidad anímica no espacial. Los sacerdotes impíos, los ladrones, la mala gente, es nuestro “lejano”. Por tanto, para que se salve el común de los mortales, incluido el legista, bastaba con amar a Dios, cumplir su ley no haciendo mal a nadie, y amar al prójimo, hacerle bien.
Incluso cuando un joven rico pregunta qué hacer para salvarse, Jesús le responde lo mismo. Y es solo cuando el joven dice necesitar algo más, Mateo 19,20, cuando Jesús sugiere medidas heroicas como dar su riqueza a los pobres, o amar a los enemigos, Mateo 5,43: grandes remedios para pagar grandes pecados. Tal vez la riqueza del joven estaba manchada de sangre, y necesitaba más penitencia, o tal vez su inconsciente le pedía purgar pecados de su vida anterior.

También en este tema Juan respalda a los sinópticos: Jesús rehusaba detenerse a hablar con quienes “no eran sus ovejas”, con quienes no creían en él, Juan 10,24-26. Eso era perder el tiempo, y tenía que predicar a otras ovejas que sí eran las suyas. Cuando dijo cuatro veces “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, se lo decía a sus discípulos, no a todo el mundo, él no amaba a los que no le creían, porque esperaban un rey guerrero y revolucionario que instaurara en Israel un reino libre, sin enemigos, y sin pobreza, como esperaban los esenios. Pero el verdadero Jesús solo hablaba del reino del espíritu, que los judíos no entendían, ni aún hoy todos los cristianos, porque se nos unieron muchos discípulos bautistas que nos impusieron su falso reino.

Para salvarse la mayoría de la gente, basta con no hacer mal a nadie, y amar al hermano próximo. Amar al hermano lejano, que conserva escrita la presunta orden del padre común para matar a sus hermanos, podemos recomendarlo a algún gran penitente, pero no lo impongamos a toda la cristiandad. Los “consejos evangélicos” son consejos para quien los busca, no mandamientos para todos. Usemos la penitencia para el perdón, no para enseñar a los políticos a hacer leyes civiles. Eso ya lo hacen otras religiones, y no nos gusta.

El amor cristiano a los hermanos bárbaros ya hundió el imperio romano, y no trajo el reino de Dios en la Tierra. No digamos a Abel que debe acoger a su hermano.

Ada González
10 de septiembre de 2025 a las 12:54

Amén

Logo dominicos dominicos