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La encarnación esclarece nuestro propio misterio
1 comentarios“El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”, dice el Concilio Vaticano II. El misterio de la Encarnación nos descubre algo importantísimo sobre nosotros mismos, a saber: que el ser humano es capaz de Dios, porque Dios es capaz del hombre. Y precisamente en esta capacidad de Dios está la medida de cada persona, su plenitud, su perfección.
Hay otro aspecto fundamental del ser humano que también se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. La Encarnación requiere la colaboración humana. Si Dios quiere hacerse hombre, la única manera que hay para ello es naciendo de una mujer. Pero este Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret sigue siendo Dios. Por eso, la fe cristiana confiesa que Jesús es Dios y hombre. La conjunción copulativa es necesaria: ni sólo Dios, ni sólo hombre. Verdadero Dios y verdadero hombre. El verdadero hombre requiere de una mujer. El verdadero Dios requiere que esa mujer sea virgen. La virginidad de María es el correlato humano de la afirmación de fe de que este niño que nace de ella “sólo” tiene por padre a Dios. El tener “sólo” por padre a Dios requiere la ausencia de semen viril, pues si hubiera semen viril el niño tendría por padre a un hombre.
Esta explicación del papel de María como madre y como virgen, nos está revelando algo sobre todo ser humano, a saber: que la paternidad de Dios está en el origen de toda vida. La paternidad de Dios estuvo en el origen de la primera vida humana. Y aunque la ciencia explique que la aparición de los humanos se produjo por evolución del mundo animal, eso no quita que el paso del pre-homínido al humano suponga un salto cualitativo, que no se explica sólo por evolución biológica, sino por la intervención de Dios. Esto es lo que ocurre con todo nacimiento: Dios está en el origen. Eso que para la fe es claro, a saber, que en la Encarnación Dios interviene directamente, es lo que ocurre con toda vida humana. De este modo, el misterio del Verbo encarnado ilumina el misterio de todo ser humano, nos aclara de dónde venimos y también a dónde vamos. Venimos de Dios, y no del barro, o dicho con términos actuales, venimos de Dios y no solo de los genes. Para volver a Dios y no al barro.
Jesús es el Hijo porque viene del Padre y porque depende del Padre. Además de Hijo es el primogénito entre muchos hermanos. Por tanto, lo que ocurre con él debe ocurrir también con los hermanos, que somos nosotros. Somos hijos de Dios porque dependemos del Padre y venimos del Padre. No sólo porque, a través de la cadena de generaciones, tenemos nuestra razón última o nuestra primera paternidad en Dios, sino también porque con cada ser humano aparece una novedad absoluta, que humanamente no tiene razón de ser (no hay ninguna razón para que yo, con mis características individuales e irrepetibles esté ahí), pero teológicamente tiene razón de amor: Dios me ha querido así, tal como soy, único e irrepetible.