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¿La autoridad viene de Dios? ¡O del diablo!
3 comentariosUn amable lector, comentando mi ultimo post, ha indicado acertadamente que aún siendo cierto que Dios habla a través de los acontecimientos y de la libertad de las personas, “no siempre es la voz de Dios la que exponen los humanos. Hay intereses propios que no buscan el bien común ni pertenecen al cielo”. ¡Por supuesto! Dios actúa y habla por medio de causas segundas, pero somos nosotros los que interpretamos esas causas, esos acontecimientos, esas palabras. Y cuando alguien pretende que su propia autoridad o poder proviene del cielo, tenemos ahí un serio criterio para desconfiar de esas apelaciones a la divinidad para justificar el poder.
A veces se apela a Rm 13,1 para decir que la autoridad viene de Dios, texto que por cierto no se refiere a la autoridad religiosa, sino a la civil. Pero esta apelación olvida las más elementales reglas de la exégesis, pues descontextualiza el texto. Los cristianos del siglo I estaban muy interesados en dejar claro a las autoridades romanas que ellos no representaban un peligro para el Imperio, sino que eran buenos ciudadanos dispuestos a obedecer las normas y reglas por las que debe regirse toda sociedad. No conviene olvidar que en la Escritura hay otros textos que dicen lo contrario, por ejemplo, Lc 4,6: allí el diablo le confiesa a Jesús que el poder de los reinos de este mundo le ha sido entregado a él y que él lo reparte entre sus amigos. En Ap 13,2.4 se dice, ni más ni menos, que quien da el poder a la Bestia, o sea, al Imperio, es el Dragón, o sea, el Diablo. Cuando las cosas empiezan a ir mal para los cristianos, y ya es inútil manifestar lealtad a la autoridad civil, el autor del libro del apocalipsis deja claro que determinadas actuaciones de esa autoridad son diabólicas.
Recuerdo una historia un poco antigua. Mordejai Vanunu, técnico nuclear de convicciones pacifistas, que se confesaba cristiano, pasó 18 años en las cárceles israelitas (fue liberado en abril de 2004) por desvelar el programa de fabricación de armamentos nucleares, que conocía de primera mano en razón de su trabajo. Este hombre valiente y laudable dijo ante sus jueces: «Una acción como la mía enseña a los demás que el propio razonamiento, el de todo individuo, no es menos importante que el de los jefes. Éstos se sirven de la fuerza y sacrifican a millares de personas en el altar de su megalomanía. No les sigáis a ciegas». Mordejai Vanunu y muchos otros -en los estados laicos y en los estados religiosos, de unas y otras culturas- han desobedecido a las autoridades políticas y religiosas en nombre de una autoridad más imperiosa y, lo que es más importante, más sana y más humana: la autoridad de la propia conciencia (o de la propia razón).
No hace falta aclarar que estas reflexiones solo son aplicables a casos extremos. Pero sirven para dejar claro que todo poder es susceptible de ser mal utilizado. Por eso las sociedades democráticas tienen previstos medios para controlar el poder y evitar sus corruptelas, aunque, desgraciadamente, no siempre lo logran del todo.