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¿Hay alguna gracia en la desgracia?
2 comentariosNo es cuestión de edulcorar las situaciones de desgracia y de no salvación en las que viven muchas personas. Ante estas situaciones, lo más urgente es ayudar, hacer lo que está en nuestra mano para remediar la desgracia propia y ajena. Dicho esto, que es lo fundamental, es posible preguntarse si podemos encontrar algo de gracia en la desgracia. Para empezar, es bueno notar que no existe una desgracia absoluta. Eso hace posible realizar una experiencia de gracia en un contexto de desgracia. Esta experiencia toma la forma de una negación, de una protesta. En el corazón mismo de la desgracia, la gracia despunta en forma de rechazo del mal y de deseo y anhelo del bien. El sentimiento de la desgracia es ya una gracia. Ni el árbol, ni el enfermo terminal, ni el inconsciente saben de su desgracia. El consciente de su enfermedad está en camino de curación. La conciencia de vivir en una situación con la que no estamos de acuerdo es comienzo de salud. Esta conciencia se traduce en rechazo de la miseria y engendra anhelo de solidaridad y superación.
Somos conscientes de la desgracia porque la referimos a una situación agraciada. La experiencia del sufrimiento injusto presupone una vaga conciencia de lo que puede significar positivamente la justicia y la integridad humana. Así, una experiencia negativa puede resultar productiva debido al sentido positivo que implícita, difusa y anticipadamente se capta en ella. Al menos en forma de anhelo, la gracia se da en la desgracia. Si en la desgracia desaparece el anhelo de gracia esto significa que la desgracia nos ha adormecido, anestesiado o anulado. Cuando uno se convence de que ya no hay nada que hacer se resigna y deja de luchar.
Las protestas que surgen del fondo del mal son una reacción de la vida. En las peores situaciones surgen gritos que anhelan liberación. Estos gritos son una llamada, que clama no sólo al cielo, sino también a la tierra, a la solidaridad y generosidad de los que los oyen. Así, pues, en la desgracia el creyente puede experimentar la salvación, al menos como llamada. El mal nos llama a luchar contra él, nos exige una disposición para eliminarlo. El creyente puede y debe apelar a Dios en esta tarea, pues nuestro Dios de vida y todas sus disposiciones están orientadas a la vida. Además, en el rechazo del mal, el creyente toma conciencia de un horizonte de plenitud al que apunta ese rechazo. Algunos autores han notado que el dolor nos permite tomar conciencia de nosotros mismos y llegar hasta el descubrimiento de Dios.
Al hablar de gracia no debemos olvidarnos de la desgracia. Pero al hablar de desgracia no podemos prescindir del horizonte de la gracia. No hay separación absoluta. Gracia y desgracia van unidas. Toda persona experimenta ambas situaciones, la una con la otra, la una en la otra.