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Hablar de gracia, salvación y misericordia
1 comentariosGracia, salvación, misericordia son tres palabras muy positivas. Están muy relacionadas, más aún, entrelazadas, la una no puede existir sin las otras. Las tres remiten a lo más fundamental de la fe cristiana: Jesucristo, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo”. En Jesucristo queda claro que Dios es un Dios de los hombres, un Dios de salvación, un Dios cercano. Bajó del cielo para salvarnos, no desde la lejanía, no desde fuera, sino desde nuestra propia realidad y a partir de ella. Y eso por puro amor, un amor gratuito. No por nuestros méritos, no por nuestras fuerzas o exigencias, sino por pura benevolencia, por gracia. Una gracia que también es misericordia, o sea, es la actitud del que quiere ayudar. Nos ayuda a realizar nuestra vocación divina, aquello para lo que hemos sido creados, pero que no podemos alcanzar por nuestras fuerzas o por nuestros medios. Si Dios nos eleva, nos diviniza, es porque así le place.
Estas tres palabras tan positivas parece que resultan hoy difíciles de comprender. Y con la dificultad de comprensión aparece algo más grave: la dificultad de aceptar lo que ellas significan. En este mundo nuestro, donde lo que se valora es lo que tiene precio, lo costoso, se diría que las cosas “gratuitas” son precisamente las que no valen nada. En este mundo nuestro, donde lo que se exige es la justicia, se diría que la misericordia es un acto de debilidad, que para colmo prescinde de la justicia. En este mundo nuestro, en donde cada uno quiere realizarse por sus propios medios y poner en valor sus muchas posibilidades, una salvación que viene de fuera no tiene sentido. No queremos que son salven, queremos salvarnos nosotros mismos. No queremos ser deudores de nadie, queremos que nos den lo nuestro, lo que nos hemos ganado.
Y, sin embargo, en este mundo donde hay tanta pobreza, tanta guerra, tanta hambre, tantas personas abandonadas o expulsadas de sus tierras, donde el trabajo se ha convertido en un privilegio, donde hay más miseria y necesidad que nunca, muchos reclaman una sociedad alternativa, basada en valores distintos de los mercantiles, una sociedad que vaya más allá de los “papeles” y de los “derechos”, una sociedad en donde lo justo no sea lo que a cada uno se le debe o lo que uno se ha ganado, sino el que todos estén bien, el que haya pan para todos, no importa cuales sean los medios para estar bien y para tener comida.
En una sociedad en donde lo que cuenta es el esfuerzo, el rendimiento, el éxito y la conquista, es más necesario que nunca anunciar que Dios regala gratuitamente la vida, que acoge misericordiosamente a los que nada pueden exhibir, que perdona a los pecadores, que justifica a los que no tienen derecho. Este anuncio nos llama a vivir de otra manera, con criterios distintos a los del mundo.