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Getsemaní: tentación y transfiguración
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El relato de las tentaciones de Jesús y el de su transfiguración no hay que entenderlos como dos momentos puntuales en la vida de Jesús, sino como dos experiencias que le acompañaron a lo largo de toda su vida. Las tentaciones encuentran su momento culminante en la cruz: “que baje ahora de la cruz, y creeremos en él; ¿no decía que era Hijo de Dios? Pues que lo salve Dios, si tanto lo quiere”. Y la transfiguración alcanza su momento cumbre en la resurrección.
A lo largo de su vida Jesús tuvo que afrontar una seria tentación, que afectaba al meollo mismo de su mesianismo: ¿cómo realizar la misión mesiánica, por medio del poder, del prestigio y de la ostentación, como propone el tentador; o por medio del amor, más acorde con la voluntad de Dios? El primer camino es muy eficaz, pero no conforme con los caminos de Dios. El segundo, el del amor desarmado, corre el riesgo de que la misión fracase. Jesús escoge el camino de Dios, aún a riesgo de acabar crucificado. También a lo largo de su vida, Jesús tuvo momentos de transfiguración. Cuando oraba sentía la cercanía y el consuelo de Dios. En muchas ocasiones comprobó la fuerza sanadora de su palabra, la alegría que producía su predicación, o tuvo intensa experiencia del Espíritu que le habitaba.
El momento de la tentación y el de la transfiguración se encuentran unidos en la dramática oración en el huerto de Getsemaní. En este momento de debilidad física y psicológica, en este momento de angustia suprema: “Padre, aparta de mi este cáliz”; cuando el tentador lo tenía más fácil para vencer, Jesús se apoya con más fuerza que nunca en Dios: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces aparece la transfiguración: “se le apareció un ángel del cielo que le confortaba”. Un ángel, signo de la presencia de Dios en la vida de una persona. Dios se hizo presente a Jesús. ¿Cómo? Eso no lo dice el evangelista. Lo que dice es que experimentó el consuelo, la fuerza, la cercanía, el amor de Dios en aquel dramático momento. La tentación se convierte en transfiguración.
Jesús, en eso y en todo, nos precede. También nosotros, los cristianos, tenemos en nuestra vida momentos de fuerte tentación. Y momentos de transfiguración, momentos en los que la cercanía de Dios se hace más palpable. Esos últimos no son para quedarnos en ellos (como pretendían los discípulos que acompañaban a Jesús en el relato de la transfiguración), sino para guardarlos y dar testimonio en el momento oportuno. La montaña de la transfiguración debe dejarse, bajar al día a día de la vida. Y en la batalla diaria y en la tentación, recordar que Dios nunca abandona a los que le son fieles.