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Figuras del adviento
3 comentariosDurante el tiempo de adviento aparecen tres figuras, tres importantes personajes bíblicos que, cada uno a su manera, señalan a Cristo. La principal figura del adviento es la Virgen María, que aparecerá con todo su esplendor el cuarto domingo de adviento. Las otras dos son Juan el Bautista, que aparece en los evangelios del segundo y tercer domingo, y el profeta Isaías, que está presente todos los domingos y casi el resto de los días del tiempo de adviento.
El fragmento de Isaías que se leerá el próximo domingo describe un lugar paradisíaco, en el que lo más opuesto vivirá en paz, armonía y concordia: el lobo con el cordero, el niño con la serpiente, el recién nacido con el áspid (una de las víboras más venenosas). El motivo de esta hermandad que parece imposible es “el conocimiento del Señor” que todo lo llena. Ahí está la clave para entender las buenas y las malas relaciones. El conocimiento del Señor es el amor. Donde hay amor, allí está Dios. Y donde hay discordia, guerra, enemistad, ambición, allí no está Dios. ¿Cuánto conocimiento del Señor hay en este mundo nuestro? Seguramente más en unos sitios que en otros. La cuestión entonces está en saber cuánto conocimiento del Señor tengo yo. Porque este conocimiento crece por contagio.
En el evangelio encontramos la figura de Juan el Bautista. Hay cosas buenas que conviene retener de este personaje. Por ejemplo, su llamada a la conversión. Convertirse no es hacer penitencia. La conversión va en línea con el conocimiento del Señor. Se trata de poner nuestra vida de cara a Dios, dando la espalda a todo lo que nos separa de él. Esta es una tarea permanente, pero mientras estemos en la tarea estamos a la vez en la buena posición.
Eso sí, conviene dejar claro que el mensaje de Juan contrasta con el de Jesús y, en este contraste, aparece con toda su luminosidad el mensaje de Jesús. Uno y otro, Juan y Jesús, comienzan su predicación de la misma manera: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Pero mientras Jesús se queda ahí, dejando a las personas libres y pensativas, Juan añade una amenaza para los que no se convierten: “Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego”. En Jesús no hay amenaza. Ante él cada uno decide con total responsabilidad, sin sentirse coaccionado.
Más aún, el Dios de Jesús es el Dios de la paciencia, que quiere, sin duda, que nos convirtamos, pero comprende nuestras indecisiones, sabe que somos de barro. Eso sí, el barro del que estamos hechos, tiene capacidad para recibir el Espíritu de Dios y convertirse así en un barro divinizado. Por esto, en vez de amenazar, no se cansa de llamar.