Ago
Experiencia de determinados amores
4 comentariosLa segunda lectura de la eucaristía del domingo próximo (XXI del tiempo ordinario, ciclo B), bien explicada, es maravillosa. Todo se puede explicar mal. Cuando la mala explicación se debe al desconocimiento, puede disculparse; cuando se hace con mala intención, lo mejor es no hacer caso. Dejo eso. La lectura de la carta del apóstol Pablo a los Efesios pudiera parecer que exhorta a las mujeres a “someterse” a sus maridos. Si nos quedamos con esa idea, hacemos una mala y falseada lectura de lo que dice la carta de san Pablo.
Este “someterse” las mujeres a sus maridos es la primera consecuencia de un principio general que luego tiene consecuencias para el marido. De lo que habla san Pablo es de una relación matrimonial, en la que hay un sometimiento mutuo (“unos a otros”) en el temor de Cristo. Si es mutuo y es “en el temor de Cristo” (que no tiene nada de amenazante, y mucho de respeto y reverencia admirativa), entonces estamos ante la maravilla del amor cristiano, que encuentra en el matrimonio una de sus mejores realizaciones. Se trata de un amor muto, recíproco, en el que cada persona busca siempre complacer a la otra y da gracias por la maravilla que es la otra persona para él o para ella.
Cierto, cuando toca hacer la aplicación al marido de la “sumisión recíproca”, san Pablo deja de lado el lenguaje de la sumisión para utilizar otro que es más exigente si cabe: amar como Cristo. El marido debe amar a su mujer como Cristo ama a su Iglesia. Y el mínimo de un amor así es amar al otro o a la otra como se ama uno a sí mismo, porque al ser el esposo y la esposa una sola carne, al amar al otro, aman su propia carne.
Hablando de amores vale la pena notar la respuesta que da Pedro (en nombre de todos los discípulos y discípulas), cuando Jesús constata apenado que muchos le abandonan. Entonces se dirige a sus mas íntimos y les pregunta si ellos también van a marcharse. He aquí la respuesta de Pedro (insisto: en nombre de todas y todos): si te dejamos, “¿a quién vamos a acudir?”. ¿A dónde vamos a ir sin ti? Cuando se ha hecho la experiencia de determinados amores, uno ya no comprende como puede ser la vida sin ese amor. Eso vale para el encuentro con Cristo, para la relación esponsal y para toda amistad que se precie: ¿a dónde voy a ir sin ti?, ¿qué será de mi si tu me dejas? El auténtico amor requiere eternidad. Si no puedes decirle al amado: “no me dejes nunca” ¡nunca!, “no te vayas jamás”, ¡jamás!, “quédate siempre a mi lado”, ¡siempre!, entonces es que todavía no amas de verdad.