May
Entristecer al Espíritu Santo
5 comentariosSegún el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo es el amor de Dios que se hace presente en las creaturas y en toda la creación. Un amor capaz de transformar a los que se dejan guiar por él, pero también un amor paciente y respetuoso hasta el máximo con la libertad de la creatura y de la creación. Hay un texto de la carta a los Efesios que dice, ni más ni menos, que el Espíritu Santo puede sufrir y entristecerse: “no entristezcáis al Espíritu Santo con el que fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef 4,30). El motivo por el que el Espíritu se entristece es el daño causado al prójimo. No me extrañaría, por tanto, que estuviera permanentemente triste a la vista de: terrorismo, insultos entre cristianos, falta de atención a los signos de los tiempos, escasa atención a las necesidades de los pobres, despreocupación por el cambio climático.
Si es posible entristecer al Espíritu, también debe ser posible alegrarle. Seguro que se alegra por la fe de los pobres, de los sencillos y humildes de corazón; por la generosidad, la hospitalidad, la compasión, la solidaridad de muchas personas; por aquellos que anuncian el Evangelio de Jesús, por los que trabajan por la justicia y la paz, por los que se juegan la vida para que otros vivan, por la vida orante y sacrificada de tantos enamorados de Jesús. El Espíritu tiene muchos motivos para alegrarse. Porque el bien, a pesar de las apariencias, supera con creces al mal. Decir lo contrario sería, además de un dato sociológicamente falso, negar la bondad de la obra de Dios. Incluso lo que hace posible el mal, a saber, la libertad, es uno de los mayores signos de la buena obra divina.
Sobre todo, el Espíritu empuja a toda la creación hacia Dios. Pero empuja respetando al máximo la libertad. Por eso, en ocasiones, su obra se ralentiza o se retrasa. Entonces el Espíritu se entristece. Entristecerse es algo muy distinto de irritarse. Si se irritase quizás le entrarían deseos de castigar o de alejarse. Pero como el Espíritu es ante todo amor, se entristece, pero sigue empujando, lentamente, con paciencia, hasta conseguir su objetivo definitivo que es la “redención”, o sea, el encuentro de todos y cada uno de los seres humanos con Dios.