Abr
Encarnación es todo el universo
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La ley de la Encarnación, que encuentra en Jesús de Nazaret su momento más álgido, es aplicable a toda la realidad. Porque Dios está presente en todo lo creado por medio de su Espíritu. Sin esta presencia las cosas volverían a la nada. El himno de Laudes del viernes de la primera semana lo expresa poéticamente: “Hombre quisiste hacerme, no desnuda / inmaterialidad de pensamiento. / Soy una encarnación diminutiva; / el arte, resplandor que toma cuerpo: / la palabra es la carne de la idea: / ¡encarnación es todo el universo! / ¡Y el que puso esta ley en nuestra nada / hizo carne su verbo!
Por medio de su Espíritu, el Dios trascendente, el que no puede ser limitado por nada ni por nadie, está presente en toda la realidad. Dios es el lugar por encima de todos los lugares, pero al mismo tiempo en toda la realidad hay una huella divina. Dios está en todas partes, aunque nada lo aprisiona. Si estuviera en un lugar concreto, sería limitado. No está en un lugar concreto y, sin embargo, él es la realidad que sostiene toda realidad. Dios lo engloba todo. El está en las cosas y las cosas están en él: “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28); Dios “lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo” (Ef 4,6).
La presencia de Dios es de una índole distinta a la nuestra. El es Espíritu, espiritu personal. Por eso no puede circunscribirse a un lugar concreto, pudiendo al mismo tiempo estar en todo lugar. De alguna manera eso también ocurre con la persona humana: gracias a que somos seres espirituales, podemos trascender el lugar y el tiempo en el que estamos. Yo no estoy sólo donde se encuentra mi cuerpo. Por ser espiritual, vivo con un horizonte ampliado; mi ser espiritual me permite estar aquí y en otro lugar al mismo tiempo; y estar en comunión profunda con la persona amada por muy distante que esté corporal y físicamente de mí.