Sep
El virus maligno de las religiones
4 comentariosLas religiones han sacado lo mejor de muchas personas. Desgraciadamente también han producido fanáticos. Las noticias que frecuentemente nos llegan sobre ataques a edificios de culto, en los que se rezaba pacíficamente, por parte de grupos que también apelan a Dios, son una buena muestra de ello. Sin llegar a tales extremos, en boca o pluma de algunas personas aparecen, en ocasiones y a propósito de temas religiosos, descalificaciones personales y hasta enfrentamientos verbales poco ejemplares. ¿Cómo se puede llegar ahí en nombre de la religión? ¿No se descalifica a sí misma toda convicción religiosa defendida violentamente? En este sentido, el ecumenismo, que tanto molesta a algunos descalificadores, señala el camino válido para defender la propia religión, a saber, el diálogo que no busca imponer nada y trata de comprender mucho. Porque una religión que no crea puentes de encuentro con toda persona, ya que ellas son la mejor imagen de Dios, se aleja de lo divino en nombre de una falsa concepción de la divinidad.
¿Será que las religiones contienen un virus necesario para que pueda darse la santidad, pero que puede producir efectos no deseados que conducen a la intransigencia? Así como la condición para llegar a ser es la finitud (si Dios crea no puede crear otro dios, debe crear seres finitos e imperfectos con relación a él), pero la finitud limita y termina conduciendo a la muerte, tras hacernos pasar por el sufrimiento; o del mismo modo que la sexualidad es condición para que la especie se reproduzca, e integrada en el amor es humanizadora, pero puede vivirse de forma desordenada y conducir en ocasiones a la muerte; así la religión es necesaria para que el ser humano se encuentre conscientemente con Dios, pero puede también ser fuente de separación y, lo que es peor, de odio. La religión, bien vivida y entendida, produce un gran entusiasmo. Pero el entusiasmo (en el caso del forofismo deportivo es claro), sin el control de la razón, conduce al exclusivismo, con el peligro que conlleva de no ver nada bueno en el otro o de desear su mal. Las patologías de lo religioso (que preocupan a un teólogo como Joseph Ratzinger) aparecen cuando se expulsa a la razón de la fe.
La verdad no se impone a base de descalificaciones, sino sólo por la fuerza de la misma verdad. Una verdad sin amor se corrompe. Y la razón es un elemento esencial de toda fe sana y auténtica. Pues el poder de convicción de una verdad no descansa tanto en la energía del defensor (como un publicista que, con su estrategia agresiva, sostiene la inutilidad de su producto) cuanto en el poder de la verdad.