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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

26
Dic
2025

El Verbo se hizo carne de pecado

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Verbocarnepecado

Que el Verbo, o sea, la segunda persona de la Trinidad, se hizo hombre es una afirmación fundamental, sin la cual desaparece toda la fe cristiana. Por eso la fe confiesa que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. En estos días de Navidad la liturgia nos recuerda la verdadera humanidad de Jesús, que comienza desde el mismo momento de su concepción, hasta el punto de que debemos afirmar que el Verbo se hizo embrión. Y también que el Verbo se hizo judío. Porque los seres humanos nacemos en un determinado contexto social, geográfico y cultural, que es determinante de nuestra personalidad, de nuestra psicología, del color de nuestra piel y de nuestro aspecto físico.

Cuando se empiezan a precisar las consecuencias de la humanidad de Jesús hay creyentes que se sienten incómodos. Les cuesta comprender, por ejemplo, que Jesús ignoraba cosas, que fue tentado de verdad, de verdad de la buena, que en la cruz sufrió como no es posible sufrir más, que tuvo miedo, que tuvo una real afectividad, manifestada de forma más especial con algunas personas, de las que se dice explícitamente que las “amaba”, por ejemplo a Lázaro, que era algo más que el hermano de dos amigas como Marta y María, algo más que un discípulo; era “el que amas”, como le dicen las hermanas cuando le informan de que está enfermo. También de uno de sus discípulos los otros sabían que era el “amado”, que se recostaba sobre su pecho. Como dijo el Papa Francisco “el Señor sabía la bella ciencia de las caricias”.

El Verbo encarnado no asumió una carne ideal, o una carne abstracta, sino la concreta carne que todos los humanos tenemos. De ahí que pueda decir san Pablo que Jesús asumió una carne semejante a la del pecado (Rm 8,3). O sea, carne pecadora, pecable como la nuestra, que podía pecar. Otra cosa es que pecase. Cuando el evangelio de Juan (1,14) quiere afirmar la verdad de la encarnación no dice que el Verbo se hiso “soma” (o sea, cuerpo; un término bastante neutral que implicaría una presencia solamente física). Dice que se hizo “carne”, o sea, carne débil y pecadora. Puede verse también Gal 3,13: Jesús se hizo maldición por nosotros; y 2 Cor 5,21: “a quién no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros”.

El Concilio Vaticano II tiene un texto que va en esta línea: con su encarnación, el Hijo de Dios “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Gaudium et Spes, 22). Afirmar la verdadera humanidad de Cristo es de una importancia fundamental, pues sin ella no sería posible el seguimiento de Cristo, no sería posible “vivir como el vivió” (1 Jn 2,26). Solo si vivió como un hombre, es posible vivir como él vivió. En la humanidad de Cristo tenemos un modelo a nuestro alcance, para saber de qué modo es posible ser divinos en nuestra real, débil y pecadora humanidad. Dice Tomás de Aquino: “se encarnó para movernos al bien obrar, para darnos el más alto ejemplo con su vida… Para que el hombre le viera y le siguiera, Dios se hizo hombre”.

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