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El suicidio de Amaia
7 comentariosHay gente desesperada. Los extremos a los que estamos llegando denotan lo podrida que está la situación socio-económica que padecemos. Aunque, desgraciadamente, sospecho que mientras no vemos las “orejas del lobo”, o no nos enterarnos o miramos hacia otro lado. Las desgracias ajenas nos pillan un poco lejos. Estamos más preocupados por nuestros pequeños problemas. No nos damos cuenta de que lo que está sucediendo con los otros podría sucedernos a nosotros en el momento menos pensado. Cada vez hay más gente en el paro, cada vez hay más personas con dificultades para vivir con un mínimo de dignidad. Pero lo que ha sucedido con Amaia es tan grave que probablemente logrará lo que no han logrado las protestas y las palabras fuertes, a saber, que se apruebe cuanto antes una ley que permita (o que obligue) a una moratoria de dos años para los desahucios.
Amaia era una mujer que había avalado con su piso la deuda de un familiar. En el momento mismo en que la comitiva judicial entraba en su casa para ejecutar la orden de desahucio, ella se suicidó. Hay que estar muy desesperado para hacer algo así. Es posible que el solo hecho del desahucio no sea suficiente para explicar lo sucedido. En todo caso, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Ahora, todos, empezando por los políticos, reclaman soluciones que eviten que se repitan dramas como este. No olvidemos que, en este país nuestro, muchos abuelos han avalado con su vivienda, y de buena fe, a hijos y nietos. Y, de pronto, ellos, que son los más frágiles y los más inocentes, se encuentran con el riesgo de quedarse en la calle.
Resulta llamativo que haya dinero para “salvar” a los bancos y no lo haya para las necesidades educativas o sanitarias o para ayudar a personas en dificultades. Lo que denota el verbo “salvar” sólo tiene sentido si se aplica a las personas. Ellas son las únicas destinadas a la salvación, las únicas que merecen ser salvadas, así en la tierra como en el cielo, sea cual sea su situación. Sí, sí, sea cual sea. Sí, sí, salvadas en la tierra. Porque lo que Dios vaya a hacer con las personas que las circunstancias de este mundo conducen a situaciones irreversibles, no nos dispensa de ningún modo de trabajar por la salvación en la tierra.
Seguramente el suceso triste que ha provocado este post resulta lejano para muchos lectores. Pero el saber de la desgracia ajena debería invitarnos a pensar en las personas cercanas que necesitan de nuestra solidaridad. Teniendo, al menos, un pequeño gesto con ellas, nos solidarizamos también con la desgracia de los alejados.