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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

27
Jul
2014

El sermón es para el vecino

2 comentarios

San Pablo reprochaba a los corintios las envidias y discordias que había en su comunidad (1Co 3,3). Nada extraño. La comunidad cristiana está formada por hombres y mujeres cargados de pecados. Y, desgraciadamente, todos los pecados tienen que ver con la falta de amor: falta de amor a Dios, a uno mismo y a los demás. A lo largo de la historia, las disputas y rivalidades han continuado dándose en las comunidades cristianas.

 

Lo que voy a contar es una más de las muchas historias de debilidad que podrían contarse: los hermanos de una comunidad cristiana estaban escuchando como el predicador hablaba de conversión. Decía que la humildad es el camino de la conversión. Y el orgullo lo que impide la conversión. Para ilustrarlo, se puso a hacer el retrato de la persona orgullosa. Lo debía hacer muy bien. Porque de pronto, dos cuchichearon: ¡que bien lo está describiendo! ¡Lo retrata perfectamente! Se estaban refiriendo a otro hermano de la comunidad, que también escuchaba la predicación, un hermano al que le tenían mucha inquina.

 

El que al escuchar una predicación piensa que el sermón no es para él, sino para el vecino, demuestra su ausencia de humildad y su nula capacidad de autocrítica, e intenta escapar de la Palabra de Dios. Con esta actitud, no tiene ninguna posibilidad de conversión. Un buen oyente de la Palabra de Dios y de una buena predicación debe preguntarse principalmente, por no decir únicamente, de qué modo le afecta a él personalmente lo que está oyendo.

 

La Palabra de Dios va dirigida directamente al corazón de cada uno. Por eso, el oyente de la Palabra no puede pensar, cuando se habla de falta de caridad, que los que faltan son los otros. O cuando se habla de amor a los pobres, que eso no va con él. Una parábola de Jesús retrata bien esa actitud del que piensa que la predicación siempre va dirigida a los otros. La del fariseo y el publicano. El fariseo daba gracias a Dios porque no era como los demás: adúlteros, ladrones y codiciosos. El fariseo siempre tiene alguna excusa para sus pecados. Bueno en realidad, piensa que no tiene pecados.

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Valero
29 de julio de 2014 a las 15:23

No solemos vernos “retratados” en los fariseos porque su autocomplacencia alcanza en lo evangelios niveles casi inverosímiles. Pero ni estaban corrompidos con el poder y el prestigio del templo como los saduceos, que además rechazaban a los profetas y la resurrección, ni tenían el afán de lujo y poder político de los herodianos, ni incurrían en los excesos puristas y excluyentes de los esenios. Así que habría que preguntarse porque Jesús arremetía contra ellos, cuando en realidad eran los que más cerca estaban de sus planteamientos. Quizás porque Jesús esperaba mucho más de ellos y se indignó ante su autocomplacencia. ¿Qué podía esperar Jesús de un saduceo o de un esenio y menos de un herodiano? Así que quizás estamos más cerca de lo que pensamos de los fariseos, puesto que a su manera –equivocada por estar lejos de la misericordia- intentaban ser consecuentes con su fe. ¿Qué hay en mí de fariseo qué Jesús denuncia?: mi falta de misericordia. Ese era su gran pecado… y el mío.

Luciana
31 de julio de 2014 a las 20:20

El reconocer la falta de amor al prójimo,hará me dé cuenta de que,el sermón lo necesito yo.Sería una verdadera gracia escuchar un sermón que, aumentara mi amor al prójimo,me sentiría afortunada."La Palabra de Dios, va dirigida directamente al corazón" Pienso que, el Amor de Dios, nos deja al descubierto el vacío de nuestro corazón ,hacia el otro.

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