Oct
El Rosario, escuela de María
1 comentariosEl mes de octubre se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario. Distintas asociaciones, que se acogen al amparo de esta advocación, celebran también su “día” durante este mes. Este año, el Papa ha recomendado a los fieles católicos que durante este mes de octubre recen cada día esta oración para “pedir a la Santa Madre de Dios y a San Miguel Arcángel que protejan a la Iglesia del diablo, que siempre pretende separarnos de Dios y entre nosotros”. Efectivamente, el término diablo significa separación. Lo diabólico siempre separa. Su contrario sería “símbolo”, que significa reunir. Lo simbólico (piénsese en el “símbolo” de apóstoles, en el Credo) siempre une. La fe en el símbolo de los apóstoles une al ser humano con Dios y une a los creyentes como hermanos. Lo diabólico separa a los seres humanos de Dios y los separa entre ellos.
Dado el momento que está atravesando la Iglesia, con críticas directas al Papa, cuando no insultos y descalificaciones, estoy convencido de que Francisco, en esta intención de oración está pensando sobre todo en la “separación entre nosotros”. Porque esas críticas al Papa también separan a los propios creyentes. Es lamentable que haya que salir en defensa del Papa y más lamentable aún que se le descalifique sin matices. De ahí, la oportunidad de rezar el rosario durante este mes de octubre, pidiendo precisamente por la unidad entre nosotros, los propios creyentes. El Papa busca también otra intención en este rezo del rosario: “que la Iglesia sea consciente de las culpas, de los errores, de los abusos cometidos en el presente y en el pasado, y comprometida a luchar sin ninguna vacilación para que el mal no prevalezca”. No hace falta insistir en lo oportuno de esta intención.
El Rosario es la escuela de María puesto que, al rezarlo, ella nos conduce a la contemplación de los distintos misterios de la vida de Cristo y, al contemplar esos misterios, acogemos al mismo Cristo. Ya Pablo VI entendía que el Rosario era la oración adecuada “para obtener la paz”. Esta paz hacia fuera, en la que pensaba Pablo VI, Francisco la pide también “hacia dentro”. Porque si los cristianos no vivimos en paz, difícilmente podremos ser ejemplo de paz para los demás. Si no estamos unidos, al menos en lo esencial, difícilmente podremos ser constructores de unidad en esta sociedad dividida y compleja.