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El mito de la ciencia moderna
4 comentariosEl diálogo con la ciencia es enriquecedor para la teología y, en algunos casos, incluso imprescindible. ¿A qué me refiero, pues, cuando titulo “el mito de la ciencia moderna”? No se trata de que la ciencia sea un mito, sino de que en la comprensión que muchos se hacen de ella hay un mito: el de que nadie se atreve a criticar esta ciencia que tantos descubrimientos innegables ha hecho y tanto nos ha hecho avanzar en el conocimiento de las cosas. Lo hemos relativizado todo: desde lo que pensaban los sumerios hasta lo que dijo Jesucristo; pero no nuestra ciencia.
La ciencia moderna es una estupenda creación del espíritu humano. Con ella hemos conseguido lo que ninguna otra civilización ha logrado. Pero ella no agota todo el campo del saber y, menos aún, todo el campo de lo humano. Si conocer es algo así como establecer una comunión vital con lo real, el más importante conocimiento será el de uno mismo y el del prójimo. Este conocimiento comporta alegría porque nos ayuda a amarnos mejor. Y a amar mejor al prójimo conocido. La ciencia moderna no es conocimiento en este sentido. Todas las personas no pueden ser científicas. Todas, en cambio, están llamadas a conocer la realidad. Y la realidades fundamentales son dos: la de uno mismo (el famoso “conócete a ti mismo” inscrito en el templo de Delfos), y un conocimiento que no puede dar la ciencia moderna: “esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”.
Por otra parte, la ciencia se ha convertido en privilegio de pocos. Los éxitos de la ciencia y de la técnica, su hija predilecta, han hecho pensar a muchos que este privilegio es lo más valioso. De hecho las carreras científicas son las mejor cotizadas y las que más dinero dan. Si el conocer es fundamental para el ser humano, pero este se convierte en especialidad para pocos, estamos implantando, incluso sin darnos cuenta, un factor de competencia y división. Todos los problemas de la educación están aquí incluidos. ¿No hablamos de colegios y universidades elitistas, no hemos hecho nuestro el concepto de excelencia, no estamos provocando una carrera por el primer puesto, dejando así claro quienes son los segundos, los no valiosos de la sociedad? ¿No está ahí una de las causas del complejo que se detecta en muchos curas y profesores de religión y, en general, en muchos creyentes?