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Ejercicios espirituales
3 comentariosMe encuentro en Benaguasil (Valencia) predicando unos Ejercicios Espirituales en el santuario de Montiel.
Hacer cada año unos días de Retiro (terminología usada en América) o de Ejercicios Espirituales (terminología más usada en España) es una buena costumbre no sólo de monjas, religiosos y curas, sino también de muchos cristianos. La expresión “ejercicios espirituales” tiene un buen referente en San Ignacio de Loyola, que escribió un libro espiritual de meditaciones, oraciones y ejercicios mentales, diseñado para ser realizados durante treinta días. Este plan de san Ignacio todavía lo realizan alguna vez en su vida los jesuitas, pero la mayoría de las personas que desean tener este tipo de experiencia suelen hacerlo durante menos tiempo, normalmente entre cinco y ocho días.
Todos necesitamos hacer ejercicio, necesitamos parar, descansar y reciclarnos, o sea, ponernos al día. Eso tan humano y que tantas personas practican, resulta no solo necesario en el plano corporal, sino también en el espiritual. Es bueno que durante unos días dejemos de lado nuestras ocupaciones y cambiemos de actividad. Descansar de nuestro trabajo, para reflexionar, pensar en nosotros mismos, rezar, sentir la necesidad de Dios, leer tranquilamente la Escritura o algún libro que nos ayude ver la vida desde una perspectiva distinta de la utilitaria o económica, escuchar a un buen predicador que nos recuerda que lo esencial, que lo único importante en la vida no es el dinero, ni el trabajo, sino el Dios de Jesucristo que nos llena de paz y de amor.
Dedicar unos días a reflexionar, rezar, leer, pasear contemplando la naturaleza (pues el buen lugar para hacer un ejercicio espiritual no es el trajín de la ciudad, sino la tranquilidad del campo), no es para encerrarnos en nuestra concentración egoísta y olvidarnos de los problemas, necesidades, sufrimientos de tantas personas que hay a nuestro alrededor (más cerca incluso de lo que nosotros pensamos), sino para abrirnos a estas necesidades. Ocurre lo mismo que cuando celebramos la Eucaristía. Si la escucha de la Palabra y la comunión con el cuerpo de Cristo no nos abre al prójimo, estamos ante la prueba más evidente de que nuestros oídos no han escuchado y de que nuestra recepción del pan eucarístico ha sido una pésima comunión.
Se me ocurre pensar en esta palabra de Jesús: “esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. La puerta estrecha podría estar precisamente a la salida de las grandes puertas de nuestras iglesias. Una vez cruzada la puerta ancha de la Iglesia, nos encontramos con la puerta estrecha, o sea, con la puerta difícil de traspasar, la puerta que nos lleva al encuentro del hermano. Aplicado a los ejercicios espirituales: después de esos días en los que hemos podido descansar y “esponjar” el espíritu, hay que pasar por la puerta estrecha que nos lleva a vivir con más generosidad y a regresar con nuevos ánimos y nuevo espíritu a nuestras tareas cotidianas. Este nuevo espíritu es el de Jesús.