Sep
Eclesiología lunar
9 comentariosLas imágenes del sol y la luna han sido empleadas por teólogos y pintores para designar bien a Cristo y María, bien a Cristo y la Iglesia. Me quedo con la última comparación. Del mismo modo que la luna recibe toda su luz del sol y la irradia durante la noche, la misión de la Iglesia consiste en irradiar la luz de Cristo en la noche del mundo de los hombres, y así hacer posible la esperanza. La Iglesia no existe en función de sí misma, sino en función de Cristo, de la que recibe todo lo que es y tiene, y en función del mundo al que debe servir mediante el testimonio del Evangelio. En este sentido es bueno recordar que las palabras con las que comienza la constitución “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, no se refieren a la Iglesia, sino a Cristo: “Cristo es la luz de los pueblos”.
No es extraño, por tanto, que alguien de la categoría de Walter Kasper, haya hablado de la necesidad urgente de una “eclesiología lunar”, según la cual la Iglesia se contente con su papel de luna, sin pretender ser el sol. Según esto la Iglesia solo es digna de fe, no cuando habla de sí misma, no cuando defiende sus intereses, sino cuando habla del Dios revelado en Jesucristo y defiende los intereses de este Dios con modos que sean coherentes con el modo como Dios actuaba en Cristo: “cuando le insultaban no devolvía el insulto, en su pasión no profería amenazas, al contrario, respondía con una bendición”.
Resulta pertinente la pregunta de si nuestros contemporáneos perciben así a la Iglesia o, si más bien, ven en ella a una institución demasiado preocupada por sí misma. Cuando hoy se dice que la Iglesia está en crisis, se piensa en problemas intraeclesiales, demasiado frecuentes en los últimos tiempos, en luchas de poder o en la conservación de supuestos o reales privilegios. Pero el verdadero desafío con el que hoy debemos enfrentarnos los cristianos no son esos problemas domésticos, sino la búsqueda de una mejor vida evangélica y anunciar al Dios de Jesús de forma inteligible.
Soy bien consciente de que el dilema “Jesús sí – Iglesia no” es un falso dilema (no sé si superado). Pero la falsedad del dilema no es la verdadera cuestión; lo que a mí me preocupa es que se haya podido llegar a formular un dilema como este, porque es un síntoma de lo que algunos (muchos o pocos, eso es lo de menos) han visto y han sentido.