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Dos maneras de mirar
6 comentariosLa compasión y el egoísmo son dos características contradictorias de lo humano. La raíz de las mismas está en la diferente manera de comprender la propia identidad. El problema aparece cuando afirmamos nuestra identidad a costa de los demás. Nos afirmamos contra los otros. De ahí surge el egoísmo, el pensar sólo en mi mismo, e incluso el deseo de que desaparezca el otro; el otro es un estorbo, una molestia.
Hay momentos en la vida en los que cobramos una aguda conciencia de que somos seres necesitados de ayuda. Cuando contemplamos a personas con necesidades especiales, o el rostro desfigurado de una persona por un accidente de tráfico, estamos contemplando nuestra propia posibilidad. Por eso, la situación del necesitado nos da pena y suscita nuestra compasión, porque consciente o inconscientemente vemos allí nuestra propia posibilidad. En esta línea, Tomás de Aquino decía que, viendo el dolor de los demás, “los hombres se compadecen de sus semejantes y allegados, por pensar que también ellos pueden padecer estos males” (Suma de Teología, II-II, 30,2).
Miguel de Unamuno decía que la compasión que sentimos por los demás y hasta por nosotros mismos no es sino la otra cara del amor: “el hombre ansia ser amado, o lo que es igual, ansia ser compadecido”. Y continúa diciendo: “amar en espíritu es compadecer, y quien más compadece más ama”. La compasión, añade este autor, es lo que nos diferencia de los animales: “La compasión es la esencia del amor espiritual humano, del amor que tiene conciencia de serlo, del amor que no es puramente animal, del amor, en fin, de una persona racional. El amor compadece, y compadece más, cuanto más ama”.
La compasión coexiste con otro elemento que es causa de mucho sufrimiento, y que parece estar en el origen de todos los males de la humanidad, a saber, el egoísmo. El egoísta todo lo centra en uno mismo, reduciendo a los demás a mera posesión e instrumento. El egoísmo se opone frontalmente al amor. Cuando uno solo se ama a sí mismo, los demás estorban. El egoísta sólo piensa en sí mismo. Por eso, ignora a los otros. Para el egoísta no hay otros, sólo cuenta el propio yo. Los otros son instrumentos útiles o inútiles en función del provecho que saco de ellos.
Compasión y egoísmo presuponen dos maneras de mirar, de prestar atención al otro. Recordemos la parábola del samaritano misericordioso. Los clérigos que pasan de largo, sin atender al herido, no le odiaban, no tenían ningún motivo para ello, ni siquiera le conocían. Lo que les impidió amarle fue el egoísmo, el pensar en sus cosas, el no tener tiempo para mirarle. El samaritano, por el contrario, se fijó en el herido, y lo que vio le hizo cambiar de planes. Dejó sus ocupaciones para atender al herido.
Cristo desenmascara nuestros egoísmos, nos invita a desprendernos de nosotros mismos, a dejar de mirarnos a nosotros mismos, pero no para perdernos, sino para encontrarnos en el verdadero amor, hecho de acogida y respeto, un amor que encuentra sitio para los demás. Con Cristo aprendemos que la compasión es la esencia del amor.