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Dios justo en su misericordia
8 comentariosEn la carta a los romanos, dice San Pablo que Dios, independientemente de la ley, manifiesta su justicia justificando al pecador, o sea, perdonándole. Este tipo de justicia resulta muy extraño, pues lo justo no parece que sea perdonar al pecador, sino castigarle. El perdón contradice la mera justicia conmutativa, que exige represalias. De ahí la pertinencia de la pregunta que plantea Walter Kasper: “¿cómo puede un Dios que ha de ser pensado como justo mostrarse misericordioso con los victimarios sin hacer violencia en el acto del perdón a las víctimas, en caso de que no estén de acuerdo con tal perdón?”
Un primer elemento de reflexión: entre los hombres, la justicia no existe en abstracto, se aplica concretamente a través de leyes, recogidas en códigos de derecho. Pero el derecho nunca agota la justicia, entre otras cosas porque no puede prever todos los casos posibles, con todos sus matices y variantes. Podría darse el caso de que una aplicación fría de la ley derivase en una injusticia. O sea, la justicia trasciende el derecho y no está atada a la ley. La justicia perfecta no puede darse en el marco de un sistema jurídico. ¿Es posible, en este mundo, una justicia perfecta? Probablemente no. Pero, ¿no debemos pensar que Dios sí puede realizar una justicia perfecta, más allá de toda ley? ¿No tenemos ahí una pre-comprensión de una justicia que va más allá de todas nuestras leyes?
Otro elemento de reflexión: el ideal de la justicia no es solo que cada uno tenga lo que le corresponde, sino que todos estén bien y tengan lo necesario para vivir dignamente. Por eso, los gobiernos con sensibilidad social promulgan leyes que van más allá de dar a cada uno lo que se ha ganado. Una ley universal de sanidad para todas las personas que están en territorio español va más allá de dar en función de lo que uno ha cotizado. Este concepto de justicia se aproxima al amor y tiende a la incondicional solidaridad con el otro. Dice Kasper: “mientras que en la vida diaria social siempre se busca el equilibrio entre diversas pretensiones y derechos, en el ideal de la justicia a la que hay que aspirar lo que cuenta es la solicitud por el otro y la preocupación por su bienestar”.
Semejante concepto de justicia se aproxima al amor, y más allá de la lógica del intercambio o del cálculo, se guía por la lógica del don y de la gratuidad. En este mundo no es posible una perfecta lógica del don. Pero, ¿y si así fuera la justicia divina? Una justicia regida por la lógica del don, la lógica del querer que todos estén bien. El que mis enemigos estén mal, ¿contribuye a que yo esté mejor? ¿No será esta justicia que se traduce en castigo para el que me ha hecho daño, un modo de hacer presentables mis deseos de venganza? ¿Y si la misericordia de Dios lograse reconciliar lo que para los hombres es inconciliable, a saber, el amor al pecador y el odio al pecado, el amor al enemigo y el desacuerdo con el daño que me hace? ¿Y si al final esa misericordia divina lograse que todos estuvieran bien?