Sep
Dar pan para recuperarlo con creces
4 comentariosSegún los criterios evangélicos, el que da nunca pierde. El que da, paradójicamente, siempre gana. La gratuidad se convierte en fuente de riqueza. Eso que es verdad en el plano espiritual (el que ofrece una sonrisa, provoca nuevas sonrisas; el que ofrecer amor, multiplica el amor) también lo es en el plano material. ¿Quién no ha experimentado que, al ayudar a otro, sin esperar ninguna recompensa, se siente recompensado por la alegría que ha provocado la ayuda, no solo en el receptor, sino también en el propio dador?
Voy a contar dos historias, dos parábolas, dos florecillas, una sacada de la tradición de los dominicos y otra de la tradición de los franciscanos. Son eso, florecillas, que no buscan entretener, sino invitar a repetirlas; y junto con la invitación, se abre la esperanza de la inesperada recompensa: el pan, cuando se da gratis, se multiplica, y el primer beneficiario de la multiplicación es el propio dador.
La florecilla dominicana: Un día en el que los frailes no tenían nada que comer, puesto que habían entregado el pan que llevaban al convento a un pobre que encontraron en el camino, sucedió que Santo Domingo entendió que el pobre en realidad era un ángel y, por tanto, aseguró que el Señor alimentaría a los frailes. En efecto, sentados en el refectorio sin nada en el plato, aparecieron «dos jóvenes hermosísimos» (dos ángeles) cargados con manteles blancos llenos de pan, y entregaron uno a cada fraile.
La florecilla franciscana: Un día se presentaron ante San Antonio de Padua un grupo de pobres que no tenían para comer. Él se fue a la cocina de los frailes, cogió todo el pan y se lo dio a los pobres. Al llegar los frailes vieron que los cestos de pan estaban vacíos y pidieron a San Antonio explicaciones. El santo les dijo que miraran bien en los cestos. Fueron y estaban llenos de pan.
El evangelio de Lucas (6,38) pone en boca de Jesús una palabra que podría haber inspirado estas dos florecillas: “dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos”. Por si fuera necesario aclarar el término halda: pliegue de la túnica o del manto, doblado hasta la cintura, que servía de bolsa o de alforja para las provisiones.