Ene
¿Cuál es la voluntad de Dios aquí y ahora?
2 comentariosHace tiempo que una amable lectora, comentando unos de mis breves artículos, preguntaba por los criterios para discernir la voluntad de Dios a través de los acontecimientos. Lo primero que conviene aclarar es que somos nosotros los que discernimos la voluntad de Dios. Por eso la decisión que tomamos es nuestra. Los asuntos concretos y puntuales son cosa nuestra, aunque sea el evangelio el que inspira nuestra toma de posición. El evangelio no dice, por ejemplo, a qué partido hay que votar o qué presidente o superior hay que elegir. Lo que dice el evangelio es que vote o elija buscando el bien de la sociedad o de la comunidad.
Dios en este mundo se nos hace presente a través de mediaciones. En ellas descubrimos su voluntad. Pero las mediaciones nunca son claras del todo. Están lastradas de una ambigüedad ineliminable. Jesús, mediador entre Dios y los seres humanos, también estaba marcado por esta ambigüedad constitutiva de toda mediación. De otro modo nunca hubiera sido rechazado. Si pudo serlo, fue porque lo humano siempre puede interpretarse de modos muy diversos. Según unos, en Jesús actuaba el poder de Dios. Según otro, el poder de Satanás. En el terreno de lo humano, y más aún en el de lo religioso, lo que a unos les parece muy claro, a otros les parece oscuro.
Tomás de Aquino se planteó la pregunta de cuál es la voluntad de Dios en el aquí y el ahora. La respuesta puede resultar sorprendente «No lo sé», dice el santo. Citemos sus palabras exactas: «Podemos saber de una manera general cuál es el objeto querido por Dios, pues sabemos que todo lo que Dios quiere, lo quiere en cuanto bien. Por eso, todo el que quiere alguna cosa por este mismo motivo tiene una cierta conformidad con la voluntad divina en cuanto al motivo de querer. Pero, en particular, ignoramos lo que Dios quiere, y en este aspecto no estamos obligados a conformar nuestra voluntad con la de Dios».
Cuando buscamos el bien y pretendemos hacer lo que consideramos que es bueno (para los demás y para uno mismo), actuamos en conformidad con la voluntad de Dios, que siempre quiere lo bueno. Pero en concreto y en particular no sabemos lo que Dios quiere. No sabemos qué decisión tomaría Dios ante dos o tres caminos distintos que parecen todos buenos (se lo parecen a uno mismo; o uno parece bueno a un individuo y otro a un segundo individuo). Así se explica que en la búsqueda de lo bueno (lo bueno es formalmente la voluntad de Dios) puedan darse soluciones materialmente distintas o incluso opuestas cuando se trata de concretar eso bueno.
En este sentido el Concilio Vaticano II reconocía que una misma concepción cristiana de la vida puede conducir a adoptar soluciones divergentes. La razón de la divergencia no puede estar en la concepción cristiana a la vida, sino en la distinta lectura de los acontecimientos. Eso sí, cuando todos buscamos el bien, aunque a veces las soluciones que ofrecemos para resolver un problema concreto sean distintas, esta distinción no puede enemistarnos, tiene que ser un motivo para continuar el diálogo y para buscar consensos. Porque el bien fundamental es el buen entendimiento y la buena relación entre las personas.