Ago
Creador que libera
10 comentariosConfesar que Dios es creador es reconocer el carácter dependiente de todo lo creado, incluido el ser humano. La dependencia es algo que, en nuestra sociedad, se considera negativamente, por reacción a una falta de autonomía que, en ocasiones, tiene duros antecedentes históricos y sociales. No se soporta la dependencia económica, ideológica, jerárquica, afectiva, y se busca, en cambio, la independencia, el no depender de nada ni de nadie.
Pero si lo pensamos bien, resulta que la dependencia es condición de nuestra propia posibilidad. La vida nos la han regalado. Nosotros no somos los autores de nuestra vida. Más aún, una vez aparecida la existencia, seguimos dependiendo de nuestros padres y de nuestro entorno para crecer, aprender y madurar. De modo que la cuestión de fondo no es la dependencia, sino de quién dependemos. Hay dependencias que son negativas, destructoras, alienantes, como la del esclavo con el señor. Y hay otras que son positivas, constructoras y liberadoras, como la del padre con el hijo o la del amigo con el amigo.
Una dependencia es positiva cuando está fundamentada en el amor. Así es la dependencia del ser humano, e incluso de toda la creación, con respecto al Creador. El Padre de nuestro Señor Jesucristo crea, por una parte, un universo que funciona por sí mismo, que goza de autonomía. Por eso, es posible no ver en el universo la mano del Creador. El Creador se retira y deja que la vida se desarrolle sin coacciones ni manipulaciones. Y así se explica que la ciencia, cuando investiga los orígenes del universo y la evolución de la vida, no necesite recurrir al Creador.
Por otra parte, el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. La imagen se manifiesta fundamentalmente en la libertad y autonomía del hombre. Dios crea un ser humano libre precisamente porque quiere que el hombre sea capaz de relacionarse con él y de responder a su amor. Y no hay respuesta de amor sin libertad. Si Dios hubiera creado un ser sin libertad, estaríamos ante un robot. La libertad humana es tan real que es capaz de renegar de Dios y de crucificar a su enviado.
Todo lo que tenemos, empezando por la vida, es porque lo hemos recibido. Pero una vez recibida la vida, somos nosotros quienes la conducimos. El ser humano está en sus propias manos, por eso puede elegir entre el bien y el mal, entre la salvación y la condenación. Cada uno de nosotros somos el regalo que Dios nos ha hecho. Otorgado el regalo, Dios se retira, deja espacio, deja libertad. Un Dios que crea seres libres sólo puede ser un Dios que crea por Amor. Con un Dios así es posible establecer una relación de amor, una relación de igualdad en la distinción, en la que cada uno es lo que es, y cada uno respeta al otro en lo que es. El Dios cristiano no es un déspota arbitrario que se complace en su poder, sino un Padre amoroso que se recrea en la libertad de sus hijos.