Abr
Con miedo y gran alegría
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Este año, en la Vigilia pascual, se ha proclamado el relato de la resurrección según el evangelio de Mateo (28,1-10). El evangelista contrapone dos temores: el de los guardias que custodian el sepulcro que, cuando la piedra se abre por el poder el ángel del Señor, aterrorizados, se pusieron a temblar; y el miedo de las mujeres que, cuando iban a inspeccionar el sepulcro y lo encontraron abierto, “partieron con miedo y gran alegría, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos”. El miedo de las mujeres es un temor sagrado, lleno de respeto, asombro y admiración, que manifiesta el carácter trascendente del acontecimiento presenciado. Se trata, pues, de un temor exultante y, en cierto modo evoca la inmensa alegría de los Magos al ver la estrella (Mt 2,10). El evangelio de Mateo (dice Luís Sánchez Navarro) “transita desde la gran alegría del nacimiento de Jesús a la alegría, mayor si cabe, de su resurrección”. Los misterios de la Encarnación y de la Pascua son los que dan sentido a toda la vida de Jesús y a toda la vida del cristiano.
Es un ángel el que anuncia la resurrección a las mujeres. O sea, la resurrección es, en primer lugar, un acontecimiento revelado más que comprobado. Entre otras cosas porque la resurrección acontece en la intimidad del misterio del Padre. Pero el ángel, además de anunciar la resurrección, les da un importante encargo, que tiene dos momentos: anunciar la noticia a sus discípulos y decirles que vayan a Galilea, con un matiz importante: Jesús irá por delante de ellos. El resucitado convoca a sus discípulos al lugar donde recibieron la primera llamada y donde vieron los primeros signos del reino de Dios.
No se trata de volver a Galilea para evocar el pasado, sino para comenzar una gran misión. Pero no solos, sino con el Señor que va por delante y le sigue acompañando. También hoy la acogida de Cristo resucitado por parte de los cristianos, pide que esta acogida sea transmitida en las distintas Galileas del mundo, allí donde la gente sufre, trabaja, llora y goza. La acogida de la resurrección nos convierte en testigos de la resurrección. Con miedo quizás, porque a lo mejor somos rechazados, pero también con convicción y gran alegría.
“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana”. Así comienza este evangelio de Mateo. Pasado el sábado, superado el momento de la muerte y del sin sentido, nace un nuevo día, ocurre algo totalmente nuevo: la muerte ha sido vencida. La vida de Jesús no acabó en un oscuro sepulcro. La noche de la muerte no le venció. Dios Padre le resucitó. Acoger este anuncio es vivir en continúo proceso de conversión y convertirse en testigos de la buena noticia que puede llenar el corazón de todo ser humano.