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Clausura, ¿para monjas o para todo cristiano?
2 comentariosEl Vaticano II recordó que los consejos evangélicos eran un recordatorio para que todos los miembros de la Iglesia cumplieran sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana. O sea, eso de la pobreza, la castidad y la obediencia no es algo propio de algunos, sino de todos los cristianos: también los casados están llamados a vivir la castidad, eso sí, la castidad según su estilo de vida, la castidad en el matrimonio, que no significa ausencia de relaciones sexuales, sino vivir estas relaciones cristianamente. Un cristiano vive todos los aspectos de su vida queriendo asemejarse a Cristo.
Pues bien, este recordatorio que resulta ser la vida religiosa tiene una aplicación interesante y poco conocida en algo que parece propio y exclusivo de monjas y monjes, a saber, la clausura. La clausura no es algo negativo, sino muy positivo. Corresponde al principio paulino de no conformarse a la mentalidad de este mundo (Rm 12,2). Clausura es cerrar la puerta a todo aquello que pueda separarnos de Dios. En este sentido, la clausura es algo propio de todo cristiano. El modo como en la vida monástica se realiza esto propio de todo cristiano, a saber, buscando una separación física y visible del mundo, un espacio de silencio y recogimiento reservado solo a los religiosos, es un signo gráfico y visible de lo que todos están llamados a vivir.
Esta espacio reservado y separado no está en función de sí mismo, sino en función del encuentro con Dios y con Cristo. Es un signo de este encuentro íntimo y personal de la esposa (de la Iglesia) con el esposo (con Cristo). Y en este sentido, anticipa la meta de toda vida cristiana y la esperanza de la Iglesia: poder un día abrazar a Cristo y contemplar el rostro de Dios. Las monjas (ellas son las que mejor viven la clausura) son como esta ciudad situada en lo alto de un monte, para que todos al verla, recuerden que no tenemos en este mundo ciudad permanente, que somos peregrinos caminando hacia otra ciudad, cuyo arquitecto y constructor es Dios mismo. Un reciente documento de la Santa Sede (“Cor orans”) lo dice con estas palabras: la clausura anuncia una posibilidad ofrecida a cada persona y a toda la humanidad de vivir únicamente para Dios, en Jesucristo.