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Carta de Francisco para un mundo sin corazón
3 comentarios“Dilexit nos” (Rm 8,27), nos amó, con estas palabras comienza la última encíclica de Francisco. Quién nos amó hasta más no poder, sin condiciones de ningún tipo, es el Dios que, en Jesucristo, nos manifiesta su gran amor. Saber que Cristo nos ama es lo más grande y fundamental que ha podido ocurrir en nuestras vidas. El corazón de Jesús es un excelente símbolo de este amor.
El Papa reflexiona sobre el corazón, ese núcleo de cada ser humano, su centro más íntimo donde se alberga lo más verdadero y personal, la sede del amor, esa dimensión que nos permite ser nosotros mismos en el encuentro con el otro, espacio que no puede ser controlado por ningún algoritmo, porque la inteligencia artificial puede llegar muy lejos, pero no llega a lo esencial de cada persona: “En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor”, pues “amando la persona sabe por qué y para qué vive”.
Cuando vemos en el corazón de Jesús el gran amor con que nos amó y el gran amor que Jesús desea recibir de cada uno de nosotros, estamos refiriéndonos a la totalidad de la persona de Cristo y no a un órgano especial. Cuando el corazón es expresión del amor que se da y del amor que cada uno necesita, también en la persona de Cristo, deja de ser una víscera, para expresar la totalidad de la persona, con todos sus sentimientos y toda su realidad. Por eso, el Papa advierte contra las malas representaciones del corazón de Jesús que se quedan en lo biológico. La imagen del corazón de Jesús debe formar parte de una imagen de Jesucristo.
Otra advertencia del Papa: la devoción al corazón de Jesús no tiene que conducir a una espiritualidad dolorista, que da primacía al sacrificio, sino a una espiritualidad del amor. En el corazón de Jesús podemos sentir su deseo de relacionarse con cada uno de nosotros como un amigo con su amigo, con una cercanía e intimidad grande: “el Señor sabe la bella ciencia de las caricias”. La ofrenda que Cristo desea es la de nuestro amor; la confianza es la mejor ofrenda al corazón de Cristo. Pues la confianza nos conduce al amor.
La encíclica hace una síntesis de la doctrina de santos y autores, Papas, monjes y monjas, que directa o indirectamente, ya desde los comienzos del cristianismo hasta nuestros días, han favorecido y fomentado la devoción al Corazón de Jesús. Termina con una serie de consideraciones sobre como el amor al Corazón de Jesús debe prolongarse en el amor a los hermanos. Cada uno de nosotros podemos y debemos ser canales de gracia para los demás. Esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón de Jesús.
Nuestra sociedad debe recuperar lo más importante y necesario: el corazón. En una sociedad sin corazón, rota, insolidaria, consumista, en la que muchas personas sufren injustamente, en la que la guerra está muy presente, es urgente permitir al amor infinito del Señor difundirse sin obstáculos. Los cristianos debemos ser los canales que difunden ese amor y encontrar en cada persona, sobre todo en cada persona herida, al corazón de Jesús que reclama nuestro amor.