Jul
Bautismo de adultos y de jóvenes
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En estos últimos tiempos está apareciendo un fenómeno nuevo, no por el fenómeno en sí mismo, sino por la extensión con que se está dando: cada vez hay más personas adultas que solicitan el bautismo; y cada vez son más los jóvenes que, habiéndose preparado para recibir el sacramento de la confirmación, se dan cuenta de que no están bautizados, y entonces solicitan el bautismo; igualmente, son bastantes los adolescentes que, al llegar a la edad de la primera comunión y solicitarla, resulta que no están bautizados y entonces solicitan también el bautismo. Bastantes de estos casos de jóvenes y adolescentes ocurren en los colegios católicos, cuando ven que otros chicos de su edad se preparan para recibir la eucaristía o la confirmación.
Lo de menos es la edad y la circunstancia que provoca la solicitud del bautismo. Lo que importa es el hecho. Y el hecho debemos valorarlo positivamente y ver ahí una ocasión estupenda de ofrecer una buena iniciación cristiana y, cuando se trata de menores de edad, aprovechar la ocasión para invitar a los padres que lo autorizan a conocer mejor el evangelio y a encontrarse con Jesús. De hecho, la Iglesia hoy no bautiza a un menor sin el consentimiento de los padres.
Desgraciadamente, alguna vez se han dado este tipo de prácticas, que no podemos juzgar con mentalidad de hoy, pero tampoco podemos aprobar. Tomás de Aquino, por ejemplo, en contra de algunas prácticas de su época, se opone al bautismo de los niños de los infieles contra la voluntad de sus padres. Hoy esta es una posición que la Iglesia tiene ya claramente adquirida. Por eso, aunque un adolescente sea hoy capaz de tomar decisiones contra la voluntad de sus padres en algunos terrenos, en el terreno más serio, como es el de la fe, no resulta posible bautizarlo sin el consentimiento de sus padres.
Dios llama siempre. Nunca se cansa de llamar. Aprovecha cualquier circunstancia para darse a conocer, para insinuar su presencia y su necesidad. Sin duda nuestra sociedad no favorece la práctica de la religión. Pero, en otros tiempos, incluso en familias no practicantes o muy poco religiosas, había la costumbre de bautizar a los niños. Hoy son cada vez más las familias que no bautizan a sus hijos y que no se sienten presionadas por el ambiente social para hacerlo.
Lo que me parece interesante y significativo es el fenómeno descrito. Estamos en unos tiempos en los que lo normal es la increencia, vivimos en sociedades claramente secularizadas. Por eso resulta llamativo que algunas personas que han sido educadas y vivido al margen de la fe cristiana, se pregunten si esa fe podría llenar de sentido sus vidas, y se acerquen a la Iglesia para solicitar el bautismo. Debemos alegrarnos y aprovechar la ocasión para ofrecer una catequesis de primer anuncio que sea significativa; y para presentar ejemplos de vida cristiana que resulten atractivos. Esto solo será posible en una Iglesia con estructuras y personas acogedoras, capaces de dar respuesta al vacío muchas veces dejado por el racionalismo secularista.